Cuando Mardoqueo se enteró de todo lo que se había hecho, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto, se cubrió de ceniza y salió por la ciudad dando gritos de amargura. Ester 4:1 (NVI)
Una magdalena decorada como una oruga alegre, contrastaba fuertemente con el dolor que se apoderó de mí.
Mi amiga Linda estaba organizando una de sus fiestas increíbles de cumpleaños por las que era famosa. Ella también estaba enfrentando valientemente sus últimos días con cáncer. Me reí junto con los niños que estaban de fiesta a mi alrededor, pero quería agachar la cabeza y llorar.
Cuando vi a Linda dirigiéndose hacía la cocina para buscar más comida para el buffet, la seguí para suplicarle. «Te veo muy cansada. Por favor, siéntate un minuto y descansa».
Con un gesto amable, puso su mano en mi brazo. «Amy, esta puede ser la última fiesta de cumpleaños que organice para mi hijo. Realmente aprecio tu preocupación, pero no voy a descansar».
Ese recuerdo conmovedor ahora tiene más de 20 años. Linda murió más tarde ese año… estoy llorando incluso mientras lo escribo. Todavía me hace falta mi amiga.
Hay algunas pérdidas que nunca pierden su aguijón, y hay algunas heridas que duran para siempre. La muerte marca el comienzo de una incertidumbre como ninguna otra cosa. Pero estos son los dolores que nos pueden señalar directamente al corazón de Dios, conectándonos con Él de una manera que nada más lo hace.
En el libro de Ester, uno de los personajes principales, Mardoqueo, se afligió profunda y públicamente cuando escuchó que su pueblo estaba a punto de ser aniquilado en un complot malvado. En lugar de ocultarlo o reprimirlo, Mardoqueo descargó su dolor por completo.
Cuando Mardoqueo se enteró de todo lo que se había hecho, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto, se cubrió de ceniza y salió por la ciudad dando gritos de amargura (Ester 4:1).
Como dice nuestro versículo clave, Mardoqueo incluso se rasgó su ropa, una expresión cultural externa de un profundo dolor interno que muchos en la cultura judía exhibieron. Josué se rasgó la ropa después de una derrota en la batalla (Josué 7:6). El rey David desgarró su ropa después de la muerte de Saúl y Jonatán (2 Samuel 1:11). Después de escuchar la Torá por primera vez, el rey Josías se rasgó la ropa por sus propios pecados y los del pueblo (2 Reyes 22:11).
Esa expresión de duelo puede parecernos extraña, pero es una indicación de que estas personas sabían que Dios podía manejar sus emociones más fuertes. Después de experimentar la fidelidad de Dios por generaciones, los judíos conocían a Aquel que escucharía su clamor. Se apoyaron en sus sentimientos y se conectaron con el corazón de Dios en el proceso.
Una vez escuché a un consejero cristiano dar algunos consejos que he estado tratando de vivir desde entonces: «necesitas sentir todos tus sentimientos», dijo, «y luego ponlos al pie de la cruz. Dáselos a Jesús».
Las emociones no son egoístas. No son una debilidad o evidencia de una falta de fe. Y no debemos temer a nuestras emociones. Podemos apoyarnos en ellas, experimentarlas completamente, sin temor a ahogarnos y llevarlas a Jesús, nuestro Salvador que entiende.
Podemos sentir nuestro dolor tan plenamente como Mardoqueo porque creemos que tenemos un Salvador que puede manejar nuestras emociones fuertes. Él también las sintió (Hebreos 4:15). ¡Nuestro Dios nunca cambia, pero en Jesús, somos bendecidas con un regalo que Mardoqueo no podría haberse imaginado!
Señor, me entrego a la bondad del dolor, sabiendo que estás conmigo allí. En lugar de adormecer o ignorar mi dolor, confiaré en Ti para que me des consuelo y sanidad mientras siento plenamente mis sentimientos. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 34:18, El SEÑOR está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido. (NVI)
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© 2022 por Amy Carroll. Todos los derechos reservados.
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