Devocionales

Sanando lo que recuerda mi cuerpo

Lynn Cowell 26 de octubre de 2021
Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, Y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, Por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, Molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, Y por Sus heridas hemos sido sanados. Isaías 53:4-5 (NBLA)

El mes pasado tuvo todos los ingredientes de una temporada feliz, al menos superficialmente. Mi madre anciana encontró un nuevo lugar para vivir, un lugar seguro donde haría amistades nuevas y tendría acceso a los servicios que necesita.

Mamá estaba emocionada acerca de su comienzo nuevo y sin embargo, a veces sentía un peso ligero en mi corazón que no podía identificar precisamente. ¿Tú también has experimentado tristeza o dolor y sinceramente, sin saber por qué?

Mientras llevábamos otra caja al apartamento nuevo de mamá, mi hermana me detuvo en el pasillo. «Lo he estado pasando mal. La casa de mamá es mi última conexión con papá», reveló.

Eso es lo que pasaba.

Perdimos a nuestro padre a causa del cáncer hace más de 20 años. Sin embargo, mientras clasificábamos y empacábamos la casa de mamá, el donar las pertenencias de papá había despertado nuevos sentimientos de tristeza que ni siquiera había notado.

Afortunadamente, mi hermana mencionó esto, ayudándome a identificar el origen de la tristeza que llevaba. Ella compartió conmigo que la consejería que había recibido hace años le había enseñado a enfrentar las cosas más despacio, preguntarse qué estaba sintiendo y tratar de identificar la fuente de esos sentimientos.

A veces, por nuestra propia cuenta, simplemente no sabemos por qué sentimos lo que sentimos. Nuestro cuerpo dice que estamos tristes y no sabemos por qué. En esos momentos, podemos ser bendecidas al tener un hermano, un cónyuge o una hermana en el cuerpo de Cristo que pueda ayudarnos a identificar su raíz. Podemos optar por ver a una consejera que pueda ayudarnos a profundizar en las raíces de nuestro dolor. Sobre todo, podemos mirar al Espíritu Santo dentro de nosotras y pedirle que nos revele dónde necesitamos que Él venga con la sanidad de Jesús.

En Isaías 53, Isaías profetiza del Cristo que vendría, y vino para nuestra sanidad.

Isaías 53:3a describe cómo Jesús fue, “despreciado y rechazado: hombre de dolores, conocedor del dolor” (NTV). Mientras Jesús estaba en la tierra como humano, experimentó los mismos sufrimientos que nosotras. Conocía bien la aflicción, incluso el dolor del duelo.

Mientras preparaba a mamá para su mudanza, pensé que simplemente estaba cumpliendo con una responsabilidad. Pero mi corazón y mi alma me llevaban atrás en el tiempo, recordando.

No reconocí el dolor cuando regresó, como en forma de baile, a mi corazón.

Aunque inicialmente no pude identificar la fuente de mi dolor, mi cuerpo la recordó. Las herramientas en el cobertizo de papá, una camisa al azar en un cajón del tocador, el portalápices de su escritorio, cada uno creaba una conexión a la que no estaba prestando atención. Incluso mientras hago la conexión ahora, las lágrimas corren por mi rostro. Estoy agradecida de ver que el dolor que siento significa que hay otra capa de mi corazón que todavía necesita sanidad.

Jesús murió por este y todo tipo de dolor. Isaías 53:4-5 continúa diciéndonos: “Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, Y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, Por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, Molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, Y por Sus heridas hemos sido sanados”.

Jesús sufrió por el perdón de nuestros pecados y sufrió para que pudiéramos estar sanas. Es Su deseo que seamos sanadas de nuestras tristezas. Él quiere que experimentemos “vida plena y abundante” (Juan 10:10b, NTV).

Si bien pueden haber partes de nuestras vidas que no entendemos completamente, nuestro Jesús nos comprende completamente y quiere sanarnos y restaurarnos totalmente. Ya sea que esa sanidad sea para algo de días pasados o para una herida reciente que sucedió ayer, Él está listo para traer paz y sanidad a nuestras mentes y nuestras almas.

Jesús, ni siquiera conozco la causa de algunos de mis dolores, pero Tú sí. Me conociste incluso cuando me estaba formando. Ven con Tu sanidad. Restaura mi corazón, alma y mente para que pueda experimentar plenamente la vida que deseas para mí. En el Nombre de Jesús, Amén.

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PROFUNDICEMOS

Salmos 103:2-4, Bendice, alma mía, al SEÑOR, Y no olvides ninguno de Sus beneficios. Él es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de bondad y compasión… (NBLA)

En el Salmo 103:2-4, David dice que Dios es el Dios que nos sana, nos redime y nos corona de bondad y compasión. ¿En cuál de estas tres formas necesitas que Jesús haga un trabajo más profundo en tu vida hoy: sanándote, redimiéndote o revelándote la profundidad de Su bondad y compasión? Ora y pídale que comience este trabajo en tu corazón y mente hoy. ¡Comparte con nosotras en los comentarios!

© 2021 por Lynn Cowell. Todos los derechos reservados.

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