Sin embargo, yo confío en que veré la bondad del SEÑOR mientras estoy aquí, en la tierra de los vivientes. Salmos 27:13 (NTV)

«Yo sé que Dios puede obrar todo para nuestro bien», le digo a mi amiga mientras estábamos sentadas afuera tomándonos un café, con las tazas calientitas en las manos y el sol cálido a nuestras espaldas. «Tan solo desearía que Él me dejara echarle un vistazo a lo que está haciendo en medio de todo esto».

Mi amiga no necesita una definición detallada del esto del cual estaba hablando. Ella ha estado conmigo a través de un sufrimiento reciente y ha orado conmigo por un milagro. Ella me ha apoyado… trayéndome alimentos y cafecitos o simplemente abrazándome cuando lo necesitaba. Se ha negado a ofrecerme expresiones triviales cuando el resultado de nuestras oraciones no correspondía a los deseos de nuestros corazones.

Saco un papelito amarillo de mi bolsillo y se lo entrego a ella para que pueda leer mis garabatos: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que lo aman; esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28, RVA-2015).

Durante meses, he llevado esta promesa conmigo a todas partes, como un recordatorio de que aun cuando mis circunstancias no se sienten bien, Dios todavía sigue obrando para mi bien.

He convertido a Romanos 8:28 en una oración de fe, y he aguardado con expectativa a que Dios responda. Pero como mis circunstancias continúan sin algún cambio, mi esperanza se desvanece lentamente.

Mis conversaciones con Dios han empezado a desplazarse de yo sé que Tú puedes tomar este desastre y hacer algo maravilloso con ello… a ¿dónde estás, y qué estás haciendo?

Mientras mi amiga y yo bebíamos nuestro café, envuelvo con palabras mi desánimo, y ella escucha sin juzgar. Ella asiente con la cabeza en reconocimiento, y luego emite una verdad tierna: «incluso cuando no podemos ver cómo Dios está obrando para nuestro bien, podemos elegir ver Su bondad».

Su sabiduría cuelga en el silencio entre nosotras mientras busca algo dentro de su cartera. «Yo también tengo un versículo conmigo», ella dice con un guiño travieso. «Es un recordatorio a que abra los ojos».

Ella me entrega su teléfono, y leo la promesa pixelada que se extendía a lo ancho de la pantalla: “Sin embargo, yo confío en que veré la bondad del SEÑOR mientras estoy aquí, en la tierra de los vivientes” (Salmos 27:13).

El versículo ofrece tanto consuelo como convicción. ¿Cuándo fue que dejé de percibir la bondad del Señor?, me pregunto mientras las palabras del salmista conmueven mi corazón. 

Regresamos a nuestros hogares cuando nuestros cafés se enfrían, y meto ese papel amarillo arrugado dentro de mi diario de oración. No dejaré de creer en la promesa de Dios en Romanos 8:28 y de aguardar con expectativa. Pero mientras tanto hay algo que necesito hacer.

Volteo la siguiente página nueva de mi diario. Susurro, Señor, ayúdame a ver Tu bondad. Pauso mis pensamientos arremolinados y vuelvo a pensar en los momentos de mi día. Luego tomo papel y lápiz y nombro lo que veo:

• Una amiga que habla con amor.
• Tulipanes que florecen en mi jardín.
• Risas alrededor de la mesa del comedor.

Mi desánimo no desaparece de manera instantánea, pero al transformar mis garabatos en alabanzas, mi corazón se siente más ligero, y mi frustración se va acallando.

Cierro mi diario y doblo la esquina de la página para marcar mi lugar. Mañana me detendré para observar nuevamente. Porque una amiga sabia me está enseñando que aun antes de ver el bien prometido por Dios, podemos regocijarnos en Su bondad presente.

Y es allí, en la intersección de la fe y la vista, donde crece la esperanza.

Querido Jesús, sé que Tú eres bueno, y que eres bueno conmigo. Por favor abre mis ojos para ver Tus obsequios de bondad. Restaura mi esperanza mientras espero para ver cómo Tú estás obrando todas las cosas para bien. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Salmos 23:6, Ciertamente tu bondad y tu amor inagotable me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del SEÑOR viviré por siempre. (NTV)

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