—Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Lucas 13:12 (NVI)
Allí me senté. Segunda fila, en el medio. Al frente y en el centro. Muerta de miedo. No le tenía miedo a la cámara. Tenía miedo de la vida.
El día que encontré esa foto mía, estaba hojeando un álbum de recortes de la infancia que hizo mi mamá. Las fotos comenzaron el día que me trajo a casa del hospital y continuaron durante los cumpleaños y las fiestas de Navidad. Pero cuando llegué a la foto de mi clase de jardín de niños, mi corazón se detuvo.
Mientras todos los otros niños se sentaban erguidos con grandes sonrisas que enorgullecerían a cualquier padre, yo me senté desplomada con la mano en la boca... mordiéndome el nudillo del dedo índice derecho.
Mi cabello estaba perfectamente rizado y mi vestido con monograma almidonado. Me veía bien por fuera. Pero por dentro, recuerdo querer desaparecer de la cámara mientras la inseguridad y el miedo pesaban mucho sobre mis hombros. El hogar de mi infancia no había sido un lugar seguro.
La imagen de mi cuerpecito desplomado en esa foto del jardín de niños, me recuerda a una mujer que conocemos en las Escrituras. Ella también se desplomó, no porque no quisiera pararse o sentarse derecha, sino porque no podía. Encontramos su historia en Lucas 13:10-13:
Un sábado Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas, y estaba allí una mujer que por causa de un demonio llevaba dieciocho años enferma. Andaba encorvada y de ningún modo podía enderezarse. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: —Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Al mismo tiempo, puso las manos sobre ella, y al instante la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios. (NVI)
Si bien es posible que no nos identifiquemos con estar desplomadas físicamente, la mayoría de nosotras podemos relacionarnos con estar “desplomadas” emocionalmente. Vemos pies… gente que nos pasa, con sus vidas ocupadas. Vemos tierra… los errores que hemos cometido a lo largo de los años. Vemos basura… el dolor que nos infligen los demás, y a veces, nuestras propias malas decisiones.
Sentimos el peso del mundo sobre nuestros hombros. Dobladas y desplomadas, tal vez porque nuestra raza, etnia, género, edad, falta de capacidad física, estado civil, antecedentes familiares o necesidades financieras se vuelven una carga en nuestro mundo roto.
Vivimos paralizadas por la vergüenza, el miedo, el dolor, la decepción, la depresión, la pobreza, la inseguridad, la inferioridad, la insuficiencia, o los sueños rotos.
Estuve lisiada emocionalmente durante muchos años. Escuché palabras de mi pasado que me decían que era “fea”, “no lo suficientemente buena” e “inútil”.
La inferioridad, la inseguridad y la insuficiencia fueron mis tres compañeras más cercanas. No me gustaban estas tres sombras, pero me seguían a donde fuera. Me acosaron, gritando burlas y acusaciones que nadie escuchó excepto yo. Cuanto más las escuchaba, más me ataba emocionalmente.
Entonces, un día, Jesús me llamó para que saliera de mi escondite, con tanta seguridad como llamó a la mujer lisiada en la sinagoga en Lucas 13. Fue como si Él colocara Su mano llena de cicatrices de clavos debajo de mi mentón y levantara mi cabeza. Le susurró a mi corazón herido: Sharon, eres libre de tu enfermedad de sentirte menos. Debido a la obra consumada que hice por ti en la cruz, y debido a Mi espíritu en ti, eres más que suficiente para hacer lo que te he llamado a hacer y para ser quien te he llamado a ser.
Y eso es exactamente lo que te está diciendo hoy. No más hundirse en la duda o desplomarse en una convicción a medias. En cambio, puedes pararte con la estatura completa de una mujer segura de tí misma que sabe que está equipada por Dios, fortalecida por el Espíritu Santo y envuelta en Jesucristo. Una hija de Abraham por injerto. Un hija de Dios por elección.
¿Hay algo en tu vida que está paralizando tu espíritu? ¿La falta de perdón, la amargura, el resentimiento, la culpa, la pena, la preocupación, el arrepentimiento, la comparación? Hoy es el día para soltarlo, desecharlo, tirarlo.
Lo que sea que te haya impedido levantar la cabeza… ¡Jesús ha venido a liberarte! Levanta la cabeza, querida hermana. Él te ha llamado por tu nombre. Eres suya.
Querido Jesús, ¡gracias por liberarme! Hoy, elijo caminar en esa libertad y nunca más ser cautiva de cadenas emocionales. En el Nombre de Jesús, Amén.
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PROFUNDICEMOS
Juan 8:36, Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres. (NVI)
Gálatas 5:1, Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud. (NVI)
Lee el pasaje completo de la mujer lisiada en Lucas 13:10-17. ¿Qué es lo que más te impresiona de las interacciones y reacciones de Jesús?
¿A qué te está llamando Jesús a ser libre hoy?
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