Devocionales

Un equipo: los dones del cuerpo de la Iglesia

Laura Bailey 10 de mayo de 2022
Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo. 1 Corintios 12:27 (NVI)

«¡Un equipo! SON UN equipo», grité con fuerza, deseando que mi voz llegara a oídos de los jugadores pequeños en la cancha. Era el último partido de la temporada, con el tiempo contado, y la tensión era alta para marcar la última cesta.

Mi esposo y yo habíamos pasado muchas prácticas inculcando la importancia del trabajo en equipo en cada jugador. Cuando hacían una canasta, celebramos al equipo, no solo al individuo, explicando que cada jugador tenía un papel en la puntuación. Una persona quitaba la pelota y la otra la rebotaba por la cancha, mientras otra defendía a un oponente. A continuación, un pase a un compañero de equipo por debajo de la cesta y finalmente ¡ahí fue el balón!

No obstante, el único jugador que parecía importar era el que anotaba canasta. En su deseo de ser el centro de atención, los jugadores acaparaban el balón, empujaban a otros y, a veces, robaban el balón de las manos de sus propios compañeros. Si tan solo trabajaran juntos, pensé, ¡el equipo podría lograr mucho más!

Y luego sentí la punzada familiar de convicción, exponiendo áreas de mi vida cuando participo en este mismo comportamiento.

¿Busco oportunidades para ayudar a otros en el ministerio, o quiero ser el “centro de atención del servicio”? Ha habido ocasiones en las que he rechazado la oportunidad de servir tras bastidores porque me preocupaba que mi trabajo no fuera reconocido.

¿Creo que trabajar junto con el cuerpo de creyentes por el Reino es mejor que mi propio éxito? Exteriormente, he animado a mis hermanos y hermanas en Cristo, pero interiormente, he luchado con sentimientos de celos y descontento.

¿Pienso que mis talentos y dones son más valiosos que los de otros miembros de mi iglesia? A veces me enfoco en lo que estoy logrando para el Señor en lugar de lo que el Señor quiere lograr a través de mí para Su gloria, no la mía.

En su primera carta a la iglesia de Corinto, el apóstol Pablo describió el papel de los creyentes en la iglesia primitiva. Al comparar el cuerpo de la iglesia con el cuerpo humano, animó a los cristianos a aceptar sus roles únicos, ya que trabajaron juntos para ayudar a que todo el cuerpo funcionara correctamente (1 Corintios 12:12-27). Dios creó cada parte del cuerpo con un rol específico, igualmente importante; uno no podría existir sin el otro. Pablo señaló esta verdad cuando dijo: “Si el pie dijera: «Como no soy mano, no soy del cuerpo», no por eso dejaría de ser parte del cuerpo” (1 Corintios 12:15, NVI).

Lo mismo es cierto para el cuerpo de creyentes. Dios da a Sus hijos dones espirituales para servir a la Iglesia y darle gloria a Él. Nuestro servicio trabaja en conjunto con individuos que poseen otros propósitos, uniendo tantas partes que funcionan como un solo cuerpo.

Nuestro versículo clave nos recuerda que somos el cuerpo de Cristo aquí en la tierra, y que cada una de nosotras es valiosa y vital: “Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo” (1 Corintios 12:27).

¡Qué gran bendición de nuestro Padre celestial! No tenemos que sentirnos ignoradas ni competir por el “premio de la mejor servidora” porque todas jugamos un papel vital en una Iglesia saludable. Cada persona es importante para Dios, y el papel de cada persona es valioso. Nuestros talentos diversos trabajan juntos por un objetivo común: conocer a Dios y darlo a conocer.

Podemos contribuir con gozo porque todo servicio es valioso e importante en la economía de Dios.

Podemos animar genuinamente a nuestras amigas y colaboradoras en Cristo porque sabemos que Dios las ha dotado de manera única para servirle. Sus talentos no extinguen los nuestros, nos encendemos unas a otras.

Podemos ver el valor de cada persona, no por lo que hace sino por lo que es: una hija de Dios.

Que esto nos anime mientras servimos y apoyamos a los “equipos” de creyentes que conforman el cuerpo de Cristo en nuestras iglesias locales.

Padre celestial, gracias por darnos dones espirituales. Que busquemos honrarte y servir bien a la Iglesia con nuestros talentos. Ayúdanos a recordar que todas somos valiosas y necesarias para que el cuerpo funcione de manera saludable. Te amamos. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Efesios 4:16, …de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor. (NBLA)

¿De qué manera cambia la forma en que ves tu función en la Iglesia el hecho de saber que tienes un don especial para servir en el cuerpo de Cristo?

¡Nos encantaría saber de ti! Comparte tus pensamientos en los comentarios.

© 2022 por Laura Bailey. Todos los derechos reservados.


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