Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús. 2 Timoteo 2:1 (NBLA)

Estaba aterrorizada. «¿Cómo podré trabajar si no puedo digitar?» Mis labios tiritaban con lágrimas en los ojos mientras el dolor se disparaba a través de mis manos. El temor a perder mi trabajo arremetió contra mí con ansiedad.

Mi fisioterapeuta, Tom, dibujó un espiral de círculos concéntricos en el bloc de notas. «La sanación posee capas, semejante a cuando se descascara una cebolla», me explicó. Yo había forzado mis manos con fatiga durante tanto tiempo que mi cuerpo lo compensó utilizando otros grupos musculares. El dolor se extendió rápidamente hacia mis brazos, hombros, cuello y espalda.

Tom señaló que el dolor era un indicador saludable; mi cuerpo me estaba comunicando algo. Mientras uno de los grupos musculares se recuperaba, comencé a sentir dolor en otras áreas que habían estado enmascaradas y que también necesitaban de cuidado.

«Es una buena señal, Bonnie». Me sonrió Tom. «Vas a recuperarte».

Comprendí que sanar llevaría tiempo. Dios calmó mi ansiedad al recordarme que Jesús desea sanidad para mí, tal como lo quiso aquella vez para un hombre que tendió la mano hacia Él en la oscuridad.

Llegaron a Betsaida, y trajeron a Jesús un ciego y le rogaron que lo tocara. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea; y después de escupir en sus ojos y de poner las manos sobre él; le preguntó: «¿Ves algo?».

Y levantando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pero los veo como árboles que caminan». Entonces Jesús puso otra vez las manos sobre sus ojos, y él miro fijamente y fue restaurado; y veía todo con claridad (Marcos 8:22-25, NBLA).

Me encanta cómo Jesús extendió Su mano a este hombre. Las manos que él había usado para palpar su camino en la oscuridad fueron envueltas por los dedos de Jesús. Cuando las preocupaciones nos abruman, nosotras, también, podemos sujetarnos a esta verdad: Jesús está junto a nosotras, sosteniéndonos de la mano para amarnos y guiarnos.

Tal vez, como yo, estés acostumbrada a presionarte a seguir hacia adelante a pesar del dolor, ya sea emocional, físico o relacional, en las amistades, la familia, la salud o la vida. Pero Jesús no desea que nos quedemos en silencio. Tal como los amigos llevaron al hombre ciego a Jesús, nuestras amistades pueden orar con nosotras o alentarnos cuando vamos a su encuentro, brindándonos el toque amoroso de Jesús.

Cuando oramos, a menudo pedimos milagros instantáneos para no tener que contarle a nadie que estamos sufriendo, pedir ayuda o tomarnos el tiempo para reponernos. Pareció muy fácil para Jesús sanar al hombre ciego al instante. Sin embargo, algunas veces el milagro que Dios nos da es la gracia justo en nuestros momentos de necesidad. Gracia para dar un paso más junto a Jesús, y para hacer lo necesario o expresar lo que necesitamos comunicar.

Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús (2 Timoteo 2:1).

Tu corazón puede sentirse agobiado por el miedo o la preocupación respecto a tu viaje de sanidad. Es normal. ¡Dios nos ofrece gracia fresca para este día! Pídele cualquier cosa que necesites, porque Él oye tus oraciones. Él te extiende Su mano para que estés cerca de Él y amarte profundamente cada día.

Jesús, abrázame y guíame hoy. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Hebreos 4:16, Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos. (NTV)

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© 2024 por Bonnie Gray. Todos los derechos reservados.

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