«Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. Salmos 46:10 (NVI)
Si me preguntan si soy selectiva, responderé que no. Me gusta ser flexible y de mente abierta, y espero que la mayoría de la gente me quiera tener cerca por ser sencilla y agradable. Pero pregúntame si soy exigente, y esa es otra historia.
Soy exigente en cómo ordenar el lavaplatos porque, para mí, los tazones encajan mejor en la rejilla inferior derecha. Soy exigente con las mangas de las camisetas alineadas en la misma dirección cuando se doblan porque se apilan mejor de esa manera. Me gusta comer mi comida cuando está bien caliente, y me irrito un poco cuando tengo que esperar a que los miembros de mi familia, menos preocupados por la temperatura, se sienten a la mesa. Soy exigente en prácticamente todos los aspectos de mi trabajo que podrían ser una reflexión de mi: gráficas, correos electrónicos, empaque y embalaje y marca. Soy exigente en cómo lucen los chicos cuando salimos, especialmente cuando tomamos fotos familiares.
Ser exigente es normal. Todas tenemos nuestras preferencias. El problema ocurre cuando esas particularidades personales se fijan en nuestras mentes como la única manera de hacer las cosas y cruzan al terreno del control. ¡Ay, ay, ay!
El control es especialmente desagradable cuando priorizo mis preferencias por encima de mi cuidado por los demás. Es lo que pasa cuando reordeno el lavaplatos, murmurando en voz baja por la incapacidad de mi hijo de hacerlo correctamente. Es el impulso de hacerme cargo cuando mi hija no está doblando su ropa adecuadamente. Y es la justicia propia que aparece cuando tomo un bocado antes de que todos nos reunamos para orar, porque pasé todo este tiempo preparando la comida y quiero comerla mientras está caliente.
Es el resultado del exceso de trabajo y del estrés por no pedir ayuda o confiar en que otra persona hará lo que erróneamente creo que sólo yo puedo hacer. Es no importarme si el suéter de mi hijo le pica o si el par de pantalones es incómodo porque es lo que quiero que uses, y lo usarás.
Por lo general, mis preferencias son inofensivas, pero a medida que se acumulan silenciosamente, pueden intensificarse. Muy pronto, me encuentro siendo exigente con algo más que las cosas cotidianas como la puntualidad y con la distribución de los cojines en el sofá. Instintivamente, mis ojos buscan y mis manos intentan atrapar más oportunidades para expresar mi manera. El control me hace sentir poderosa, y me gusta esa sensación. Me pone a mí y a mis grandes ideas a cargo, y ¡creo que mis ideas y yo somos bastante buenas! Me permite ser responsable de mí, y eso se siente mejor que confiar en otro.
Pero el control también puede hacer que lastime y desprecie a los demás y tome malas decisiones.
El control asume que yo sé más, pero lo que Dios susurra (o a veces grita) es un conocer diferente.
Él dice,
Quédense quietos y reconozcan.
¿Reconocer qué?
Reconocer que Yo soy Dios.
Oh sí.
Así que, me humillo, abro mi Biblia y encuentro una vez más el lugar que me corresponde.
Renunciar al control nos recuerda que no estamos verdaderamente a cargo. Dejar ir la necesidad de hacer todo a nuestra manera deja espacio para que Dios obre a Su manera en nosotras. Ceder el control es solo una de las muchas formas pequeñas en que hacemos espacio para un crecimiento nuevo. La vida con Dios es la mejor asociación, y es una lección grande e increíble de colaboración, consideración y renuncia al control. Esto es lo que conduce al descanso verdadero.
Señor, vengo a Ti consciente de mi necedad de pensar que sé qué es lo mejor. Confieso esta tendencia a controlar, y abro mis manos para rendirme a Ti. Tu manera siempre es mejor. Recuérdame que Tú estas aquí para mí y que no estoy sola. Recuérdame quedarme quieta ante Ti y reconocer que Tu eres Dios. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
1 Crónicas 29:11, Tuyos son, SEÑOR, la grandeza y el poder, la gloria, la victoria y la majestad. Tuyo es todo cuanto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo también es el reino, y tú estás por encima de todo. (NIV)
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Reflexiona y responde
¿En qué área(s) de tu vida reconoces un deseo constante de controlar? Tómate un momento para abrir tus manos y liberar lo que sujetas con fuerza, y al hacerlo, que seas llena de paz al recordar quedarte quieta y reconocer que Él es Dios. ¡Y conéctate con nosotras en los comentarios!
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