Devocionales

Cuando el dolor nos impulsa a clamar a Dios

Kia Stephens 16 de noviembre de 2021
─ ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! ─ gritó el ciego. Lucas 18:38 (NVI)

En un instante, un dolor agudo corrió por mi pierna derecha. Me tomó por sorpresa porque ocurrió muy rápidamente.

Solo unos minutos antes, estaba ayudando a mi marido a podar las ramas de los árboles crecidos. Luego decidí podar las ramas muertas de los juníperos delante de mi casa. Apenas había tocado al arbusto con las tijeras de podar, cuando varias avispas salieron volando del arbusto y me picaron.

Mi pierna sentía como si estuviera en llamas. Sin preocuparme de quién me escuchaba o cómo me veía, grité de dolor, deseando alivio inmediato.

No fue nada atractivo cuando entré cojeando a la casa, e intenté frenéticamente aliviar las picaduras de las avispas, pero fue en vano. Gracias a Dios, mi esposo corrió a ayudarme y me aplicó toda la atención médica necesaria. Sus esfuerzos aliviaron momentáneamente el dolor; sin embargo, durante días mi pierna tenía zonas rojas e hinchadas, que me recordaban de mi experiencia terrible con las avispas. Esas zonas venían acompañadas con ardor, picor y agonía.

Cuanto reflexiono sobre mi prueba inesperada en el jardín, pienso en el año pasado.

Después de las dificultades del 2020, esperaba que las cosas iban a ser mejor. Esperaba que la vida fuera más fácil, más calmada y que hubiera vuelto a la normalidad antes del fin del 2021. Sin embargo, este año hemos experimentado colectivamente pruebas imprevistas.

Para muchas de nosotras, los acontecimientos que hemos soportado han sucedido rápida e inesperadamente, igual que mis picaduras de avispas. Nos hemos visto afectadas por enfermedades, catástrofes naturales, inestabilidad política y desafíos personales. El dolor provocado por estas experiencias difíciles aún permanece.

Algunas de nosotras, quedamos consternadas, desanimadas y desilusionadas.

¿Por qué tanta destrucción?

¿Por qué tanta pérdida de vida?

¿Por qué tanto dolor?

No puedo responder a estas preguntas, pero soy muy consciente de que, a diferencia del consuelo, el dolor nos impulsa a responder de cierta manera.

El dolor nos obliga a reconocer que necesitamos ayuda.

El dolor hace que nos demos cuenta que no estamos en control.

El dolor nos hace depender de alguien o algo aparte de nosotras mismas.

El dolor puede hacernos clamar de una forma que no haríamos de otra manera.

No gritaría descontroladamente en la puerta principal a propósito, sin embargo, lo hice, en respuesta al dolor.

En Lucas 18:35, se nos presenta a un mendigo ciego. No sabemos cuánto tiempo este hombre había vivido bajo esta condición, pero podemos ver su desesperación en su clamor por ayuda: “— ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! — gritó el ciego” (Lucas 18:38).

Este hombre no estaba preocupado por las opiniones de otros o las reprimendas de la gente que quería que se callara. Su dolor personal le impulsó a clamar al Mesías. Él estaba consciente de su falta de control y de la soberanía de Dios. Eligió clamar con más fervor hasta que Jesús ordenó que le trajeran al hombre.

Jesús le preguntó qué quería y su respuesta fue “—Señor, quiero ver” (Lucas 18:41b, NVI). Las Escrituras nos dicen que el hombre recibió su vista inmediatamente, y depositó su fe en Jesús. Muchas personas lo vieron y empezaron a alabar a Dios.

Este hombre podía haberse rendido a su condición dolorosa. Él podía haber razonado, ¿de qué sirve clamar a Jesús? Es un sentimiento que he pronunciado. ¿Por qué clamar a Dios si el dolor simplemente continuará?

Y a veces el dolor persiste. Si bien el ciego fue sanado físicamente, su dolor seguía en otra manera: fue cuestionado y luego expulsado del templo porque los fariseos negaban aceptar el milagro de Jesús en su vida. Sin embargo, al clamar a Jesús, se encontró con Él de una manera como nunca antes… y eso cambió su vida para siempre.

No siempre somos sanadas al instante, pero Dios sí nos promete  Su presencia y paz.

Clamamos a Dios reconociendo que Él es Dios y nosotras no lo somos. Al hacer eso, nosotras miramos a Él como el controlador del resultado. Oramos en fe, sabiendo que Dios es más que capaz de responder a nuestras oraciones, pero también aceptamos la realidad de que pueda que no responda de la manera que queremos. Al aceptar esta realidad, Dios nos ofrece una paz que perdura a pesar del dolor que soportamos. No importa cuál sea nuestro dolor, Dios nos invita a clamar a Él.

Querido Dios, cuando sufro dolor en esta vida, dame el valor de clamar a Ti. Ayúdame a confiar en que Tú eres más grande que el dolor que experimento, y que Tu paz puede existir a pesar del dolor a que me enfrento. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Salmo 62:11-12, Una cosa ha dicho Dios, y dos veces lo he escuchado: Qué tú, oh Dios, eres poderoso; que tú, Señor, eres todo amor; que tú pagarás a cada uno según lo que merezcan sus obras. (NVI)

¿Cómo te ha impulsado el dolor a clamar a Dios? ¡Nos encantaría escuchar de ti! Comparte tus pensamientos en los comentarios.

© 2021 por Kia Stephens. Todos los derechos reservados.

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