y me ha dicho: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por tanto, de buena gana me gloriaré más en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo. 2 Corintios 12:9 (RVA-2015)
¡Zas! ¡Pum!
Mi estómago se revolvía mientras iba corriendo al dormitorio donde, al entrar, mi hija de 14 meses me recibió con una sonrisa que demostraba todos sus dientes. Ahí, ella jugaba entre una lámpara que se había caído, un par de portarretratos pequeños esparcidos por el suelo y todo el contenido de los cajones de mi mesita de noche recién derribada. No se daba cuenta de ningún peligro, ni siquiera de las esquinas afiladas de la mesa a solo unos centímetros de su pelo rizado.
Volví al salón con paso inseguro, arrastrando mis pies, donde las evidencias de mis prioridades equivocadas me esperaban en silencio – una taza de café y mi diario.
Mis ojos se posaron en mi diario abierto, la tinta aún fresca donde justo minutos antes había escrito, «Señor, ayúdame a glorificarte en las oportunidades que Tu pones justo delante de mí».
Cayó sobre mí el remordimiento.
¿Cómo pude haber pedido a Dios que me revelara nuevas oportunidades para servirle mientras ignoraba el posible peligro que mi pequeña pudiera enfrentar?
Es poco realista que las madres seamos una figura omnipresente en la vida de nuestros hijos, atándonos a nuestros pequeños las veinticuatro horas al día. Sin embargo, en este caso decidí que valía la pena arriesgar por unos cinco minutos de tiempo a solas en la habitación contigua, convencida que un escenario del “peor de los casos” era muy poco probable.
Es doloroso tan solo escribir esa frase, pero es la cruda verdad. Pasé el resto del día afectada por mi estado emocional debido a la culpabilidad, la vergüenza y el auto desprecio, mientras que en mis pensamientos se infiltraron un torrente de situaciones posibles “¿y sí…?”.
¿Cómo pude haber fallado a Dios otra vez?
¿Nunca aprenderé?
¿Por qué siempre cometo los mismos errores una y otra vez?
En medio de la desesperación, las palabras de Pablo me vinieron a la mente: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
No estoy segura por qué muchas de nosotras encontramos que es difícil aceptar y recibir la gracia y la misericordia de Dios en ciertas áreas de nuestras vidas, especialmente en la maternidad. Aceptamos Su don gratuito de gracia en el contexto de la salvación, pero a veces ignoramos la gracia ilimitada que Él nos extiende a lo largo de nuestro tiempo aquí en la tierra.
En algún punto del camino, me permití creer la mentira de que debemos ganar la gracia de Dios, y si no vivía una vida perfecta, Dios retendría Su misericordia y gracia de alguien indigna como yo. Nada está más lejos de la Verdad de la Palabra de Dios.
Nadie puede ganar el favor de Dios en ningún momento, por ninguna razón. Nadie. Jamás. Su misericordia hacia nosotras se renueva cada mañana. La gracia y misericordia de Dios no es un acontecimiento “de una vez y se acabó”. Es algo que necesito cada hora de cada día porque Dios nos ama y nos sostiene – pase lo que pase.
La mente puede ser un lugar muy oscuro. En pocos segundos, la mente nos puede llevar de la euforia de la cima de una montaña hasta las valles de la muerte y la desesperación. Como pecadores, débiles en nuestra carne, ¿cómo hacemos el proceso de poner fin al tenernos pena, desmontar la duda y luego levantarnos del abismo llamado auto desprecio?
Nuestra respuesta – permanecer en Cristo.
Escuchar la banda sonora de Su Palabra y conectarnos con otros creyentes verdaderamente restaura y renueva nuestra fe. No podemos romper las cadenas que nos atan a los pensamientos mundanos sin la Palabra de Dios, la Verdad que nos libera.
Los acontecimientos de aquella mañana me hacen temblar hasta el día de hoy. Dios protegió a mi pequeña ahí en el suelo y estoy agradecida. Esta experiencia me recuerda que a pesar de todo lo que me esfuerce para lograr la perfección, especialmente como una madre, siempre me quedaré corta. No puedo ganar mi salvación; no puedo vivir una vida sin pecado; no puedo ganarme el favor o el amor de Dios por medio de mis propias acciones.
Pero… al reconocer diariamente que Dios, en Su gracia, nos regala perdón y amor eterno, puedo ceder la presión de ser perfecta al Único que lo es - a Jesús.
Señor, cúbreme con Tu gracia. Tus misericordias son eternas y Te agradezco. Ayúdame a remover mis expectativas de perfección y descansar en Ti para obtener fortaleza diaria. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
Hebreos 4:16, Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro. (RVA -2015)
2 Corintios 6:1, Puesto que somos colaboradores de Dios, les exhortamos a que no echen a perder su gracia. (BLPH)
Recursos Adicionales
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Confiando en Dios en las épocas de sequía
El poder de PARAR
La belleza en lo invisible
Reflexiona y responde
Piensa en un momento en que te fue difícil perdonarte a ti misma y aceptar la gracia de Dios después de haber caído. Si pudieras volver y animarte a ti misma con la Palabra de Dios, ¿qué te dirías?
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© 2020 por Laura Bailey. Todos los derechos reservados.
Estamos agradecidas a nuestras voluntarias por su trabajo realizado en la traducción de este devocional al español. Conócelas aquí.