La Escritura entera es inspirada por Dios y es útil para enseñarnos, para reprendernos, para corregirnos y para indicarnos cómo llevar una vida justa. 2 Timoteo 3:16 (NBV)
«Ya no sé qué decir», susurró mi hija mientras miraba el mensaje de texto que acababa de recibir.
El teléfono en su mano tembló, y las lágrimas que brotaban de sus ojos se derramaron por sus mejillas. Exhaló un suspiro irregular, se hundió en el sofá y se rindió a la tristeza.
Me dolía el corazón por mi adolescente y por su amiga herida al otro lado de ese texto difícil. Ella estaba atravesando una situación que era desconcertante y complicada. No hubo respuestas rápidas para solucionarlo, ni tampoco una fórmula para hacerlo desaparecer.
El texto necesitaba una respuesta, pero mi niña no tenía nada más que decir. Ella estaba agotada. Desanimada. Y muy, muy cansada.
Nos sentamos juntas en silencio hasta que su torrente constante de aflicción se redujo a una llovizna callada. Luego señalé el teléfono que tenía mi hija en la mano y dije: «¿Puedo ayudarte a encontrar las palabras?».
Hice una pausa. Oré. Y me incliné un poco más hacia mi niña quien seguía con resoplidos. Luego, una letra a la vez, la ayudé a encadenar oraciones en una respuesta amable.
No ayudo a mi hija adolescente a escribir todos los mensajes de texto que envía. Es una joven expresiva y una comunicadora inteligente. Pero a veces, cuando estamos en medio de lugares dolorosos y espacios difíciles, necesitamos una voz que nos ayude a expresar lo que nuestros corazones abrumados no pueden.
Por supuesto, los adolescentes que envían mensajes de texto no son los únicos que se encuentran cortos de palabras y con muchos dolores de corazón quebrantado. Yo también conozco esa tensión.
Y he descubierto que, en esos momentos de angustia no planeados, la oración puede parecer vacía y dura. Aunque deseo conectarme con Dios en medio de mis luchas, no siempre puedo encontrar las palabras para verbalizar mis anhelos o articular mis necesidades.
Pero ahí es cuando recuerdo la forma en que le ofrecí palabras a mi hija cuando no tenía ninguna. Y me recuerdo a mí misma que Dios también quiere hacer lo mismo por Sus hijas.
No necesito fabricar oraciones extravagantes cuando no sé qué decir. Simplemente necesito una voz que pueda moldear mis palabras cuando estoy agotada y desolada.
Por eso me alegro de que la Biblia no sea solo una lista de reglas o un conjunto de sugerencias sabias. No es una colección de discursos estáticos o un volumen de lecciones de historia antigua. La Biblia es la voz vibrante de Dios. Es Su sabiduría pincelada en la página para que la tomemos, Su corazón revelado a través del lenguaje y las letras, historias y símbolos.
Según 2 Timoteo 3:16, “La Escritura entera es inspirada por Dios y es útil para enseñarnos, para reprendernos, para corregirnos y para indicarnos cómo llevar una vida justa”.
Cuando reconozco esta verdad asombrosa, me apresuro a tomar prestadas las palabras de Dios en lugar de tratar de inventar las mías.
Cuando mis gemidos de fatiga son más fuertes que los lloriqueos de mi fe, convierto las promesas de Dios en mis peticiones personales. Cuando la confusión satura mi claridad, hablo de la Verdad de Dios en mis circunstancias y declaro Sus garantías sobre mis quejas. Cuando la ira nubla mi percepción, practico la sabiduría de Dios en lugar de repetir mi ofensa; declaro Su gloria en lugar de buscar la mía.
Y amiga, como hija de Dios, puedes hacer lo mismo.
La próxima vez que la oración se sienta difícil, toma tu Biblia y acércate sigilosamente a Aquel que te ama y nunca te dejará. Luego lee como si estuvieras escuchando Su voz. (¡Porque lo estás!)
A medida que te encuentres con las palabras de Dios en las páginas, pídele al Espíritu Santo que resalte una palabra específica en tu corazón. Presta atención a la forma en que algún versículo o frase en particular, idea o concepto en las Escrituras hable a tu circunstancia actual. Pídele a Dios que te ayude a comprender lo que está diciendo. Luego, convierte esas verdades oportunas en tus peticiones personales.
Escríbelas en un cuaderno.
Cántalas en una canción.
Ponlas en tu espejo.
Envíatelas en un texto a ti misma (y tal vez, ¡a una amiga también!)
Deja que la voz de Dios cierre la brecha entre las circunstancias que han consumido tus palabras y el anhelo que te impulsa a orar.
Y mientras hagas espacio para que tu Padre celestial hable, recuerda esta verdad maravillosa: aunque nuestras palabras puedan flaquear o fallar, la Palabra de Dios nunca lo hará.
Querido Jesús, gracias por ser un Salvador que habla. Enséñame a orar Tus palabras y a confiar en Tus promesas. Quiero anclar mi esperanza en Tu Verdad eterna. En el Nombre de Jesús, Amén.
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PROFUNDICEMOS
Isaías 55:11, Lo mismo pasa con mi palabra cuando sale de mis labios: no vuelve a mí sin antes cumplir mis órdenes, sin antes hacer lo que yo quiero.(TLA)
¿Qué palabras de Dios necesitas “tomar prestadas” ahora mismo? Comparte tus ideas en los comentarios y oraremos juntas Sus verdades.
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Estamos agradecidas a nuestras voluntarias por su trabajo realizado en la traducción de este devocional al español. Conócelas aquí.