Señor, todo mi anhelo está delante de Ti, Y mi suspiro no te es oculto. Salmo 38:9 (NBLA)
Buscando el tarro de helado en el congelador, me acomodé para una noche de películas para aliviar la soledad de mi alma. Pero las calorías adicionales y perderme en la historia de otra persona no pudieron satisfacer el dolor en mi corazón.
A la mañana siguiente, todavía me esperaba la soledad. Mi alma no necesitaba comida como consuelo. Necesitaba que Dios fuera mi consuelo.
La soledad me perseguía a donde quiera que iba, porque estaba en mi mente. La soledad me rodeaba incluso en una habitación llena de gente y me hacía sentir como si todos supieran que estaba sola.
Fue en ese momento que la vi. Otra mujer solitaria como yo: Agar. Huyendo de sus circunstancias duras y solitarias, se encontró sola en el desierto, pero vista por Dios. “…«Tú eres el Dios que me ve»…”, dijo ella (Génesis 16:13, NTV).
Luego Dios la envió de regreso al lugar solitario de donde vino (Génesis 16:9).
¡¿Qué, qué?! (Insertar chirrido de neumáticos.)
Ese tipo de liberación no tiene ningún sentido para mí. Siento que el rescate de Dios debería haberla sacado del lugar solitario del que escapó y debería haberla rodeado de personas que la amaban. Pero allí, en ese lugar sagrado y solitario, Agar dejó de lado la soledad y se aferró a Dios.
Solemos encontrar la liberación de Dios a través del dolor de la vida, no evadiéndolo.
¿Qué podemos aprender de esto? La soledad no es un lugar. Es un estado mental. Dios quiere encontrarse con nosotras en nuestra soledad al igual que se encontró con Agar.
La liberación de Dios no fue solo que Él la vio; sino que Agar ya no estaba sola. La presencia de Dios le dio fuerzas para regresar a un lugar difícil. Ella podía vivir amada, sabiendo que Dios era suficiente.
Del mismo modo, el rey David sabía que Dios también lo veía en su sufrimiento. Sus amigos lo habían abandonado, pero Dios no. David escribió nuestro versículo clave, que dice:
Señor, todo mi anhelo está delante de Ti, Y mi suspiro no te es oculto (Salmo 38:9).
David no se dio por vencido en su soledad. Luchó a través de ella clamando a Dios y se sintió consolado.
Entonces, ¿cómo nos ayuda ser vistas y conocidas por Dios?
Nunca estamos solas.
Somos importantes.
Somos aceptadas incondicionalmente.
Somos amadas por Dios.
Vivir, sabiendo que somos amadas no es una cuestión de ubicación o situación, es un asunto de la mente que impacta nuestras almas.
Ahora, en lugar de sentirme sola, me siento atesorada. Los momentos de soledad ahora son lugares apreciados donde corro y me escondo con Dios. He aprendido que nada puede consolarme como el estar tranquila en Su presencia.
Y también aprendí que la soledad no depende del estado de una relación. Podemos sentirnos solas estando solteras o casadas, divorciadas o viudas. La soledad no hace acepción de personas.
Pero amiga, la buena noticia es que Dios ve nuestra soledad. Por lo tanto, nunca estamos realmente solas. Vivamos nuestras vidas con la certeza de que somos amadas, porque Dios nos ama.
Jesús, sé que me ves y me amas. Ayúdame a dejar la soledad para poder vivir amada y ayudar a otros a vivir amados también. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 25:16, Vuélvete a mí y tenme piedad, Porque estoy solitario y afligido. (NBLA)
¿Cómo tiendes a sobrellevar la soledad? ¿Cómo te ayuda saber que Dios te ve? Hoy, siéntate a solas con Jesús y Su Palabra, y pídele que se encuentre contigo allí.
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