Las obras de sus manos son fieles y justas; todos sus preceptos son dignos de confianza, Salmo 111:7 (NVI)

Me paré frente a las paredes destrozadas, asombrada por todo lo que nunca supe que había detrás de ellas. Cables. Tubería. Vigas de apoyo. Aislante. Todo se veía tan vulnerable y expuesto. Pasé mi mano por la cruda realidad de la renovación y pensé cuán similar se sentía mi corazón en ese momento. La única diferencia era que yo sabía que mi casa sería reconstruida, mejor que nunca.

No estaba tan segura de mi corazón.

Con la casa, tenía una idea aproximada de cuánto tiempo se requeriría para el proyecto. También sabía lo suficiente sobre renovaciones para agregar unos meses de tiempo extra a la fecha de finalización. A pesar de todo, sabía que habría un comienzo y un fin para este proyecto. Dado que conocía más o menos cuánto duraría el proyecto y cuán hermoso sería el resultado final, la parte destructiva de la renovación no me molestó. De hecho, estaba feliz de que se produjera la demolición.

La demolición no era señal de problemas irreparables. Era una señal de progreso intencional. Pero no podía decir lo mismo de los lugares destrozados de mi corazón. Ahora no. Todavía no.

Cuando me paré y me miré en el espejo, mi corazón demolido no era tan fácil de ver como las paredes de mi casa. Ciertamente, el quebrantamiento reveló cosas, pero no eran tan fáciles de identificar como la tubería y los cables. Eran hilos extraños de temor, ansiedad, conmoción, trauma y desconfianza.

La desconfianza. El mayor de todos los problemas debajo de mi superficie. La apertura y exposición de mi corazón ciertamente había revelado algo que necesitaba ver pero que no me atrevía a admitir.

Acerca de mí. Respecto a Dios. Y sobre mi absoluta falta de confianza en Él.

Ahora no me malinterpreten, soy una chica que ama a Jesús con todo mi ser. Me encanta estudiar Su Palabra, hacer las cosas correctas y requeridas, seguirlo y cumplir con mi llamado. Pero cuando Dios comienza a desviarse del plan que asumo que debe seguir mi vida, soy mucho más propensa a querer dominar a Dios que a confiar en Él.

Quiero exigir que el albañil de mi vida me entregue las herramientas. Y aunque no tengo ni idea de cómo realmente mejorar las cosas, empiezo a parchear, cubrir y obsesionarme frenéticamente con una mezcolanza de reparaciones que será decepcionante en el mejor de los casos, y perjudicial en el peor.

Y me pregunto por qué estoy tan exhausta, ansiosa y cargada por dentro mientras que por fuera, canto y recito versículos sobre la vida cristiana abundante.

Hay una desconexión en algún lugar entre la fe que quiero y la que estoy viviendo.

Sé que tú también lo sientes. Lo he visto en tus ojos llenos de lágrimas y lo he escuchado en tus preguntas sobre las cosas más difíciles de entender acerca de Dios.

Entonces, ¿cómo reconstruimos nuestra confianza en Dios? ¿Por dónde comenzamos? He encontrado que el mejor lugar para comenzar es Su Palabra.

La verdad del carácter confiable de Dios es evidente en cada página de las Escrituras. Vemos la evidencia de esta verdad en las promesas del pacto que Dios hizo (y cumplió) con Abraham, Moisés y David. Lo vemos en Su fidelidad para proveer a los israelitas durante su peregrinaje por el desierto: Su ir delante de ellos en una columna de fuego de noche y columna de nube de día, reposando en medio de su presencia en el tabernáculo y proveyéndoles maná para comer.

Y hay una cosa que Dios hizo que supera cualquier otro ejemplo de Su naturaleza confiable: Dios fue fiel a la promesa que hizo a Adán y Eva al aplastar la cabeza de la serpiente, al enviar a Su propio Hijo a la tierra para morir la muerte que nosotros deberíamos haber muerto. Jesús reina victorioso sobre el pecado y la muerte.

Es por esto que el salmista pudo declarar sinceramente en el Salmo 111:7, “Las obras de sus manos son fieles y justas; todos sus preceptos son dignos de confianza”.

La palabra hebrea para “dignos de confianza” en este versículo proviene de la raíz de la palabra אמן (á·mân), que encapsula lealtad, fidelidad y confiabilidad, todas las cuales son verdaderas y evidentes en Dios. En una oración, el salmista declaró todas las obras de Dios fieles y llenas de justicia; por lo tanto, Él es digno de confianza.

Así es como dejamos de resistirnos a los caminos de Dios. Aquí es donde comenzamos a encontrar una fe más arraigada, corazones renovados y una confianza fortalecida en Dios como nunca antes. Buscamos en Su Palabra la verdad de Su fidelidad. Porque cuando recordamos Su fidelidad, llegamos a creer que debido a que Dios es fiel, se puede confiar en Él.

Dios Padre, gracias por recordarme que no es necesario que yo tenga todas las respuestas. Solo necesito confiar. Ayúdame a fijar mis ojos en Tu fidelidad. Estoy aflojando mi agarre y poniendo toda mi vida en Tus manos amorosas y capaces. En el Nombre de Jesús, Amén.

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