¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha! Y, si dijera: «Que me oculten las tinieblas; que la luz se haga noche en torno mío», ni las tinieblas serían oscuras para ti, y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz! Salmo 139:7-12 (NVI)

El otoño pasado, nuestro hijo menor, William, empezó la escuela secundaria, y eso significaba que cada día necesitaba caminar con él a la escuela y de regreso. La caminata duraba unos 30 minutos.

Es algo bueno, de verdad: es tiempo excelente para pasar uno a uno, y es un buen ejercicio.

Pero durante el primer mes, acostumbrarme a ello fue vergonzosamente difícil: después de más de dos años en los que William caminaba con amigos a su escuela a solo una cuadra de distancia, este nuevo horario parecía exagerado… siempre me atrasaba y me vestía mal para el clima, y mis piernas estaban mis piernas estaban mortificantemente adoloridas, como si estuviera entrenando para un maratón, no solo caminando hacia el West Village.

Sin embargo, algo cambió unas seis semanas después de comenzar esta nueva rutina: descubrí que había comenzado a esperarla con ansias. Mis piernas ya no estaban constantemente cansadas. Y la caminata que me tocaba hacer sola luego de dejarlo o cuando iba de vuelta a encontrarlo por las tardes, comenzó a convertirse en uno de mis momentos favoritos del día.

Comencé lo que llamo “cazando deleites”, lo cual consiste de buscar cosas hermosas, interesantes o divertidas: un edificio cubierto de hiedra, el sol brillando sobre el río Hudson, un perro en una mochila con su pata delantera colgada sobre el hombro de su amo de una manera tan humana que todavía me río cuando lo recuerdo. Encontré un pequeño jardín secreto cerca de la escuela y, a veces, salía temprano de casa para sentarme allí en silencio. La caminata se convirtió en una fuente de deleite, y comencé a ver las huellas divinas de Dios en todas partes. El salmista del Salmo 139 parece haberse sentido de la misma manera:

¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha! Y, si dijera: «Que me oculten las tinieblas; que la luz se haga noche en torno mío», ni las tinieblas serían oscuras para ti, y aun la noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz! (Salmo 139:7-12)

Vemos lo que buscamos. Ya conoces este fenómeno: te compras una Jeep Wrangler y de pronto parece como si cada tercer auto que pasa en el camino es una Wrangler. Cuando tienes un cachorrito ¡a donde quiera que vayas hay cachorros! ¿Siempre ha habido tantos cachorros?

Desde luego, lo opuesto también es cierto. Cuando te preguntas si una amiga está enojada contigo, cada mensaje de texto de esa amiga respalda tus sospechas. Después de una serie de vuelos cancelados o retrasados, cuando volteas a ver el tablero de “llegadas y salidas” todo lo que ves son los retrasos.

Vemos lo que buscamos, y lo que estoy buscando estos días es deleite. Belleza. Evidencia de la presencia sagrada de Dios alrededor de nosotras y dentro de nosotras, en el rostro de cada persona en la acera, en lo intrincado de las flores en ese jardín secreto, en el cielo mientras el sol sale e ilumina todo.

El teólogo Eugene Peterson ha dicho que “a los ojos que ven, toda zarza es una zarza ardiente”.

Así es como quiero vivir: testigo de la gloria de Dios a nuestro alrededor. Incluso (sobre todo) durante la caminata de la escuela, en las calles y aceras viejas y sencillas, en los momentos cotidianos de la vida.

Querido Padre celestial, gracias por la belleza y la vitalidad del mundo que Tú creaste. Por favor, dame ojos para ver lo que es bello a mi alrededor y un corazón que se incline hacia el deleite. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Salmo 121:5-8, El SEÑOR es quien te cuida, el SEÑOR es tu sombra protectora. De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. El SEÑOR te protegerá; de todo mal protegerá tu vida. El SEÑOR te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre. (NVI)

¿Cuándo fue la última vez que tuviste una sensación de la presencia de Dios? ¿Qué podrías hacer hoy para recordarte a ti misma de la belleza del mundo que Dios creó?

¡Nos encantaría saber de ti! Comparte con nosotras en los comentarios.

© 2023 por Shauna Niequist. Todos los derechos reservados.

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