Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón. Lucas 2:19 (NBLA)
Eché una ojeada al reloj, 2:15 a.m. Por alguna razón, no podía volverme a dormir después de la lactancia nocturna de mi bebé de 3 meses. Lo había deslizado cuidadosamente de mis brazos a su cuna moisés. La lámpara emitía un suave resplandor en la habitación. Sus mejillas se estaban rellenando. Su pelo estaba creciendo. Sus puñitos estaban apretados cerca de su rostro. Él era una obra maestra en medio de lo mundano. Y aquella noche, solo yo me encontraba despierta para atestiguar este destello meteórico de la gloria de Dios reflejado en un bebé, mi bebé.
Aquella noche, llegué a comprender una pequeña parte de lo que María habría sentido. Luego de los detalles de los anuncios angelicales, el saludo de Elisabet, el nacimiento de Jesús y la visita de los pastores, las Escrituras nos ofrecen estas palabras acerca del acto de atesorar de María:
Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón (Lucas 2:19).
Ciertamente, María estaba atesorando los eventos que rodeaban el nacimiento de Jesús, las palabras declaradas acerca de Él y la providencia de Dios en cada detalle de Su llegada. Pero al decir que ella atesoraba estas cosas y las meditaba también significa que ella lo atesoraba a Él y lo contemplaba a Él. Ella Lo valoraba. Ella estaba asombrada y encariñada con Él.
Dos veces en el relato bíblico acerca de la niñez de Jesús, leemos algo parecido al versículo mencionado. La segunda vez aparece al final de las poquitas descripciones que tenemos de la niñez de Jesús. Lucas registra, “Luego regresó con sus padres a Nazaret, y vivió en obediencia a ellos. Y su madre guardó todas esas cosas en el corazón” (Lucas 2:51, NTV). El nacimiento y crecimiento de Jesús en Su niñez están enmarcados por una misma acción, la manera en que Su madre lo atesoraba.
¿Y adivina lo qué sucedió en el contexto de ese amor? Jesús floreció. Él creció de una manera completamente integral: “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en el favor de Dios y de toda la gente” (Lucas 2:52, NTV). El atesorar a un niño prepara una tierra fértil para el desarrollo de un crecimiento integral.
Si bien nuestros hijos no serán perfectos (tampoco lo serán sus madres), como María, seremos la primera audiencia en presenciar con asombro el milagro de nuestros bebés y nuestros nietos. También podemos tener un papel importante mientras atesoramos el conocimiento de quiénes son y quiénes serán. Nosotras somos las que tenemos el privilegio de estar sentadas en primera fila para vislumbrar sus áreas de dones y la manera en que la mano de Dios va moldeándolos. Y podría venir un tiempo en el que Dios nos permita hablarles palabras de vida mientras Él los lanza a sus llamados.
Por ejemplo, en la historia del primer milagro de Jesús, en la boda de Caná, María supo que cuando el vino se estaba acabando, Jesús sería Aquel que podría resolverlo. Ella invitó a Jesús al problema, a Su ministerio (Juan 2:1-11). Y aunque solamente Dios podía encargarle Su comisión, saber la hora en que Su ministerio se iniciaría y saber cómo acabaría, el haberlo atesorado llevó a María a saber que su hijo era el hombre indicado para ese momento.
Que la forma en que atesoramos nos conduzca a momentos similares de asombro.
Señor, ayúdame a ver la importancia del rol que poseo al atesorar Tus regalos incluso si hoy no hago nada más que amar. Ayúdame a saber que el deleitarme en la personalidad de alguien es tierra fértil para su crecimiento. Ayúdame a apreciar y comunicar las maravillas de la obra que Tú has hecho en la vida de mi hijo, nieto o discípulo, que Tú puedas usar mi aprecio por sus vidas para Tu gloria. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Juan 2:3-5, Cuando el vino se acabó, la madre de Jesús le dijo: —Ya no tienen vino. —Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? —respondió Jesús—. Todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: —Hagan lo que él les ordene. (NVI)
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