El que refrena su lengua protege su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina. Proverbios 13:3 (NVI)
Ensayé palabras que provenían del nerviosismo de una mamá protectora. Mi hijo había hecho algo incorrecto en la escuela, y me habían convocado a una reunión. El ir en su defensa me parecía apropiado. Después de todo, lo amaba. ¿Pero era sabio hacer eso?
Debido a que, desde pequeño, Joel siempre ha parecido ser mayor que su edad real por su tamaño corporal más grande, la gente asumía que lo era, y que por lo tanto debería tener más madurez de lo que sus acciones a menudo mostraban. Siempre sobresalía. Por lo tanto, los adultos lo corregían más que a los chicos de su edad. Y parecía que había vuelto a suceder.
La mujer decidida dentro de mí necesitaba explicar este razonamiento. Estaba segura que influiría en el resultado. Entonces practiqué. Reflexioné sobre las palabras, reorganizando y reconstruyendo oraciones en mi cerebro. Pero no importó cuánto lo intenté, nada parecía correcto.
La poca paz que sentía se evaporó como el vapor en la estufa. Sin embargo, lo que quedó fue un impulso inesperado de permanecer en silencio.
¿Realmente el Señor me estaba pidiendo callar? Probablemente no. Estaba segura que Joel
necesitaba asumir su responsabilidad. No intentaba eximirlo. Aun así, pensaba que mi aporte podría ayudar a los funcionarios, a mi esposo y a mí, a buscar una mejor solución.
Pero Dios continuó pidiéndome permanecer en silencio.
Luché. Dudé. Le rogué que me dejara decir lo que pensaba. Pero nada cambiaba. Lo que debía hacer era dejar mi voluntad en Su altar.
Entonces susurré a penas: «Está bien, Señor ... me quedaré callada». Elegí obedecer y cerrar mis labios, en lugar de lanzarme con las estrategias de mis propios deseos.
Sin argumentos, entré en la reunión y simplemente escuché.
A medida que avanzaba la conversación, el razonamiento de Dios para mi silencio se hizo claro. Uno de los administradores expresó las mismas ideas con las que yo había luchado a principio de la semana. Su explicación, sin embargo, fue más convincente que lo que mi parcialidad como madre pudiese haber sido. También reforzó el inmenso amor que Dios tiene para mi hijo, sin dejar de mencionar el cuidado y la preocupación que mostraron los funcionarios de la escuela.
En un final “ordenado por Dios”, se llegó a un resultado beneficioso para todos, asegurando que Joel cumpla con su responsabilidad. El permanecer callada resultó ser la respuesta correcta. Como Proverbios 13:3 nos dice: El que refrena su lengua protege su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina.
Es fácil hablar precipitadamente, reaccionando a emociones fuertes. Pero esas reacciones con frecuencia, nos conducen tanto a nosotras, como a otros, a lugares de dolor e injusticia. Dios provee un camino mejor.
La sabiduría nos lleva a confiar en el Señor y cuidar lo que decimos, incluso cuando hubieramos querido lanzar nuestra justificación o defensa. Si esto significa que permanezcamos en silencio o que hablemos con amor, nuestro Padre sabe guiarnos. De hecho, lo hace.
Padre celestial, enséñame a guardar bien mis labios. Perdóname por las veces que no lo he hecho. Confío en que sabrás si es mejor que permanezca en silencio, o que hable ante situaciones que encuentre hoy, mañana y de ahí en adelante. Así que, bien sea con palabras o en silencio, elijo glorificarte. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
Salmo 9:10, En ti confían los que conocen tu nombre, porque tú, Señor, jamás abandonas a los que te buscan. (NVI)
Recursos Adicionales
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Edificando con palabras que dan vida por Sharon Jaynes
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Reflexiona y responde
¿A qué conversación o situación te enfrentas por la que puedes orar hoy? ¿Cómo te está guiando Dios a responder?
¿Qué versículos de la Biblia escribirías en un diario que puedan ayudarte a guardar tus labios? ¡Comparte tu respuesta en los comentarios a continuación!
© 2020 por Kristi Woods. Derechos reservados.
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