… y durante siete días y siete noches se sentaron en el suelo para hacerle compañía. Ninguno de ellos se atrevía a decirle nada, pues veían cuán grande era su sufrimiento. Job 2:13 (NVI)
Me esforcé al máximo para evitar que mi corazón se rompiera. En la primera reunión familiar que tuvimos mientras estuvimos separados mi marido y yo, no quería estropear las celebraciones con mi corazón adolorido. En ese día hermoso de primavera, fijaba una sonrisa en mi cara para las fotos y aparentaba que todo iba bien. Pero justo debajo de la superficie, la reserva de mis lágrimas estaba a punto de desbordarse.
Mientras la fiesta seguía lentamente adelante, mis emociones daban vueltas, el alivio de que nadie me cuestionara sobre nuestra separación, porque no tenía ninguna respuesta; la vergüenza porque todo el mundo sabía silenciosamente sobre nuestra separación; la depresión por este primer hito indeseado; la preocupación de que mis tres hijos no disfrutarían tanto de este día sin su padre.
Después de dos horas de posar incómoda, me retiré a la terraza delantera para un respiro. Al ver a los niños jugar en el patio, mis emociones subieron dentro de mí como una oleada. Me preguntaba desesperadamente cómo iba a mantenerme entera para el viaje largo a casa, sola.
Sola. Esta era mi emoción predominante. Y yo temía que iba a estar completamente, y permanentemente, sola. El desaliento amenazaba con abrumarme.
Justo en ese momento, mi cuñado me acompañó en la terraza. Siendo siempre un hombre de pocas palabras, él simplemente se sentó al lado mío. Finalmente empezamos una sencilla conversación, principalmente sobre los niños. Sin embargo, sabía por qué realmente estaba ahí. Él quiso asegurarse de que no me sintiera tan sola.
Conduciendo a casa, me desmoroné un poquito, detrás de mis gafas de sol. Qué alivio dejar caer algunas de mis lágrimas. En la luz del sol de la tarde, encontré los motivos de ser agradecida, agarrándome a la fe como a un bote salvavidas. Al dar gracias a Dios por la presencia reconfortante de mi cuñado, me acordé de esta escena en la historia de Job:
… y durante siete días y siete noches se sentaron en el suelo para hacerle compañía. Ninguno de ellos se atrevía a decirle nada, pues veían cuán grande era su sufrimiento. (Job 2:13)
Job estaba aguantando una angustia enorme, unas pérdidas terribles y permanentes que le sacudían hasta lo más profundo de su ser. Sentado en las cenizas, se veía lamentable.
Sus tres amigos le ministraron. Ellos lloraron en voz alta, rasgaron sus vestiduras y arrojaron polvo sobre sus cabezas (Job 2:12), como expresiones propias del lamento en su cultura. Después se sentaron a su lado en silencio durante siete días completos antes de decir cualquier palabra de consuelo.
En el dolor de mi separación lo que necesitaba, más que cualquier otra cosa, era el saber que no estaba sola. Cuando me sentía sola, estaba tentada a perder la esperanza. El aislamiento es donde Satanás nos invita a bajar las escaleras de la desesperación. Pero cuando alguien se ofrece a sentarse a nuestro lado en nuestro dolor, podemos encontrar consuelo en el poder silencioso de la comunidad.
He experimentado otros momentos cuando otras se sentaron a mi lado, escuchando y amando sin palabras. En mi formación para ser una Stephen Minister (una ministra al estilo de Esteban), he aprendido que el simple hecho de sentarse a lado de alguien que está sufriendo, es a menudo la mejor manera de mostrarles el amor de Dios.
Si lees más en el libro de Job, encontrarás cómo sus amigos se equivocan con sus palabras. Es muy fácil decir algo ofensivo, sin querer, a una persona afligida aún cuando estamos intentando ser de ayuda. He cometido ese error antes.
Pero, gracias a que otras mostraron el poder silencioso de sentarse a mi lado para hacerme compañia en mi dolor, estoy aprendiendo a mantener mi boca cerrada y simplemente sentarme a lado de otros que necesitan cariño y consuelo.
Muchas de nosotras no sabemos qué decir o hacer cuando alguien está sufriendo. ¿No es alentador leer este ejemplo bíblico de simplemente sentarse al lado de alguien para ofrecerles consuelo? Todas podemos aprender a hacer esto. Cuando nos sentamos al lado de otras en su dolor, acompañándolas, Dios obrará por medio de nosotras con Su poder silencioso para recordarles que no están solas, sino que son vistas y amadas.
Padre Dios, quiero dar consuelo a otras como Tú me has consolado. Enséñame cómo consolar simplemente por medio del poder silencioso de sentarme a su lado en su dolor. Quiero que seas glorificado mientras Tú las consuelas por medio de mi presencia silenciosa. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
2 Corintios 1:3-4, Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. (NVI)
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© 2021 por Sarah Geringer. Todos los derechos reservados.
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