Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios quien me amó y se entregó a sí mismo por mí. Gálatas 2:20 (RVA-2015)
«Por favor, no derrames las galletitas de queso».
Se los pedí amablemente. Tan gentilmente que figurativamente comencé a darme una palmadita en la espalda. Mis niños pequeños y yo estábamos correteando y atrasados de nuevo, sin embargo, amablemente acordé abrir el recipiente gigante de galletas de colores brillantes que acabábamos de conseguir en la tienda.
Gran error.
En cuestión de minutos, escuché el sonido que todas las madres temen: el horrible sonido de partículas de comida pequeña intercambiando la seguridad de su contenedor por la libertad que se encuentra en cada grieta y hendidura del suelo del coche. Visiones de un millón de migas naranjas trituradas llenaron mi cabeza con ira.
En ese momento, tuve una opción: continuar como “mamá paciente modelo” o dejar que todas las emociones de mi carne cayeran en forma de duras reprimendas, sermones y suspiros para enviar un mensaje. Me encantaría decirte que elegí sabiamente, pero esta vez me encontré pidiéndoles perdón a mis hijos.
Estos momentos son tan desafiantes, ¿no es así? Un minuto vamos tan bien. Al minuto siguiente, nos encontramos de frente en una situación que nos tuerce la mano. ¿Vamos a responder en la carne o con el Espíritu Santo?
Tanto si eres mamá como si no, todas enfrentamos esta elección de forma regular. Puede ser esa compañera de trabajo competitiva que alborota tus sentimientos de autoestima. O un comentario desconsiderado de una amiga que llega a un lugar sensible en tu corazón. Incluso la cajera en el supermercado puede chocar con nuestra felicidad cuando la línea no se mueve lo suficientemente rápido.
Muy a menudo, estas situaciones revelan una desconexión en nuestro corazón: somos chicas que amamos a Jesús, pero no siempre respondemos como lo haría Jesús. Aceptamos con gusto nacer de nuevo en Su familia, pero somos menos rápidas en reconocer la otra cara: el hecho de que debemos morir a nosotras mismas en el proceso.
Aceptar el regalo de la salvación de Cristo significa que también estamos de acuerdo en dejar nuestros derechos, orgullo y el sentido ilusorio de control. Vaya. De hecho, es una muerte.
El apóstol Pablo también luchó con esta realidad, y en el libro de Gálatas, nos da un hermoso mapa de ruta para manejar la tensión:
Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios quien me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)
Pablo nos recuerda que, aunque todavía vivimos en nuestros cuerpos carnales caídos, la muerte de Cristo ha roto el control del pecado sobre nosotras. Debido a Su sacrificio, ya no estamos a merced de nuestras reacciones instintivas y naturales; ahora podemos optar por actuar con la guía del Espíritu Santo.
Y aunque esa elección a veces resulta terriblemente difícil, no olvidemos que Jesús nos da poder en el calor de cada momento turbulento. Al igual que Pablo, ¡tú y yo nos enfrentamos cada día con el poder de la resurrección corriendo por nuestras venas!
El Salvador que entregó Su vida nos fortalecerá a medida que vayamos y hagamos lo mismo. Él está con nosotras cuando nos mordemos la lengua con tanta fuerza que sangra. Él está con nosotras cuando celebramos a los demás en lugar de hacer sonar nuestras propias bocinas. Él nos da poder cuando nos han lastimado y queremos arremeter con ira, pero en lugar de ello optamos por la bondad.
Y nos perdona incluso cuando no elegimos sabiamente. Cada vez que veo una galleta de queso, ¡estoy agradecida por Su gracia!
Morir a uno mismo no es tarea fácil. Sin embargo, cuando lo hacemos, renacemos en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, fidelidad y dominio propio, el fruto de una vida vivida al paso del Espíritu Santo.
Hoy, sigamos el ejemplo de nuestro Salvador y escojamos la muerte a nosotras mismas para que podamos caminar en Su vida gloriosa.
Querido Jesús, gracias por Tu sacrificio que nos liberó de la esclavitud al yo y al pecado. Ayúdanos hoy a elegir caminar en el poder del Espíritu Santo y llevar la vida del evangelio a quienes nos rodean. Que te traigamos gloria hoy. En el Nombre de Jesús, Amén.
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PROFUNDICEMOS
Romanos 6:6, Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; (RVA-2015)
¿En qué parte de tu vida te resulta más difícil “morir” a ti misma? ¿Cómo se vería diferente esa situación o relación si respondieras en el poder del Espíritu Santo?
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© 2021 por Meredith Houston Carr. Todos los derechos reservados.
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