Devocionales

Suficientemente honesta para admitirlo ...

Lysa TerKeurst 18 de enero de 2022
Atiende, SEÑOR, a mis palabras; toma en cuenta mis gemidos. Escucha mis súplicas, rey mío y Dios mío, porque a ti elevo mi plegaria. Por la mañana, SEÑOR, escuchas mi clamor; por la mañana te presento mis ruegos, y quedo a la espera de tu respuesta. Salmos 5:1-3 (NVI)

Dándome la vuelta, miré el reloj. Otro día. Más allá de toda razón y racionalidad, me deslicé de la cama y me quité todo lo que pudiera pesar hasta el más mínimo gramo mientras me dirigía a la balanza.

Pensé, tal vez hoy sea el día en que la balanza sea mi amiga y no revele mis secretos. Quizás de alguna manera, de la noche a la mañana, la estructura molecular de mi cuerpo cambió, y hoy, mágicamente, pesaré menos.

Me quité la liga del pelo, porque tiene que pesar algo, decidí intentarlo de nuevo. Pero la balanza no cambió de opinión la segunda vez. No era mi amiga ese día.

Prometiendo mejorar, comer más sano y tomar buenas decisiones, me dirigí a la cocina solo para que mi determinación se derritiera como el glaseado de los rollos de canela que mi hija acababa de sacar del horno. Oh, ¿a quién le importa lo que diga la balanza, cuando este rollo ofrece tanto amor y delicia?

Después de consumir dos rollos y medio de canela, decidí que mañana sería un día mucho mejor para cumplir mis promesas de comer más saludablemente.

Pero mañana no fue el día.

Ni el siguiente.
Ni el siguiente.

Por supuesto, sabía que necesitaba hacer cambios. Porque esto no se trataba realmente de la balanza o de la talla de ropa que usaba; se trataba de esta batalla que se propagaba en mi corazón. Pensaba, ansiaba y organizaba demasiado mi vida en torno a la comida. Tanto así, que sabía que era algo que Dios me estaba desafiando a rendirme a Su control. Rendirme hasta el punto en que haría cambios por el bien de mi salud espiritual, quizás incluso más que por mi salud física.

Tenía que ser lo suficientemente honesta para admitirlo: confiaba más en la comida que en Dios. Anhelaba la comida más de lo que anhelaba a Dios. La comida era mi consuelo. La comida era mi recompensa. La comida era mi gozo. La comida era lo que buscaba en momentos de estrés, tristeza e incluso en momentos de felicidad.

Esta batalla iba a ser dura. Pero a pesar de todo, decidí hacer de Dios mi enfoque, en lugar de la comida. Cada vez que anhelaba algo que sabía que no formaba parte de mi plan de alimentación saludable, usaba ese anhelo como un impulso para orar. Anhelaba mucho. Así que me encontré orando mucho.

A veces terminaba en el piso de mi armario, orando con lágrimas corriendo por mi rostro. Y me di permiso para llorar, como el salmista en el Salmo 5:1-3: Atiende, SEÑOR, a mis palabras; toma en cuenta mis gemidos. Escucha mis súplicas, rey mío y Dios mío, porque a ti elevo mi plegaria. Por la mañana, SEÑOR, escuchas mi clamor; por la mañana te presento mis ruegos, y quedo a la espera de tu respuesta.

Eso es lo que hacía todos los días. Presentaba mis peticiones ante Dios y esperaba con expectativa. Momento a momento, semana tras semana, mes a mes, tomé la decisión consciente (y muchas veces, dolorosa) de entregar mis deseos al poder transformador que el Señor quería obrar en y a través de mi vida.

Entonces, una mañana, finalmente sucedió. Me levanté y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí increíblemente empoderada. Seguí haciendo la misma rutina loca con la balanza, sin ropa, sin ligas para sostener mi cola de caballo. Los números no habían cambiado mucho, pero mi corazón sí. Un día de victoria sabía mejor que cualquiera de los alimentos a los que había renunciado. Había esperado con expectativa, usando la oración como mi guía, y lo logré.

¿Han habido momentos duros todavía después de aquella mañana victoriosa? Sí. ¿Han habido también grandes señales de progreso? ¡Absolutamente!

No puedo prometerte que no habrá más lágrimas. Habrá. Y no puedo prometer que la balanza descienda mágicamente tan rápido como desearía. Probablemente no lo hará. Pero será un comienzo.

Un buen comienzo.

Querido Señor, tú me conoces y a mi luchas tan íntimamente. Mi mayor deseo es honrarte y ponerte en primer lugar en mi vida. Por favor, ayúdame a reemplazar mis antojos con una total dependencia en Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.

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PROFUNDICEMOS

Salmo 27:14, Pon tu esperanza en el SEÑOR; ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el SEÑOR! (NVI)

Toma un momento para reflexionar sobre el devocional de hoy. ¿En qué o en quién confías para tu consuelo, gozo y seguridad más que en Dios Mismo? Escribe algunas cosas que te vengan a la mente. Luego pídele al Señor que te ayude a entregar esa lista mientras esperas a que Él se mueva en tu corazón.

¡Y en los comentarios, comparte tus pensamientos sobre el devocional de hoy!

© 2022 por Lysa TerKeurst. Todos los derechos reservados.


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