Devocionales

Cuando anhelas ser conocida

Brenda Bradford Ottinger 4 de abril de 2022
—¡María!—dijo Jesús. Ella giró hacia él y exclamó: —¡Raboní! (que en hebreo significa “Maestro”). Juan 20:16 (NTV)

Cánticos suaves de alabanza se mezclaban con el aroma cálido del café que flotaba en el aire, mientras mujeres alegres entraban hacia el sonido de sus nombres, llamadas por voces familiares.

Yo era nueva en la ciudad y apenas me había convencido de asistir a la “noche de damas” en la iglesia, donde nadie sabía mi nombre.

Mientras eché un vistazo a los grupos de mujeres riendo y asintiendo con familiaridad, esperaba en silencio que alguien me invitara a su círculo de conversación.

Aquella noche, más que nada, anhelaba sentirme conocida.

Eso ya es un recuerdo del pasado, pero incluso hoy, después de dos años de distanciamiento social, me encuentro anhelando volver a conocer y ser conocida de maneras más íntimas.

Ya sea que seamos nuevas en un grupo, en un trabajo o en una época de la vida, ya seamos las introvertidas que nos cuesta acercarnos a las demás o de las que hemos pasado por tantas cosas que no sabemos en quién confiar o a quién dejar entrar, un grito común del corazón humano es sentirse conocida.

Recientemente, un versículo de la Biblia que había pasado por alto cautivó mi corazón. Tres días después de la crucifixión de Jesús, María Magdalena, amiga y seguidora de Jesús, regresó a Su tumba para ungir Su cuerpo con especias aromáticas, pero para su sorpresa, encontró la tumba vacía.

Cuando María se disponía a marcharse, vio a Jesús parado allí. Al no reconocerlo en Su estado resucitado, María confundió al Salvador resucitado con un jardinero, diciendo: “—Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo puso, y yo iré a buscarlo” (Juan 20:15d, NTV).

Pero entonces, “—¡María!—dijo Jesús. Ella giró hacia él y exclamó: —¡Raboní! (que en hebreo significa “Maestro”)” (Juan 20:16).

¡Aquel a quien María había buscado entre los muertos, respiraba ahora su nombre en el amanecer de un día nuevo y glorioso!
Inmediatamente, el corazón de María reconoció lo que sus ojos no habían visto. La voz que la había rescatado, expulsando de ella siete espíritus malignos (Lucas 8:2). La voz de Aquel a quien ella seguía, servía y amaba, la llamó por su nombre. Jesús conocía su nombre, y ella conocía Su voz.

Antes al leer este pasaje, sólo había considerado que María fue la primera en presenciar a Jesús resucitado. Ahora, por primera vez, me doy cuenta lo que debió ser para María escuchar la voz de Jesús pronunciando su nombre.

Sin embargo, este no era un sonido desconocido para María. “Raboni—”, el término que grita al reconocer a Jesús, es una referencia más personal que “maestro”, menos formal que el título de “Rabí”. Desde el día en que conoció a Jesús, María lo siguió fielmente, lo cual no era simplemente un decir; ella formaba parte de un grupo de creyentes que realmente seguía a Jesús de pueblo en pueblo, brindando apoyo tanto a Él como a Sus discípulos.

Como María había pasado tanto tiempo con Jesús, reconoció al instante el sonido de su nombre en Sus labios. Del mismo modo, cuanto más tiempo pasamos con Jesús en la oración y en Su Palabra, más se afinan nuestros oídos a Su voz en nuestras vidas. Oh, para conocerlo más.

Cerrando los ojos, pongo mi nombre en este versículo donde aparece el nombre de María y escucho cómo la tierna voz del Salvador resucitado pronuncia cada sílaba de mi nombre. De repente, el anhelo de sentirme conocida se apaga al recordar que Aquel que me conoce íntimamente, venció la muerte y salió de esa tumba, victorioso, para que yo pudiera pasar la eternidad en el cielo con Él. (Juan 3:16; Mateo 28:6-7; Romanos 5)

Oh, querida amiga, cuando te sientas desconocida por el mundo que te rodea, anímate: eres totalmente conocida y adorada por el Señor.

Cierra los ojos; escucha como la voz del Salvador respira tiernamente hoy en tu espíritu cada sílaba de tu nombre.

Querido Señor, gracias porque, en las épocas en que me siento desconocida por los demás, Tú siempre estás aquí, conociéndome y amándome bien. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Juan 10:2-4, Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El portero le abre la puerta, y las ovejas reconocen la voz del pastor y se le acercan. Él llama a cada una de sus ovejas por su nombre y las lleva fuera del redil. Una vez reunido su propio rebaño, camina delante de las ovejas, y ellas lo siguen porque conocen su voz. (NTV)

¿Cómo tranquiliza tu espíritu hoy el creer que Jesús te conoce? Comparte con nosotras en los comentarios.

© 2022 by Brenda Bradford Ottinger. Todos los derechos reservados.


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