De modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Colosenses 3:13 (NVI)
Soy una persona que le gusta el concepto del perdón... hasta que soy una persona herida a quien no le gusta.
Abandonada a mi propio y profundo dolor, el perdón puede parecer ofensivo, imposible, y una de las formas más rápidas de agravar la injusticia de ser agraviada. Lloro por la justicia. Quiero bendiciones para aquellos que siguen las reglas de la vida y el amor. Quiero una corrección para aquellos que las rompen.
¿Es eso mucho pedir?
Y es ese punto exacto donde me gusta detenerme, reflexionar, concentrarme en los errores de los demás y reunir a los que están de acuerdo conmigo para que se unan y me ayuden a justificar mi postura.
Pero es como la vez en la universidad que me quedé en el estacionamiento de un hermoso lugar de vacaciones sólo para demostrar mi punto. Una pequeña ofensa ocurrió con mis amigas en el camino. Cuando llegamos a nuestro destino, todas se bajaron del auto y pasaron el día creando recuerdos increíbles juntas. Yo, por otro lado, pasé el tiempo caminando alrededor del estacionamiento con pasos firmes en el calor sofocante, dejando que mi ira se intensificara con cada hora que pasaba.
Me deleitaba con la idea de darle a mis amigas una lección al organizar esta protesta solitaria.
Pero, al fin y al cabo, yo fui la única afectada por ello. Fui la única que se había perdido la diversión. Fui yo quien regresó a casa en silencio, sabiendo que nadie más que yo había sido castigada por mis decisiones.
Quiero que sepas que yo reconozco que gran parte del dolor por el cual tú y yo hemos pasado es mucho más complicado y devastador que ese día en la playa. Pero en todas mis ofensas, grandes y pequeñas, he aprendido a reconocer lo que he llegado a ver como los soldados de la falta de perdón.
La amargura se disfraza como un juez de la corte suprema, haciéndome creer que debo proteger la evidencia contra todos aquellos que me lastiman para poder declarar y reafirmar mi caso irrefutable y escuchar que se proclame "culpable" sobre ellos. Aunque en realidad, es una sentencia castigadora de aislamiento que priva mi alma de relaciones que dan vida.
El resentimiento se oculta en un cartel marcado con la palabra vindicación, haciéndome creer que la única forma de librarme de mi dolor es asegurándome de que quienes lo causaron sufran tanto como yo. Pero en realidad es una trampa disfrazada, con dientes de puñal clavados en mí, que me mantienen bajo tortura e incapaz de seguir adelante.
La postergación se escabulle como un asistente de teatro, ofreciendo palomitas de maíz y un asiento cómodo hecho de mi pena y mi tristeza, haciéndome creer que está bien quedarme allí, repitiendo viejas películas de lo que pasó. Y que, al hacerlo, algún día entenderé por qué sucedió todo. Sin embargo, en realidad estoy en una cámara de tortura, donde lo único que logra cada repetición es aumentar mi dolor, y nunca me da las respuestas que espero.
Y finalmente, los problemas de confianza se disfrazan como investigadores privados, haciéndome creer que me ayudarán a atrapar a todos los que desean herirme y comprobar que nadie es verdaderamente honesto. En realidad, los problemas de confianza son un gas tóxico que, en lugar de alejar a los pocos que no deberían ser de confianza, asfixian a todos los que se acercan a mí.
Estos son los soldados de la falta de perdón que han declarado la guerra contra mí.
Los soldados de la falta de perdón están declarando la guerra ahora mismo contra cada persona herida.
Aquellos que siempre nos llevarán al aislamiento, a la oscuridad emocional de las relaciones rotas, a la oscuridad espiritual con vergüenza acumulada, y a una visión oscura donde no podemos ver la belleza que nos espera más allá de donde nos detuvimos.
¿Qué tal si hubiera sido capaz de dejar atrás la ofensa y seguir adelante ese día en la playa? ¿Qué tal si todas pudiéramos hacer eso? No hablo de excusar el abuso o permitir que alguien nos traumatice. Estoy hablando de pequeñas ofensas que nos negamos a afrontar adecuadamente.
Colosenses 3:13 nos recuerda “de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes”.
Esto no se trata de disminuir la importancia de lo que hemos vivido o menospreciar la angustia por la que hemos llorado un millón de lágrimas. Es saber que los que más colaboran con el perdón son los que danzan con mayor libertad en la belleza de la redención. ¿Y qué es exactamente esta bella redención?
Es limpiar nuestros corazones de ofensas pequeñas antes de que nos provoquen problemas grandes.
Y finalmente se trata de encontrar la libertad para seguir adelante.
No tenemos que quedarnos estancadas aquí, amiga. El perdón es la arma. De aquí en adelante, nuestras decisiones son el campo de batalla. Ser liberadas de esa sensación pesada es la recompensa. Recuperar la posibilidad de confianza y cercanía es la dulce victoria. Y caminar confiadamente con el Señor del dolor a la sanación es la libertad que nos espera.
Señor, ayúdanos a aprender a perdonar como Tú nos has perdonado. Libremente. Completamente. No para excusar lo que se nos ha hecho, sino para liberarnos. Tú eres bueno. Tus caminos son buenos. Y eso significa que podemos confiar en que el perdón también es bueno. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
Romanos 12:17 No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. (NVI).
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