Jesús fue llevado delante del gobernador, y este lo interrogó: «¿Eres Tú el Rey de los judíos?». «Tú lo dices», le contestó Jesús… Jesús no le respondió ni a una sola pregunta, por lo que el gobernador estaba muy asombrado. Mateo 27:11,14 (NBLA)
Recientemente, tuve una conversación con una voluntaria en la iglesia. Esta mujer joven había expresado previamente su deseo de crecer como líder y quería compartir algunas cosas que sentía que la ayudarían a servir mejor.
Yo no estaba lista para lo que venía.
Al comienzo de la conversación esta joven hablaba de sí misma, pero luego pasó a hablar de mí. Señaló varias cosas que yo realmente pensé que estaba haciendo bien, ¡y sugirió que las estaba haciendo bastante mal! Honestamente, todavía estoy luchando con la duda… si las observaciones fueron correctas o no. Quiero ser una persona íntegra. Sin embargo, no me gusta para nada cuando pareciera que la gente no me entiende, y en ese momento, me sentí ansiosa por responder y lista para defenderme. Requirió mucha fortaleza para permanecerme callada.
Pero en realidad…
No me quedé totalmente callada. Después de la primera y la segunda crítica, no pude evitar hablar cuando la tercera crítica era inminente.
«¡Déjame decirte por qué hago eso!»
Tan pronto como las palabras salieron de mi lengua, la vergüenza se apoderó de mí. Me perdí completamente al cambiar la prioridad de ser vista por Dios por el deseo de ser bien vista por otra persona.
Me gustaría decir que siempre he sido esa chica, la que es capaz de mantenerse firme, capaz de ser dueña del espacio en el que estoy, resistiendo el impulso de probarme a mí misma cuando se hablan palabras en mi contra porque sé quién soy, segura de mi posición en Cristo… pero ese no es el caso. A menudo me ha hecho tropezar el acto de equilibrio de estar segura de mí misma y al mismo tiempo tomar posesión de los espacios que me han invitado a ocupar. El intento de medir mis palabras no siempre ha sido fácil para mí.
El desánimo llega rápidamente cuando la comunicación es difícil y alguien parece empeñado en malinterpretarme. En estos momentos puedo sentir la tentación de escaparme, poniéndome a la defensiva o, por el contrario, optando por contener las palabras cuando en realidad serían útiles.
La autoconfianza es un todo.
Jesús también está muy familiarizado con esta lucha.
Mateo 27:11-14 nos dice que aun cuando Jesús estaba siendo acusado por los principales sacerdotes y los ancianos, Él no ofreció ninguna respuesta. Incluso cuando Pilato le pidió que hablara, aún entonces no respondió para defenderse.
Pensarías que, dadas las circunstancias, la respuesta de Jesús habría sido cualquier cosa menos silencio. Quiero decir, Él estaba en una lucha por Su vida. Pero en cambio, sucedió algo bastante fascinante.
Jesús eligió responder cuando era sensato hacerlo, y cuando no lo era, se aferró a lo que sabía que era verdad acerca de quién era y mantuvo Su posición en relación con Su Padre.
¿Cómo sería el mundo si nosotras supiéramos cuándo dar una respuesta o cuándo no hace falta una explicación? A veces hacemos las cosas al revés y, en algunos de nuestros intentos por aferrarnos a quienes somos, en realidad terminamos perdiéndonos a nosotras mismas.
Nos olvidamos que somos engendradas por el Dios que hizo girar las estrellas en el espacio.
Nos olvidamos que Él asegura nuestros pasos.
Nos olvidamos que somos poderosas por nuestra conexión con Él.
Quiero desafiarte a tomar conciencia de cómo respondes. ¿Estás más interesada en el ser aceptada? ¿O eliges primero apoyarte en lo que tu Padre piensa de ti y lo que Él requiere de ti como resultado? ¿Qué dice Él acerca de quién eres?
Efesios 1:3-14 (RVC) dice …
Tú eres bendecida.
Tú eres escogida.
Tú eres adoptada.
Tú eres aceptada.
Tú eres redimida.
Tú eres perdonada.
Tú eres amada.
Tú eres conocida.
Tú eres la posesión de Dios.
Cuando tú y yo vivimos seguras de que somos amadas y que pertenecemos, nuestra respuesta a las palabras de los demás cambiará. Cuando nos mantenemos firmes en nuestra identidad en Cristo, también sabremos cuándo responder y cuándo quedarnos calladas.
Querido Dios, hay momentos en los que me siento indefensa. Cuando mi comunicación con las demás personas amenaza mi sentido de identidad. Dame sabiduría sobre cómo debo responder. Ayúdame a permanecer firme en Ti y a ser consciente del poder que poseo gracias a Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Santiago 1:5, Y si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. (NBLA)
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