Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. … Porque Tú no te deleitas en sacrificio, de lo contrario yo lo ofrecería; No te agrada el holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; Al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás. Salmo 51:10, 16-17 (NBLA)
Mientras me desplazaba a través de las redes sociales, me quedé en una publicación que me enfureció. Sé que no debí haberlo hecho, pero leí los comentarios.
Muchas de las respuestas fueron en represalia por lo que esta persona compartió en su publicación. Mi corazón también ansiaba dejar una respuesta ingeniosa. Con mis dedos posicionados sobre el teclado de mi celular, intenté idear una respuesta para hacerle saber a esta persona que su publicación no era correcta.
Varios contraargumentos vinieron a mi mente, pero al final decidí que era mejor no hacer nada en mi estado de furia, entonces apagué mi celular y lo arrojé al sofá.
Satisfecha con mi buen comportamiento, mentalmente me di palmaditas en el hombro por mi habilidad de ejercer semejante autocontrol.
Pero mientras continuaba con mis rutinas del día, mis pensamientos me atormentaban.
¿De verdad hice lo correcto?
¿Estará Dios contento con mi comportamiento?
¿Por qué no tengo paz al respecto?
Luego Dios trajo a mi mente un pasaje familiar de las Escrituras: el Salmo 51. Los eruditos sugieren que este salmo fue escrito por David luego de que Natán el profeta lo confrontara a David en relación a sus pecados contra Betsabé y el asesinato de su esposo, Urías (2 Samuel 11-12).
En sus oraciones, David dijo: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. … Porque Tú no te deleitas en sacrificio, de lo contrario yo lo ofrecería; No te agrada el holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; Al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás” (Salmo 51:10, 16-17).
David anhelaba enmendar su relación con Dios y comprendía que Dios deseaba tener más que solo sus sacrificios vacíos y ofrendas quemadas; Dios quería un corazón sinceramente arrepentido.
Hacer lo correcto es bueno en muchos sentidos, pero ello no cambia lo que está dentro de nuestros corazones. Jesús nos dice que el pecado comienza en el corazón (Mateo 15:18-19). Si no abordamos nuestro pecado desde el núcleo, crecerá descontroladamente hasta que permee todo nuestro ser, afectando nuestra relación con Dios.
A pesar de que practiqué el dominio propio al no publicar un comentario, mi corazón no estaba arrepentido. Externamente me veía limpia, pero en mi interior, mi corazón estaba en un completo caos que seguía brotando orgullo y furia. A pesar de mi buena conducta, aún necesitaba buscar al Señor con una postura de arrepentimiento verdadero.
Amigas, siempre debemos intentar hacer lo correcto, pero no olvidemos que Dios se deleita más con los corazones que están genuinamente arrepentidos de lo que se deleita con sacrificios vacíos de buena conducta. El Salmo 51:17 dice, “Al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás”. Nunca es fácil admitir que estamos equivocadas, pero como lo explica David, Dios no detesta un corazón arrepentido.
Podemos seguir el ejemplo de David y presentarnos al Señor con arrepentimiento y confesión sincera, sin temor, pues Él es bueno para extendernos misericordia y perdón tal como lo hizo con David.
En lugar de asumir que nuestro buen comportamiento es suficiente para hacernos justas ante Dios, acerquémonos a Él con el deseo de ser limpiadas y con un espíritu que desea ser hecho justo para que podamos disfrutar nuestra relación con nuestro Padre celestial.
Señor, Tu Palabra me dice que Tú no menosprecias un corazón contrito. Por favor ayúdame a recordar que Tú te deleitas en mi corazón verdaderamente arrepentido más que mis sacrificios vacíos de buena conducta. Gracias porque puedo acercarme a Ti como lo hizo David, sin temor, y confesar mis transgresiones. Te doy gracias por la misericordia y gracia que Tu extiendes a aquellos que anhelan ser hechos justos ante Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 32:5, Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. (NVI)
1 Juan 1:9, Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. (NVI)
¿Cuándo fue la última vez que le pediste a Dios que creara un corazón limpio dentro de ti, así como David lo hizo en el Salmo 51:10?
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