Devocionales

El Dios que pelea nuestras batallas

Sarah Freymuth 12 de julio de 2023
y dijo Jahaziel: «Presten atención, todo Judá, habitantes de Jerusalén y tú, rey Josafat: así les dice el SEÑOR: “No teman, ni se acobarden delante de esta gran multitud, porque la batalla no es de ustedes, sino de Dios. 2 Crónicas 20:15 (NBLA)

La lluvia arrasa por el pavimento, golpea las ventanas y distorsiona la vista mientras comienzo la mañana. Poco después de levantarme, recuerdo la tensión física, mental y emocional por la que estoy pasando, mi corazón constantemente pesado por la carga que llevo.

Todo se siente insuperable, impenetrable. La espina en mi costado no se desprende. Estoy cansada y agotada, mi fe al borde de la rendición.

Pero de repente el sol atraviesa el cielo, empujando hacia atrás las nubes de lluvia que dan paso a los rayos de luz. Nada de mis circunstancias cambia en este momento, pero crece en mí un conocimiento constante: mi Dios me ve y me comprende, y no me ha dejado luchar por mi cuenta en la vida.

El Señor pelea por mí. Él está trabajando porque escucha el clamor de Su hija.

A veces, el dolor de este mundo o nuestro propio sufrimiento personal puede arrinconarnos y llenarnos de un miedo que nunca creímos posible. Pareciera como si el enemigo de nuestras almas estuviera yendo hacia nosotras y no hay forma de detener el avance.

Pero el Dios de nuestros padres está preparado con poder y fuerza en Su mano, abriendo camino (2 Crónicas 20:6).

Vemos a los israelitas en una posición similar en 2 Crónicas 20: atrapados, con sus enemigos marchando contra ellos. Una montaña de ejércitos descendió alrededor del rey Josafat y el pueblo de Israel. El miedo era palpable en la ciudad y se levantó una gran alarma.

¿Qué hizo el rey Josafat? Llamó a la gente de todas las ciudades de Judá para que se pararan con él en el templo del Señor y consultaran a Dios (2 Crónicas 20:4).

Él oró: “Oh Dios nuestro, ¿no los juzgarás? Porque no tenemos fuerza alguna delante de esta gran multitud que viene contra nosotros, y no sabemos qué hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia Ti»” (2 Crónicas 20:12, NBLA).

El pueblo se puso de pie y esperó, poniendo su vida y su esperanza en el Señor en un acto de gran dependencia. Los israelitas no tenían adónde volverse, excepto hacia Dios.

Nuestras situaciones pueden ser tan terribles que tocamos el fondo de nosotras mismas, incapaces de ver una salida. Pero tenemos una gracia salvadora en nuestro Dios, que escucha nuestro clamor y es poderoso para salvar.

Cuando el Señor habló por medio de Jahaziel, hijo de Zacarías, respondió con compasión y autoridad, ambas increíbles características de Aquel que viene a salvar:

y dijo Jahaziel: «Presten atención, todo Judá, habitantes de Jerusalén y tú, rey Josafat: así les dice el SEÑOR: “No teman, ni se acobarden delante de esta gran multitud, porque la batalla no es de ustedes, sino de Dios (2 Crónicas 20:15).

La batalla no es nuestra, es del Señor. Sin embargo, todavía nos dice que nos volvamos y enfrentemos nuestras dificultades. No huimos de eso; fijamos nuestros ojos en el miedo, la irresolución, los muros que se derrumban a nuestro alrededor. Pero luego velamos por nuestra liberación con la fe atada al Dios que cumple Sus promesas. Él promete estar con nosotras cuando enfrentemos nuestras batallas, sean las que sean (2 Crónicas 20:20).

Hoy el sol se quedará, y me apoderaré de lo que aún no puedo ver. Por fe, me levanto y enfrento la confusión, creyendo que la batalla es del Señor. Va delante de mí, haciendo un camino.

Él promete pelear por nosotras cuando volvamos nuestros corazones a Él y buscamos Su voz; le expresamos a Él nuestra impotencia; y permitimos que se mueva contra nuestros enemigos, esos sabuesos de dolor, confusión y miedo.

Cualquiera que sea tu lucha, ponla ante el Señor. Ten fe en Él. Da gracias y mantén una postura de humildad y gratitud, incluso antes de que veas algún cambio. Especialmente antes. Él es fiel, y Su liberación vendrá.

Mientras alabamos, Él está obrando. Él siempre está obrando.

Padre, me siento acorralada, con la espalda contra una pared dura, sin salida. Estoy abrumada y temerosa. Pero Tú eres mi Dios que me ve y responde porque me amas. ¿Vendrías a mi rescate hoy? Eres el único que puede pelear esta batalla, y eres fuerte. Estoy tan contenta de que vayas delante de mí, Señor. En el Nombre de Jesús, Amén.

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