Devocionales

Cuando nuestra fe flaquea

Carole Holiday 27 de diciembre de 2024
—¡Sí, creo! —exclamó de inmediato el padre del muchacho—. ¡Ayúdame en mi falta de fe! Marcos 9:24 (NVI)

Me metí en la cama, con las palabras de mi amiga de la llamada que había terminado momentos antes aún en mi mente: «Eres tan fuerte». Eso fue lo que dijo.

¿Por qué, entonces, estaba sollozando en mi almohada? Amo a mi amiga, pero en ese momento, odiaba la duda que brotaba de sus palabras.

Señor, ¿puedes hacer algo bueno de este dolor? ¿Dónde está mi fe? Tú sabes la verdad: no soy fuerte.

Había sido otra temporada de desilusión. Estaba remendando un corazón herido, luchando por darle sentido a un compromiso roto. Había soportado tres cirugías mayores y la recuperación parecía estar estancada. El vivir con un dolor constante me quitaba toda la alegría, y luchaba por sentirme yo misma. Las circunstancias inoportunas de la vida también hicieron que algunos miembros de mi familia se mudaran, lo cual hizo que me sintiera más sola.

Señor, ayúdame en mi falta de fe. Esta frase escondida en mi mente surgió entre mis lágrimas y chocó con las palabras bien intencionadas de mi amiga. ¿No había algún personaje bíblico que le dijo esto a Jesús? ¿Alguien aparte de mí que se atreviera a admitir delante de… bueno, de Dios… que simplemente no contaba con lo necesario para creer en algo bueno?

Me dirigí al Evangelio de Marcos y al relato de un padre con su hijo poseído por un demonio. Con su hijo retorciéndose en las garras de un demonio a los pies de Jesús, este hombre admitió dos cosas que parecen extrañas de combinar:

Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos(Marcos 9:22b, NVI).
—¡Sí, creo! ¡Ayúdame en mi falta de fe! (Marcos 9:24).

Bueno, ¿cuál es?

Me vi a mí misma en este padre afligido con la fe suficiente para ver a Dios, pero no suficientemente para creer en Él. ¿Me desvalorizaba tal honestidad ante los ojos de Jesús? ¿Significaba que mi fe estaba perdida para siempre o, peor aún, que la poca fe que tenía no era buena en absoluto?

Pienso en cómo me siento cuando uno de mis nietos se acerca a mí y admite su debilidad: «Tenía miedo, Nana. Debí ser más fuerte». O bien, «No lo hice tan bien como podría haberlo hecho, Nana. Lo sabía, pero me sentí inseguro».

 

Lo último que quiero hacer en ese momento es castigar. Mi respuesta natural es abrazar a ese nieto con fuerza y confortarlo.

¿Qué pasa con la respuesta de nuestro Padre celestial hacia nosotras como Sus hijas?

Tal vez esta historia paradójica en Marcos 9 no es una reflexión sobre la fe versus la duda, sino sobre la fe y la duda. Sugiere que ambas pueden estar presentes, y esto no impide que Dios obre. Mi confesión de fe vacilante me atrae hacia Dios, revelando un corazón genuino que anhela una relación auténtica. Nada oculto. Sin máscaras. Con nuestro corazón en la mano, por así decirlo.

Me encanta pensar en nuestro Padre celestial como Aquel que aprecia los momentos en que admitimos libremente nuestras dudas más profundas.

Señor, a veces mi vida se siente demasiado pesada. Para empeorar las cosas, dudo de que sea lo suficientemente fuerte para manejarla. ¿Puedes tomar hoy mi falta de fe y ayudarme a llevarla hoy? En el Nombre de Jesús, Amén.

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2 Corintios 12:9-10, pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte. (NVI)

¿En qué consiste la debilidad? ¿Es una admisión de nuestra falta de fe? ¿Qué piensas? ¡Comparte con nosotras en los comentarios!

© 2024 por Carole Holiday. Todos los derechos reservados.


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