»Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios. Mateo 5:8 (NBLA)
No quería decirlo. No quería sentirlo. No quería estar luchando con ello. Sin embargo, sé que es imposible arreglar los problemas que tengo cuando me niego a admitirlos.
“No estoy segura de que el Señor esté realmente conmigo”.
Me encontraba en una temporada en la que había asistido a la iglesia durante mucho tiempo. Pero sospechaba que otras cristianas tenían una línea más directa con Dios que yo.
Las cosas parecían funcionar para ellas. Llevaban diarios de gratitud y tenían mucho que escribir en esas páginas cada día. Al estudiar la Biblia juntas, tenían revelaciones increíbles, como: «Estos versículos realmente hablaron a mi corazón… El Señor acaba de mostrarme algo maravilloso…» o, «Veo Su mano moviéndose tan poderosamente en mi vida ahora mismo».
Escuchaba su confianza y quería recoger tranquilamente mis notas y mi Biblia, que no tenía ni remotamente la cantidad de marcas resaltadas que tenían las suyas, e irme a casa. ¿Qué me faltaba?
A veces sentía una sensación de seguridad y consuelo al estar de pie con las manos alzadas en una multitud entusiasmada entonando cánticos de alabanza. O tenía un momento excepcional en el que ocurría algo grande y declaraba: «¡Vaya, mira lo que hizo el Señor!» Pero yo no era como esas otras chicas en el estudio bíblico. Y tenía demasiado miedo de confesar mi incertidumbre ante cualquiera, o de hacer preguntas.
Me quedé callada. Y traté de tener la misma confianza espiritual inquebrantable que todas las demás tenían sobre su situación. Mientras tanto, internamente, no podía dejar de pensar que, si Jesús realmente se preocupa por mí, ¿por qué parece que se esconde? Y si Jesús realmente quiere una relación conmigo, ¿por qué no puedo verlo, escucharlo y conocerlo? Si una relación humana fuera así de misteriosa, concluiría que la persona no quiere hablar conmigo, me está rechazando, o dejándome saber —y no tan sutilmente— que siga mi camino.
Entonces recordé un consejo que había escuchado acerca de las relaciones: si las personas quieren mejorar sus conexiones con amigos y familiares, tienen que comunicar sus expectativas con más claridad.
Tal vez eso era lo que tenía que hacer con Jesús. Así que escribí en mi diario tres deseos que tenía para mi relación con Él:
- Quiero verte.
- Quiero escucharte.
- Quiero conocerte.
Al principio, esto se sentía muy raro e incómodo. Después de todo, sabía que probablemente no vería ni escucharía físicamente a Jesús. Pero lo que mi corazón pedía a gritos era ver la evidencia de Su realidad en mi vida. Realmente quería experimentar Su presencia y caminar con la seguridad de que Él me veía, me escuchaba y quería conocerme.
Entonces leí las palabras de Mateo 5:8: “Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. Este versículo no dice que sólo una persona perfecta verá a Dios. No, los puros de corazón… los que realmente quieren buscar a Dios… lo verán.
Seguí escribiendo en mi diario sobre esto y un día decidí convertir esa lista en una oración que repetiría cada día. Y finalmente añadí: “Quiero seguirte con ahínco todos los días, así que antes de que mis pies toquen el suelo, te digo sí”. Decidí que luego de orar de esa manera cada día, empezaría a buscarlo con mayor intencionalidad a lo largo de mi día. Me conectaría con mis propias experiencias de vida y empezaría a vivir con la expectativa de que esa oración fuera respondida.
Ya han pasado más de 20 años desde que empecé a hacer esta oración.
Y soy diferente porque he aprendido a experimentar la presencia de Jesús y vivir con la expectativa de Su presencia diariamente. Ha sido una búsqueda intencional y diaria de Él. Buscarlo en lugares inesperados. A través de lo bueno. A través de lo no tan bueno. Y todo lo que hay en medio.
Todavía pienso en esa duda que me perseguía en mis primeros días de seguir a Cristo: “No estoy segura de que el Señor esté realmente conmigo”. No puedo decir que esa duda no vuelva a aparecer en mi mente. Pero lo que ha cambiado drásticamente es que ahora no me hace caer en una espiral de pánico y desesperanza. No temo que la duda sea una señal de que mi fe es débil. Todo lo contrario. Ahora la veo como una invitación para comenzar a buscar al Señor más intencionalmente.
Querido Señor, mi mayor deseo es conocerte más y verte en cada parte de mi situación. Hoy te digo «sí» y declaro mi confianza en Tu plan para mi vida. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Jeremías 29:13, Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón. (NVI)
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© 2021 por Lysa TerKeurst. Todos los derechos reservados.
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