Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. 2 Corintios 4:7 (NVI)

Hace más de una década, mi amiga organizó un registro de donantes de médula ósea, para contribuir a salvar la vida del hijo de su amiga.

A este dulce pequeñito le habían diagnosticado cáncer y necesitaba un trasplante de médula ósea. Sus padres necesitaban desesperadamente encontrar una médula ósea “compatible”.

Tan pronto le informaron a mi amiga de que las posibilidades de encontrar a alguien compatible podrían ser mayores si el donante pertenecía a la misma comunidad étnica, ella realizó algunas llamadas telefónicas y rápidamente formó la campaña. En este evento, los participantes donarían sangre, la cual sería analizada y comparada a la de los receptores que necesitaban un trasplante de médula ósea. Cientos de personas de nuestra comunidad se sumaron en completo apoyo.

Unos meses después, recibí una carta.

A pesar de que yo no era compatible con el pequeñito de mi amiga, era posible que fuera compatible con un adolescente de 14 años que vivía en otro estado. “¿Usted estaría dispuesta a proceder con esta compatibilidad?”, preguntaba la carta.

“Proceder” significaría más análisis de sangre, y si la compatibilidad resultaba exacta, esto significaría intervención quirúrgica, no solo para el chico adolescente, sino también para mí. Asimismo, significaría una posible recuperación de seis semanas de esa cirugía… y por supuesto esto implicaba ciertos riesgos. 

En la época en que todo esto transcurría, mis hijos pequeños eran de edad preescolar. ¿Qué sucedería si surgían complicaciones por la cirugía? ¿Qué pasaría si los riesgos se hicieran realidad?

Yo estaba completamente dispuesta mientras se trataba de un evento comunitario. Ahora que las cosas se estaban volviendo personales, no estaba segura de estar lista.

Pero luego de orar y buscar consejos sabios, mi esposo y yo decidimos que era importante proceder. Entonces dije que “sí” al banco de sangre, y Dios me dio paz.

Si esto tenía éxito, ¡los beneficios para este chico serían muy superiores en comparación a mis pequeños riesgos! Estaba dispuesta a correr el riesgo.

Segunda de Corintios 4:7 nos dice, “pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros”.

Amigas, aunque podamos sentirnos imperfectas e insuficientes de vez en cuando, si tenemos a Cristo dentro de nosotras, tenemos un tesoro en nuestro interior, ¡un tesoro que este mundo necesita desesperadamente! Poseemos “compatibilidad” espiritual para innumerables almas perdidas y en agonía que están a nuestro alrededor.

¿Conlleva riesgos el compartir la esperanza de Jesús con otros? ¡Absolutamente!
¿Es fácil compartir el evangelio? No siempre.
¿Puede resultar incómodo? ¡Definitivamente!

El ministrar efectivamente podría involucrar la transparencia, el estar abiertas a otros y el exponernos. Pero si nosotras creemos verdaderamente en lo que decimos creer, ¿cómo no compartirlo?

Pocos meses después de proceder con mi compatibilidad de médula ósea, recibí otra carta. El médico del joven y su familia decidieron continuar con un plan de tratamiento diferente. Todo lo que podíamos hacer entonces era orar por el joven y su familia.

Decir que “sí” y poner nuestra parte para ayudar a salvar una vida (física y espiritualmente) no es glamoroso. ¡A veces conlleva ciertos riesgos, inconvenientes y a veces incomodidad! De este lado de la eternidad, puede que ni siquiera veamos los frutos de todo lo que hagamos.

Aun así, las Escrituras nos alientan a decir “sí” a hacer cualquier cosa que Jesús nos pida a cada una de nosotras. ¡Somos compatibles para alguien allá afuera! Nosotras tenemos lo que ellos necesitan, la esperanza del evangelio.

Oro que cada una de nosotras esté dispuesta a tomar esta oportunidad. ¡Los beneficios siempre harán que valga la pena correr los riesgos!

Padre Celestial, quiero agradecerte por aquellos que me han ministrado y por la relación que tengo Contigo debido a su fidelidad. Concédeme ojos para verte a Ti y oídos para oír Tu voz de manera que ahora yo pueda ministrar a aquellos a quienes Tú me has llamado a ministrar. Ayúdame a ser leal a Tu llamado en mi vida. Por favor, fortaléceme para que pueda servirte con todo el corazón. En el Nombre de Jesús, Amén.

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