Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Mateo 11:28 (NVI)
Estoy familiarizada con el sonido ahora.
Biiiiiiiiip. Biiip biiip!
Sí. Otra advertencia de tormenta invernal aquí en la montaña.
Mi esposo y yo estamos acostumbrados a estar atrapados dentro de nuestra casa por un par de días. (Excepto para ir a ver nuestra bandada de gallinas, que no aprecian el clima ni un poquito). Hacemos un fuego en la chimenea, preparamos sopa y esperamos a que pase la tormenta.
Pero esta vez era distinto porque nuestro verano había sido tan diferente.
El incendio forestal de Caldor en California se encendió a una milla de nuestra casa. Durante tres semanas, fuimos evacuados, esperando que nuestra casa fuera declarada en condición de “segura”, “dañada” o “destruida”. Más de 700 casas en nuestra ciudad estaban en la categoría de “destruidas”, y estábamos agradecidos de perder solo alrededor de 2 hectáreas a causa de este incendio devastador.
Nuestra casa había sobrevivido al incendio de verano, por lo que no teníamos miedo de una pequeña (o incluso grande) advertencia de tormenta invernal.
Pero lo que no tomamos en cuenta fueron las cicatrices de las quemaduras.
Después de un incendio devastador, las quemaduras te dejan cicatrices. Estos son los lugares del paisaje que no tienen árboles ni arbustos ni nada en lo que pueda empaparse la lluvia. Con todas esas cicatrices de quemaduras, estábamos en peligro de inundaciones, algo que nunca nos había preocupado antes del incendio.
Así que volvimos, nuevamente, al modo de preparación. Estando siempre alertas. Siempre en guardia.
Después de los últimos dos años de ciclos de noticias inquietantes que se repiten, sé que personalmente también tengo algunas cicatrices de quemaduras.
Mi esposo y yo hemos perdido seres queridos. Algunos por COVID. Otros por las consecuencias de una nación dividida. Estuvimos a punto de perder nuestro hogar. Ambos tuvimos emergencias médicas. Tuvimos fallas comerciales.
En este momento, puedo decir verdaderamente que la vida es tan, tan buena. Y estamos agradecidos.
Pero esas cicatrices siguen apareciendo.
Cuando recuerdo a aquellos que han muerto o cuyas amistades he perdido, el dolor es real y punzante.
Cuando pienso en los incendios y en cómo casi perdimos nuestra casa, apenas puedo creer los sentimientos que surgen. ¿Por qué todavía me altero con los incendios cuando estamos bien?
¿No debería poder seguir con mi vida, avanzando de la manera que quiero y me siento llamada a hacerlo? Pero en cambio, estoy cansada.
Estoy agotada hasta los huesos.
Al igual que esas cicatrices en nuestra tierra, todas tenemos cicatrices de los últimos dos años que todavía están en proceso de sanación. ¿Y la sanación, amiga mía? Es agotadora.
Cuando Jesús estaba hablando de sanidad, de aquellas de nosotras que estamos exhaustas, cansadas y agobiadas, no exigió que “simplemente lo superemos”. No cuestionó por qué seguimos obsesionadas con cosas que ya terminaron.
Pero sí dijo, “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.” (Mateo 11:28)
Básicamente, la sanidad es Jesús mirándote a los ojos, poniendo Sus manos sobre tus hombros y diciendo gentilmente: “Estoy tan contento de que viniste aquí y me confiaste lo que está pasando contigo. Parece mucho. Quiero que te acuestes y tomes una buena siesta, y sigamos repitiéndolo hasta que te vuelvas más fuerte.”
Una vez, mientras me resistía a la semana completa de descanso posterior al procedimiento que me había recomendado el médico, una enfermera me dijo: “Eres libre de hacer lo que quieras. Pero si no estás descansando, no estás sanando”.
Esa enfermera, y Jesús, conocen el poder y la sanación que vienen de descansar.
Así que descansemos esos lugares tiernos. Tengamos especial cuidado en esos puntos de nuestro corazón que han sido dañados durante los últimos dos años. Dejemos espacio para el descanso y la sanación. Seamos tiernas con nosotras mismas y con los demás durante este tiempo necesario de descanso y sanación.
Padre Celestial, estoy tan cansada y herida. Ayúdame a recordar que Tú nos restauras con descanso. Y mientras lo hago, ayúdame también a calmar mi mente y mi corazón. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Profundicemos
Salmo 23:1-3a, “El SEÑOR es mi pastor, nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce; me infunde nuevas fuerzas.” (NVI)
En una escala de cero a 10, ¿cuánta culpa sientes cuando descansas? ¿Cómo podría el conocimiento de la verdad sobre la actitud de Jesús hacia el descanso aliviar esa culpa y llevarte a la sanación?
© 2022 por Kathi Lipp. Todos los derechos reservados.
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