Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. Salmos 139:23-24 (JBS)
Siempre me han fascinado las preguntas excelentes.
Mis padres cuentan que una de mis palabras favoritas cuando era pequeña era “por qué”. Hasta el día de hoy, durante eventos sociales, mis amigos se han acostumbrado a mis preguntas algunas veces serias y otras veces divertidas, como por ejemplo: «si la misma canción sonara cada vez que entraras a una habitación, por el resto de tu vida, ¿qué canción sería?», o «¿cuál sería la mejor “comida final” de tu vida?».
Mi amor por las preguntas me llevó a una carrera profesional en las noticias. Ya no soy reportera, pero sigo haciendo preguntas. Supongo que la razón es porque las preguntas me salvaron la vida.
Verás, por años, luché en silencio con una larga lista de preguntas. Era como si las respuestas estuvieran escondidas en cuartos cerrados con llaves perdidas. Eran preguntas acerca de mi pasado, mi propósito, el dolor en el mundo, incluso la existencia de Dios. Pensé que Dios se ofendería por la duda que había en mi corazón.
Aun cuando tenía que acercarme a pedirle ayuda con algunas de las cosas más difíciles de mi vida, lo evitaba por el temor a Su respuesta, o a la falta de ella. Pero después conocí a dos personas en la Biblia que cambiaron la forma en que me sentía en cuanto a la posibilidad de que Dios me permitiera ser brutalmente honesta.
Primero, conocí a Tomás en los Evangelios. Al crecer, aprendí acerca de “Tomás el dudoso”, quien rechazó creer en la resurrección de Jesús, hasta que tocó Sus manos cicatrizadas (Juan 20:24-25). El apodo destila una acusación de pensamiento incorrecto. Así que reprimí mi incredulidad y mis miedos, pensando que toda duda era vergonzosa e irrespetuosa.
Pero después abrí mi Biblia y encontré esta frase en las notas de estudio acerca de Tomás: “las dudas silenciosas rara vez encuentran respuestas”. En ese momento, me quedó claro que Jesús no rechaza a la gente por expresar sus dudas honestamente.
Después, conocí a David en los Salmos. Cuando lees las palabras de David, es como si estuvieras leyendo un diario privado. Los Salmos han bendecido la vida de millones de personas, brindándonos un lenguaje para nuestra angustia más profunda, pero cuando David los escribió, estaba simplemente clamando a Dios con un corazón sincero:
¿Hasta cuándo, SEÑOR? (Salmo 6:3; Salmo 35:17)
¿Dónde estás? (Salmo 13:1)
¿Por qué me has abandonado? (Salmo 22:1)
Estas preguntas carecen de cortesía. Son francas y ásperas. Revelan la verdad que para Dios no hay ningún tema de conversación inaceptable.
En el Salmo 139, David reconoció que Dios ya lo sabe todo. Y es desde este lugar que David buscó guianza: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno (Salmos 139:23-24).
Aprendemos tanto de David como de Tomás que es mejor expresar nuestros sentimientos con honestidad brutal que dudar de Dios con un silencio ensordecedor. Y lo mismo es cierto para nosotras. La vida nunca tendrá sentido hasta que seamos lo suficientemente curiosas como para hacer preguntas honestas.
¿Qué preguntas tienes para Dios el día de hoy? ¿Qué te rompe el corazón? ¿Qué te enfurece tanto que podrías gritar a todo pulmón?
Cuéntale tus cosas a Dios. Él se hará cargo de todo.
Anímate en esto, amiga. Puedes aprender mucho sobre Dios, y acerca de ti misma si le prestas atención a cualquier cosa que venga después de los signos de interrogación.
Señor, gracias por recordarnos que nuestras preguntas no tienen que arruinar nuestra fe. De hecho, pueden reconstruirla. Nuestras dudas no tienen que ser una maldición. Pueden ser un regalo cuando nos envían en una búsqueda que culmina al pie de la cruz de Jesús. No siempre te entiendo, Dios, pero sé que Tú has prometido nunca dejarme sola con mis dudas. En el Nombre de Jesús, Amén.
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PROFUNDICEMOS
Juan 14:5-6, Dijo entonces Tomás: —Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino? —Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí. (NVI)
Nota cómo Jesús se revela bellamente en respuesta a una pregunta. ¿Qué te deja saber sobre cuán honesta puedes ser con el Señor?
¿Qué le quieres preguntar hoy a Jesús? Tu honestidad es bienvenida aquí. ¡También nos encantará escuchar sobre ti en los comentarios!
© 2023 por Jennifer Dukes Lee. Todos los derechos reservados.
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