El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni orgulloso ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. 1 Corintios 13:4-5 (NTV)
Ahí estoy, en la cocina lavando los platos como de costumbre, y los niños lloran y se quejan. Me llaman, se aferran a mí, lloriquean y gimen; supongo que soy la única que puede resolverlo todo.
Sin embargo, esto no es nada nuevo. Ser la responsable en medio del caos parece ser la carga que llevo. A menudo me encuentro tambaleando, quebrantada y amargada, cuando estoy en ese lugar en el que siento que depende de mí el poner todas las piezas en orden... ya sabes, ese momento para salvar el día porque te has dado cuenta que todos los demás se han rendido.
La situación compunge mi corazón y me lleva a reflexionar sobre las muchas veces que me he parado en este mismo fregadero, lavando platos y ahogándome en recuerdos de momentos en los que me he sentido invisible y abandonada. Es curioso lo rápido que la mente puede pasar a través de recuerdos recurrentes. Así sin esfuerzo, casi sin emoción.
Sin embargo, a medida que estos recuerdos penetrantes inundan mi mente, escucho una frase familiar susurrando dentro de mí: El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni orgulloso ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas (1 Corintios 13:4-5).
Las palabras me agarran desprevenida, como un mensaje perdido hace mucho tiempo, un eco débil que me recuerda algo que una vez supe y pensé que era cierto. Una antigua verdad, que llama a los creyentes a acoger el tipo de gracia que va más allá de la realidad de que la vida a veces nos deja sintiéndonos quebrantadas y solitarias, heridas y abandonadas en un torbellino.
El momento me deja reconociendo los muchos registros de ofensas recibidas que tengo.
Los desconocidos que me ofenden.
Los vecinos que me juzgan.
Los amigos que me malinterpretan.
La gente que me usa.
La verdad es que los humanos tenemos una tendencia innata a contar y llevar cuentas: está en nuestra naturaleza usar números para decirnos cómo lo estamos haciendo y qué necesitamos. Lo hacemos con los análisis de sangre y presupuestos, con recetas al hornear y kilometraje en los autos. Los números nos ayudan a saber cuándo hay demasiado o no lo suficiente de algo que necesitamos.
Y no puedo evitar pensar que, tal vez, la cantidad de nombres en nuestro registro de ofensas puede ayudarnos a medir la intensidad de nuestra gracia, ya sea que estemos liberando o aferrándonos a las personas y a los lugares que nos causaron dolor.
Estoy parada en el fregadero, lavando los platos, pero en realidad es mi corazón el que sale limpio cuando reconoce que:
Necesito la gracia de Dios; y necesito otorgarla, también.
En Su gran gracia, Dios nos perdona gratuita e infinitamente. Gracias a Su misericordia, nuestros pecados y faltas ya no son medidos ni recordados. En esto, se nos ha mostrado el mayor ejemplo de un amor que cancela deudas y las mantiene en el pasado. Un perdón que no busca que se le deba ni se le dé explicación ni compensación. Un tipo de amor que perdona, que no menosprecia el dolor, pero que tampoco se amarga por él.
Libre e infinitamente, podemos liberar a las personas y a los lugares de nuestro registro de heridas y agravios.
Libre e infinitamente, podemos perdonar.
Padre, ablanda mi corazón para ver y sentir Tu perdón obrando en mí y a través de mí. Ayúdame mientras dejo ir mi registro de ofensas. Que mis agravios den paso a la gracia y que la misericordia sea la medida de mi amor. En el Nombre de Jesús, Amén.
RECOMENDAMOS
Amiga, todas hemos experimentado dolor, por el que no queríamos perdonar a quien nos lo causó. Ya sea un cónyuge, una amiga, un hijo o incluso una colega en el trabajo… fácilmente podemos amargarnos y llevar un registro de la ofensa. Sin embargo, Jesús instruye mientras enseña y les dice a Sus discípulos que, “…si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial” (Mateo 6:14, NVI). Estamos llamadas a perdonar, aunque sea difícil. Si te está costando vivir en el perdón, tenemos algo justo para ti. En Perdona lo que no puedes olvidar, Lysa TerKeurst comparte su propia experiencia personal y sus luchas, pero descubrió cómo deshacerse del resentimiento acumulado y superar la resistencia a perdonar a las personas que no están dispuestas a enmendar las cosas. Haz clic aquí para ver nuestro estudio bíblico en línea en español, y para adquirir un libro, haz clic aquí.
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PROFUNDICEMOS
Efesios 4:32, Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. (NVI)
Cuando piensas en extender gracia y perdonar a los demás, ¿qué heridas e injusticias te vienen a la mente?
Haz una lista de las personas, los lugares o los recuerdos confusos que te vienen a la mente. Lee tu lista en voz alta. Luego, ora y pídele a Dios que te ayude y te sane mientras liberas estos agravios y da paso a la gracia.
Estamos aquí para escuchar tu corazón: ven y comparte tus pensamientos en los comentarios.
© 2022 por Rachel Marie Kang. Todos los derechos reservados.
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