Devocionales

Esperanza para mujeres heridas por su padre

Kia Stephens 19 de junio de 2020
¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! 1 Juan 3:1a (NVI)

Reuní el coraje para decirlo: «No quiero que mueras». Mi voz temblaba mientras me aferraba a la poca determinación que me quedaba para controlar mis emociones. No funcionó.

Al escuchar esas palabras salir de mi boca, se introdujo una vulnerabilidad para la cual no estaba preparada. Me resulta difícil hablar de la muerte, especialmente cuando se trata de alguien a quien amo. En este caso, era mi tío-primo.

Biológicamente, él es mi primo segundo, pero fue criado como el hermano de mi madre. A lo largo de mi vida, ha sido el ejemplo de lo que significa ser hombre, esposo y padre. De él, aprendí que la masculinidad puede ser dura y fríamente práctica, mientras también demuestra un corazón tierno.

Fue su corazón el que me abrazó de maneras que no sabía que necesitaba.

Para una niña criada en un hogar monoparental, su presencia no tenía precio. En muchos sentidos, nuestra relación se convirtió en algo parecido a la que deseaba tener con mi propio padre. Es por eso que la idea de su muerte me asustaba.

Las lágrimas, como los ríos, corrían por mi cara mientras conversabamos del tema de su salud en declive. Mi voluntad testaruda quería resistir la posibilidad de que su vida estaba llegando a su fin.

Sin él como figura paterna, solo me quedaría con una relación inconsistente y difícil con mi padre terrenal. Aunque amo a mi padre, nuestra relación se ha caracterizado por una serie de decepciones devastadoras. Sé que mi experiencia no es única.

Innumerables mujeres han sido heridas por las relaciones con sus padres biológicos. A menudo, estas heridas persisten, dejando a las mujeres con un anhelo punzante por el amor y la afirmación de sus padres. Conozco bien este dolor.

Durante muchos años, buscaba esperanza en las páginas de las Escrituras, creyendo que Dios tenía algo que decir a las mujeres que, por causas ajenas a ellas, experimentaron heridas de su padre. Mi búsqueda me llevó a descubrir que Dios ha tejido esperanza intencional en toda la Biblia para mujeres como yo.

En 1 Juan 3:1a, Juan ofrece estas palabras reconfortantes: ¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! Juan expresa su asombro por el maravilloso amor de Dios. Este amor incomprensible se demostró al sacrificar a un Cristo sin pecado por la humanidad pecadora. Cristo tuvo una muerte dolorosa y agonizante no solo para que nuestros pecados puedan ser perdonados, sino para que podamos tener acceso directo a Dios como nuestro Padre celestial.

No hay barrera entre nosotras y el Creador inmutable del universo, que está íntimamente preocupado por cada detalle que nos concierne. Cristo ha escoltado la esperanza eterna y la adopción celestial en la vida de cada mujer herida por su padre, si tan solo elige creer en Jesús como su Señor y Salvador. Juan nos está haciendo saber que este amor extravagante y lujoso nos hace hijas de Dios, hijas del Rey.

Recuerdo haber escuchado declaraciones como: «Dios es un Padre para los huérfanos», basado en el Salmo 68:5-6, y pensaba a mí misma: ¿cómo puede esto ser cierto? ¿Cómo puede un Padre celestial estar físicamente presente como un padre terrenal? Mi error fue intentar entender 1 Juan 3:1 basado en mis propias experiencias lógicas. Ahora sé que entendemos este versículo por fe.

Los creyentes pueden abrazar con confianza a Dios como su Padre celestial. Aunque una mujer experimente angustia con su padre terrenal, puede conocer la esperanza eterna con su Padre celestial. Conozco bien esta esperanza.

Mientras reflexiono sobre esta verdad, mi tío-primo está en cuidados paliativos. Su salud ha decaído aún más desde el día que tuvimos esa conversación difícil sobre la muerte. Aunque no sé cómo será el resultado final, elijo confiar en mi Padre celestial que sí lo sabe.

Señor, gracias por verme como Tu hija. Y te agradezco por hacerme coheredera con Cristo Jesús porque te conozco. Ayúdame a buscar en Ti la satisfacción de todas mis necesidades paternales. En el Nombre de Jesús, Amén.

Verdad para hoy

Romanos 8:15, Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!» (NVI)

Salmo 68:5-6, Padre de los huérfanos, defensor de las viudas, este es Dios y su morada es santa. Dios ubica a los solitarios en familias; pone en libertad a los prisioneros y los llena de alegría. Pero a los rebeldes los hace vivir en una tierra abrasada por el sol. (NTV)

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© 2020 por Kia Stephens. Derechos reservados.

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