Él, por su parte, solía retirarse a lugares solitarios para orar. Lucas 5:16 (NVI)
No estaba sola, pero nunca me había sentido más sola.
Tragándome las lágrimas, hice que mis labios giraran hacia arriba, formando una sonrisa. Decidí concentrarme en la amiga que estaba sentada frente a mí mientras ella contaba una historia graciosa sobre la primera cita de su hijo. Me reí en los momentos correctos, esperando que ella no se diera cuenta que la risa nunca llegó a mis ojos.
Como quiero a esta amiga. Hemos estado compartiendo nuestras vidas, sin filtros, durante años. Hemos orado la una por la otra a través de las diferentes etapas de la vida de una madre; la agonía del entrenamiento para ir al baño y las preocupaciones durante la educación del conductor. También nos hemos acompañado, la una a la otra, en medio de los altibajos del matrimonio al igual que en las cimas y los pozos de la fe.
Pero ese día en el café, la conversación cómoda de una querida amiga no podía atravesar la soledad que envolvía mi corazón. De hecho, la risa y los asentimientos simplemente magnificaron el dolor interior.
Ni mis amigas más cercanas podían entender la temporada de desilusión que estaba atravesando.
Las que me conocían mejor no eran inconscientes del dolor de mi corazón. Reconocieron mi dolor e hicieron todo lo posible para caminar conmigo a través del desánimo. Crearon lugares seguros para la vulnerabilidad y nunca se burlaron de mis lágrimas. Pero incluso cuando mis amigas de confianza estaban presentes y disponibles, mi corazón a menudo se sentía despegado e inalcanzable.
Mis amigas podrían cubrirme en oración, pero no podían entender mi dolor.
Podrían reconocer mi desilusión, pero no podían borrar mi aflicción.
Podrían dejar espacio para mi tristeza, pero no podían cambiar mis circunstancias.
La soledad ataca cuando nos encontramos solas en nuestras luchas, pero también aparece cuando nuestras luchas nos dejan sintiéndonos solas.
Continuamos platicando hasta que nuestras tazas de café se agotaron, y en ese momento mi amiga sacó un fajo de papel arrugado de su bolsillo.
“No sé si esto significará algo para ti”, me dijo ella, encogiéndose de hombros. “Pero cuando leí este versículo esta mañana, sentí que debía compartirlo…”
Cuando llegué a mi casa del café, me acurruqué en el sofá con mi Biblia bien usada y una nueva corriente de lágrimas. Desplegué el fajo de papel arrugado que mi amiga me había dado y busqué el versículo que ella había garabateado apresuradamente.
No era un salmo que estimula el alma ni una promesa que eleva el espíritu. Era solo una cadena de once palabras metidas en medio de un Evangelio que había leído decenas de veces.
Él, por su parte, solía retirarse a lugares solitarios para orar (Lucas 5:16, NVI).
A primera vista, me pareció un versículo raro para compartir. Pero cuando proclamé las palabras en voz alta, encontré consuelo en la dulce verdad que contenía – Jesús también conoce los lugares solitarios.
Sin embargo, junto con ese toque de consuelo vino una ola de convicción. Lucas 5:16 revela que Jesús no solo conocía los lugares solitarios; Él eligió ir a los lugares solitarios voluntariamente.
Fue en los lugares solitarios donde Jesús buscó intimidad con Su Padre en lugar de la empatía de los demás.
Y Dios nos invita a hacer lo mismo en nuestros lugares solitarios.
Tal vez queremos que alguien entre en nuestras luchas y sienta nuestro dolor, pero Dios nos invita a entrar en Su presencia y encontrar paz.
A veces buscamos consuelo en las amigas que nos rodean, pero Dios nos ofrece consuelo a través del Espíritu Santo que mora dentro de nosotras.
Anhelamos que alguien nos escuche y entienda, pero Dios nos invita a ser escuchadas y conocidas.
No es fácil confiar en Dios en nuestras desilusiones o sentarnos con Él en nuestras luchas. Pero mientras sigo el ejemplo de mi Salvador, estoy aprendiendo que lo que parece un lugar solitario en nuestros ojos a menudo es sólo un espacio sagrado disfrazado.
Y cuando buscamos a Dios en esos lugares donde nadie más puede ir, lo encontramos esperándonos con una esperanza que nadie más puede ofrecer.
Querido Jesús, quiero encontrarte en mis lugares solitarios. Dame la valentía para buscarte en mis luchas y abre mis ojos para reconocer Tu presencia en mi dolor. En el Nombre de Jesús, Amén.
VERDAD PARA HOY
Salmo 107:35, Convirtió el desierto en fuentes de agua, la tierra seca en manantiales. (NVI)
Romanos 5:5, Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado. (NVI)
RECURSOS ADICIONALES
Para leer otro devocional inspirador y consolador sobre la soledad, consulta “Sintiéndose sola y desconectada” por Sheri Rose Shepherd.
REFLEXIONA Y RESPONDE
¿Cómo ha convertido Dios tus lugares solitarios en espacios sagrados? Cuéntanos en los comentarios a continuación para que podamos alentar unas a otras en nuestras temporadas de lucha.
© 2020 por Alicia Bruxvoort. Todos los derechos reservados.
Estamos agradecidas a nuestras voluntarias por su trabajo realizado en la traducción de este devocional al español. Conócelas aquí.