SEÑOR, hazme conocer tus caminos; muéstrame tus sendas. Encamíname en tu verdad, ¡enséñame! Salmo 25:4-5 (NVI)
Una tarde, mientras trabajaba, oí a mi marido, J.J., y a nuestra hija, Aster, jugando con nuestros dos perros salchicha. Pronto, él y Aster leerían un libro y harían sus oraciones antes de dormir. Ansiaba estar con ellos, relajada y despreocupada, conectando con mi niña.
Mientras me recordaba a mí misma que tenía una fecha límite, que ya se había retrasado, mis pensamientos fueron interrumpidos por una cruel y condenatoria voz de “culpa de mamá” que me decía que no había pasado suficiente tiempo con Aster esa semana. El sentimiento de culpa también me había acosado ese mismo día, diciéndome que era una irresponsable por alargar mi plazo, aunque la prórroga se debiera a circunstancias que no podía controlar.
Las risas y los ladridos juguetones de los perros sonaban en el pasillo, lo cual hacía aún más difícil seguir trabajando. Quería estar con mi familia, pero no quería dejarme llevar por la culpa. Quería que el amor me guiara. Cuando empecé a formar una oración, me vino a la mente el versículo clave de hoy: “SEÑOR, hazme conocer tus caminos; muéstrame tus sendas. Encamíname en tu verdad, ¡enséñame!” (Salmo 25:4-5).
Así que susurré mi oración, pidiéndole a Dios que me mostrara el camino correcto y me guiara por Su Verdad…
Después de orar, sentí que Dios me alentaba a tomar un breve descanso de 10 minutos y a confiar en que Él me ayudaría a cumplir con mi plazo. También sentí que la culpa me había quitado suficiente tiempo, y Él no quería que le dedicara ni un minuto más. A menos que detectara que Aster estaba triste, Dios no quería que yo le dijera, “Siento mucho no haber pasado tiempo contigo, y me siento tan mal por ello”, o que esperara secretamente que ella dijera algo para hacerme sentir menos culpable.
Quería darle a mi hija toda mi atención, abrazos, risas y amor durante los 600 segundos que teníamos juntas. Como madre, quería que el amor guiara mis acciones y no la culpa.
Cuando entré en la habitación de Aster y le dije que quería formar parte del tiempo de juego del perro, no mencionó que me echaba de menos. No me preguntó por qué no había pasado más tiempo con ella. No había estado pensando, ¿Dónde está mi madre? No puedo creer que no esté pasando tiempo conmigo. ¡Es una mala madre! Disfrutamos de ese descanso de 600 segundos sin que un solo segundo fuera consumido por la “culpa de mamá”.
Cuando la culpabilidad llegó esa noche, trató de robarme la concentración y de quitarme un tiempo que no tenía para desperdiciar. Ya antes me había dejado llevar por ello. Pero afortunadamente Dios me ayudó a reconocer lo que estaba sucediendo y a desviar mi atención del tiempo que no tenía, para poder ofrecer lo que sí tenía.
A diferencia de la convicción del Espíritu Santo, que nos insta amorosamente a apartarnos del pecado por nuestro propio bien, la culpa nos roba el pasado y el presente. El sentimiento de culpa nos roba el tiempo, la energía y la concentración al hacernos pensar en todo lo que no estamos haciendo o en lo que “deberíamos” estar haciendo, cuando podríamos simplemente hacerlo. Dedica el tiempo. Di la disculpa. Envía el mensaje de texto. Deja la nota adhesiva.
Dios no desea que vivamos desde un lugar de culpa. En cambio, Él quiere que vivamos desde un lugar de Su amor y gracia, especialmente cuando se trata de pasar tiempo con nuestros hijos. Él nos extiende Su gracia tan gratuitamente… ya sea que tengamos 6 millones de segundos de sobra o sólo 60.
Mamá, Dios sabe que estás haciendo lo mejor que puedes. Podemos ser madres con confianza cuando nos despojamos de las cadenas de la culpa y, en cambio, nos envolvemos en el amor y la gracia de Dios para con nosotras.
La “culpa de mamá” intenta convencernos de que no hacemos lo suficiente y nuestros hijos piensan que somos lo peor. Pero ellos están dispuestos a darnos mucha más gracia de la que creemos. Simplemente tenemos que entrar en esa gracia y ser lo que podemos ser.
No tenemos tiempo qué perder. Y no tenemos que perder el tiempo que tenemos cediendo a la culpa. Vivamos plenamente en lo que podemos hacer mientras nos negamos a sentirnos culpables por lo que no podemos hacer.
Señor, ayúdame a darme gracia a mí misma cuando sienta el peso de la culpa. En lugar de dar a la culpa mi energía mental y emocional, ayúdame a seguir como Tú me guías con Tu amor. Ayúdame a hacer lo que pueda para aprovechar al máximo los minutos y momentos que me has dado con mis hijos. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Profundicemos
Romanos 8:1, Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús. (NVI)
¿Con qué frecuencia la culpa te roba la atención y el tiempo con pensamientos condenatorios sobre lo que no estás haciendo lo suficiente?
¿En qué área de tu vida necesitas que Jesús, y no la culpa, te guíe en el camino que debes seguir? Nos encantaría saberlo, por favor comparte tus pensamientos en los comentarios.
© 2022 por Renee Swope. Todos los derechos reservados.
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