Porque les he dado ejemplo, para que, como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan. Juan 13:15 (NBLA)
Resulta que los recién nacidos son grandes teólogos. ¿Quién lo diría?
Los bebés no saben por qué lloran. Ellos simplemente saben que algo no está bien. Puedes tomarlos en tus brazos con cariño, arrullarlos y tranquilizarlos, sin embargo, seguirán estando molestos hasta que les des lo que necesitan, las cosas que aún no pueden pedir.
Yo soy muy así, siendo honesta. Empujo, tiro y me esfuerzo por hacer que las cosas sucedan. Mi necesidad de controlar todo puede ser abrumadora.
Lo que estoy intentando hacer es aprender de mis hijos. ¿Y si me rindo? ¿Y si levantara mis manos abiertas y dijera: «Dios, no sé lo que necesito, pero Tú sí. Ayúdame»?
Antes de la llegada de Grace, mi primera hija, mi marido Benjamin y yo teníamos una buena rutina. Durante el día estábamos trabajando, pero nos reuníamos para cenar juntos, compartir sobre nuestro día, con quiénes habíamos hablado, qué habíamos logrado.
Entonces nació Grace, y fue como si todo se detuviera para mí. Me encontraba en un nuevo planeta en el que no había otros seres humanos, al menos nadie que pudiera hablar.
Como soy una “persona sociable”, empecé a cantarle y hablarle casi constantemente, solo para escuchar el sonido de la voz de alguien. Prácticamente de la noche a la mañana, mi vida se volvió irreconocible para mí.
Fue un golpe duro. Todo giraba alrededor de la bebé, como debía ser, pero no estaba suficientemente preparada para que mi mundo entero y todo mi tiempo giraran en torno a este pequeño ser humano. Incluso cosas tan sencillas como cuándo ducharse o ir al supermercado tenían que ser cuidadosamente programadas. Si la bebé se quedaba dormida en el coche, podíamos desviarnos del rumbo durante horas.
La amaba profundamente y me sentía muy agradecida de ser su madre y, al mismo tiempo, nunca me había sentido tan sola. Me preguntaba si mis estudios y mi carrera y todo por lo que había trabajado no tenían sentido. Sentía como si estuviera perdiendo una parte de mí misma porque no estaba compartiendo con nadie. Éramos simplemente mi bebé y yo, aisladas del mundo.
No pude evitar preguntarme si esto de la maternidad iba a ser suficiente.
Incluso ahora, con una familia grande y la alegría que me dan, una voz maliciosa en mi cabeza dice a veces: «este trabajo está muy por debajo de lo que te mereces». Cuando esta actitud empieza a dominarme, recuerdo como Jesús lavó los pies apestosos de Sus discípulos.
¿Puedes imaginar lo horroroso que debe haber sido para los discípulos que el Dios del universo tomara sus pies sucios y empezará a lavarlos? La Biblia no describe sus pies, pero ¡estoy segura de que aquellos hombres no venían de hacerse la pedicura!
Al principio, Pedro se opuso a que el Hijo de Dios se inclinara a hacer una tarea tan humilde, sin embargo, Jesús le dio un giro. Él dijo: “Pues si Yo… les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que, como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan” (Juan 13:14-15, NBLA).
Jesús siempre le da la vuelta a las cosas, ¿no es así?
Cuando es tarde y sigo despierta con uno de mis hijos o uno tiene fiebre o estoy limpiando un vómito del piso, desinfectando frenéticamente para evitar el brote de una enfermedad, recuerdo el modelo de servicio de Jesús.
Él tiene la habilidad de hacer humilde a una chica orgullosa.
Dios, dame mi maná para el día de hoy. Nada más y nada menos. Dame un corazón de sierva para usar lo que tengo con el fin de ministrar a otros en Tu nombre. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Profundicemos
Lucas 22:27, Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, entre ustedes Yo soy como el que sirve. (NBLA)
Si tienes hijos, ¿qué te han enseñado sobre la humildad? Y algo más importante, ¿Cómo estás enseñándoles a servir a los demás? ¿Qué te enseña hoy la humildad de Jesús? ¡Déjanos saber en los comentarios!
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