Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?». 1 Corintios 15:55 (NTV)
Perder a alguien que amas puede acuchillar tu corazón de manera tan brutal que redefine para siempre quién eres y cómo piensas. Es lo que yo llamo dolor profundo.
Esto va en contra de todo lo que alguna vez creíste. Tanto es así, que te preguntas cómo las promesas que parecían tan reales ayer en esas páginas delgadas de la Biblia pudieran resistir el peso de esta tristeza enorme hoy.
Esto es parte de lo que hace que sea tan difícil hablar sobre la muerte. La mera mención de la muerte y el morir puede provocar una enorme cantidad de dolor no resuelto.
Recuerdo estar parada al lado de un ataúd demasiado pequeño para aceptarlo. Rosas rosadas adornaban por todas partes. Mi corazón, aturdido y destrozado. Todavía hay ciertas fechas en el calendario que pueden desencadenar una avalancha de preguntas y dolor en torno a la pérdida trágica de mi hermanita. Imagino que tú también tienes días así.
Pero no es solo el dolor lo que lo hace difícil. También puede haber mucho miedo. Miedo a la muerte de otros seres queridos. Miedo a nuestra propia muerte. Miedo a cómo podría ser para nosotras el proceso de morir.
Todo puede resultar tan abrumador y paralizante.
Cuán agradecida estoy de que las Escrituras contengan verdades poderosas que podemos recordar cuando el miedo a morir trata de impedirnos vivir de verdad. Podemos sentir miedo, pero no tenemos que vivir con miedo.
Desde el principio, como cristianas, se nos enseña que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23, NBLA) y que Jesús vino a pagar ese precio por nosotras. Hebreos 2:17 dice específicamente que vino a “hacer propiciación por los pecados del pueblo” (NBLA). La definición de la palabra griega usada aquí para “propiciación", hilaskomai, significa tanto “hacer expiación” como “mostrar misericordia”.
Me encanta cómo vemos la misericordia de Jesús en exhibición en Hebreos 2:14-15: “Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, también Jesús participó de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida” (NBLA).
Estas palabras se sienten muy personales.
Qué gracia y bondad, que Jesús viniera a liberarnos tanto del poder de la muerte como también del miedo a ella.
Donald Guthrie afirma en su comentario sobre Hebreos que parece “paradójico que Cristo usara la muerte como un medio para destruir la malicia de la muerte”. Pero debido a que la muerte se había convertido en una realidad para nosotras como resultado del pecado, solo la ofrenda de la vida sin pecado de Jesús podría revertir esta maldición. (Romanos 5:12-17)
A través de Su muerte, Jesús venció a la muerte por nosotras. Y Su cuerpo resucitado nos permite ahora declarar: “Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?»” (1 Corintios 15:55).
Esto no significa que, de este lado de la eternidad, nuestros corazones nunca experimentarán el dolor profundo o sentirán el dolor de la pérdida. Incluso si sacaras el veneno a un escorpión mortalmente venenoso, su picadura seguiría causando dolor. Pero el ataque del escorpión ya no tendría el poder de acabar con tu vida. Esto es lo que ha hecho Jesús. Ha eliminado la fatalidad del aguijón de la muerte. Él nos ha dado la victoria (1 Corintios 15:57).
Para aquellos que creen en Jesucristo como Señor de sus vidas, la muerte no es el fin. Es otro comienzo. La muerte no es más que un pasadizo en el momento designado por Dios para que finalmente escapemos de este mundo estropeado, lleno de imperfecciones, y seamos bienvenidas al hogar que hemos estado añorando toda nuestra vida (Apocalipsis 21:4).
Sé lo increíblemente difícil que puede ser todo esto. Pero mantengamos el entendimiento tierno de que Jesús ya se ha adelantado y ha preparado el camino. No tenemos por qué temer.
¿Y si estás luchando con el dolor perforante de una pena profunda en este momento? Lo siento mucho, querida.
Incluso cuando sabemos sin duda alguna que algún día volveremos a ver a nuestro ser amado, la realidad es que el dolor profundo lleva tiempo. Se requiere oración. Se necesita vadear a través de un océano de lágrimas, solo para descubrir un día que el sol sigue brillando.
Date un poco de gracia y sigue aferrándote al conocimiento de que Dios está cerca y que todas Sus promesas son verdaderas.
Dios Padre, la muerte se siente como una de las peores cosas que pueden pasar. Y, sin embargo, Tu Palabra nos recuerda tiernamente que es solo por medio de nuestra muerte física que podemos resucitar en perfecta unión contigo y recibir nuestro cuerpo celestial. Gracias porque Jesús experimentó voluntariamente la muerte para que podamos tener la vida eterna. Y gracias por encontrarte con nosotras en nuestras preguntas y lágrimas con Tu presencia amable y la esperanza de Tu Palabra. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Apocalipsis 21:4, “Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más»”. (NTV)
¿Cómo te ayuda saber que la muerte no es el final de nuestra historia? ¿Qué otras verdades de las Escrituras animan tu corazón cuando se trata de este tema? Comparte tus pensamientos en los comentarios.
© 2021 por Lysa TerKeurst. Todos los derechos reservados.
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