Devocionales

El secreto para hacer cosas grandes por Dios

Mark E. Moore 17 de noviembre de 2021
Entonces María dijo: «Aquí tienes a la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra». Y el ángel se fue de su presencia. Lucas 1:38 (NBLA)

Aunque nunca te haya conocido, apuesto a que sé algo sobre ti; quieres que tu vida importe, ¡para ti, para los demás y especialmente para Dios!

Creo que todos lo hacemos. Así es como me siento ahora, y ciertamente así es como me sentía cuando comencé en el ministerio. Desde el principio, quería hacer grandes cosas y hacer una gran diferencia en el mundo, de alguna manera.

A pesar de mi deseo de hacer un gran impacto, mi primera experiencia ministerial fue en una pequeña iglesia en el lado sur de San Antonio, Texas. Nuestra asistencia y edad promedia eran casi iguales, 68. Aunque soñaba con el día en que pudiera influir a las masas, no tenía ninguna visión de cómo llegar allí. Yo era un joven varón de 23 años con sueños enormes y poca confianza.

El problema no es nuestro deseo de hacer la diferencia. Después de todo, nuestro deseo de importancia proviene del Creador mismo. Lo tejió en nuestro ADN espiritual. Impulsa la mayoría de las decisiones que tomamos: qué tipo de educación elegimos, qué trabajos perseguimos y qué relaciones construimos.

Sin embargo, la dificultad es que queremos ser mejores de lo que somos actualmente. Ciertamente, esto es cierto para mí. Dudé de mi capacidad para hacer muchas cosas importantes, porque vengo de una familia sin nombre; porque no fui a una universidad grande y conocida; porque otros a mi alrededor tenían altos niveles de educación; porque, porque, porque.

El único “porque” que dejé fuera de la ecuación fue el que importaba: ¡porque Dios! Por eso es tan alentadora la historia de María, la madre de Jesús. Ella nos muestra el camino para hacer grandes cosas por Dios, no por quiénes somos, sino gracias a Dios.

María es honrada en todo el mundo hoy. Sin embargo, existe una gran brecha entre su biografía y su legado. Vivía en Nazaret, un pueblo pequeño del cual se burlaban los lugareños (Juan 1:46). Ella era una muchacha campesina; su prometido era jornalero. Sin embargo, Dios la eligió para dar a luz a Su Hijo.

No me extraña que estuviera confundida cuando el ángel Gabriel la saludó. “… «¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo” (Lucas 1:28, NBLA). Entonces Gabriel hizo un anuncio maravilloso y aterrador: María iba a tener un hijo. Pero no cualquier niño, un niño extraordinario. Sería hijo de María por nacimiento, pero Hijo de Dios por vocación y encarnación. Eso significa que se sentaría en el trono de David como el Rey más grande de la historia hebrea. Su Reino se extendería por la eternidad, sin límites en el espacio y el tiempo.

María preguntó, “«¿Cómo será esto, puesto que soy virgen?»” (Lucas 1:34, NBLA). Después de todo, las vírgenes no dan a luz. No obstante, el Dios que dio vida a la existencia ciertamente podría poblar un solo vientre con una palabra. Como dijo el ángel Gabriel, “—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el bebé que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35, NTV).

Este fue el poder de Dios que vino sobre María, creando vida en su vientre como Él había creado la vida en la tierra con Su palabra en Génesis 1.

Lo que hizo que la promesa de Gabriel fuera aterradora es que María estaba comprometida. En la cultura judía, el compromiso era un contrato legalmente vinculante, y un embarazo lo quebrantaría. Su reputación sería la de una mujer sexualmente pecadora. Y de acuerdo a la ley mosaica, María podría haber sido apedreada por adulterio si le fuera infiel a su prometido (Levítico 20:10). Sin embargo, ella respondió sin vacilar, “…«…hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas 1:38a). Léelo con atención. Ella deseaba que la voluntad de Dios prevaleciera sin importar el costo.

Aquí hay una lección importante: el impacto de tu vida no está determinado por tu capacidad, sino por tu disponibilidad. Dios tiene un plan para ti que se basa en Su bondad, no en tu grandeza. María estaba dispuesta a ofrecer su vida a Dios. Esa disposición es lo único que necesitamos para que Dios nos use para cosas grandes.

María arriesgó sus planes, su reputación y su propia vida para someterse a la voluntad de Dios. Cuando seguimos a Cristo, inevitablemente también arriesgaremos algo.

¿Arriesgarías tus relaciones para hacer algo grande para Dios?
¿Sacrificarías tu comodidad para dejar un legado?
¿Arriesgarías tu reputación para marcar la diferencia para Dios?

No hay otro camino hacia el propósito de Dios que nuestra sumisión, “«…hágase conmigo…”. Afortunadamente, servimos a un Dios que usa y bendice cada parte de nuestra disponibilidad... sin importar nuestra capacidad.

Dios, no sé cómo me usarás, pero estoy dispuesto. Estoy disponible. ¿A qué me estás llamando hoy? Hágase conmigo conforme a Tu Palabra. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Isaías 6:8, Y oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?». «Aquí estoy; envíame a mí», le respondí. (NBLA)

¿Cuáles son tus mayores preocupaciones acerca de aceptar la voluntad de Dios en tu propia vida? ¿Qué te atreverías a hacer por Dios si no temieras a nada? Cuéntanos en los comentarios a continuación.

© 2021 por Mark E. Moore. Todos los derechos reservados.

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