»Que me hagan un santuario, para que Yo habite entre ellos. Éxodo 25:8 (NBLA)

Hace unos veranos atrás, una iglesia se comunicó con mi esposo Kris y yo para consultar si podrían realizar su servicio dominical en nuestra granja por unas semanas mientras ellos encontraban un nuevo lugar para reunirse.

Estábamos tan contentos de poder ayudar a esta iglesia en todo lo que fuera posible.

Kris encontró una carpa plegable grande para que se pudieran reunir protegidos del sol del verano, el cual estaba en su punto más caliente. Instalar la carpa requirió la ayuda de un montón de gente, pero una vez ya lista se sintió como si tuviera un propósito más allá de sólo brindar sombra los domingos por la mañana.

En ese tiempo yo estaba estudiando Moisés y la carpa que cambió todo para él y para los israelitas cuando Dios les ordenó: “»Que me hagan un santuario, para que Yo habite entre ellos” (Éxodo 25:8).

Cuando Adán y Eva pecaron en el jardín del Edén, el primer santuario, ellos perdieron mucho, incluso la presencia de Dios (Génesis 3). Así que la historia de Moisés es una de salvación pero también de redención, porque este fue el cumplimiento de la promesa de Dios cuando dijo que devolvería Su presencia a Su pueblo.

En Éxodo 26 vemos las instrucciones iniciales para el tabernáculo, una estructura de carpa que sería el lugar dónde Dios moraría y que Él mismo se trasladaría varias veces con el pueblo de Dios. La carpa era el centro de adoración y era el lugar donde Moisés se encontraría cara a cara con Dios (Éxodos 33:11).

El tabernáculo está lleno de simbolismo, todo apuntando a Jesús. Hoy, gracias a Jesús, que es “«Dios con nosotros»” (Mateo 1:23, NVI), podemos entrar en la presencia de Dios sin importar en qué edificio o estructura estemos.

Cuando entregamos nuestras vidas a Jesús, el Espíritu Santo va a todos lados con nosotras. No tenemos que esperar a estar en una carpa para reunirnos con Dios.

Nuestros automóviles, espacios de oficina y hogares, cualquier lugar, puede ser un santuario. Porque lo que hacemos en esos espacios es lo que puede cambiar todo para nosotras en tan solo un momento. En donde sea que busquemos a Dios, Él estará ahí. Así que podemos ver alrededor de nosotras y sólo ver espacios ordinarios… o mejor podemos elegir ver lugares sagrados donde podemos reunirnos con Él.

Cuando Moisés se encontró con Dios en la carpa, él recibió sabiduría, instrucción y aliento. Yo nunca he tenido un día sin que necesite esas cosas. Afortunadamente, Dios ofrece sabiduría a todos los que se lo piden (Santiago 1:5), y Su Palabra nos asegura: “Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes” (Santiago 4:8a, NBLA).

Eventualmente, la iglesia que se reunía en mi granja familiar encontró un lugar permanente para reunirse y quitamos la carpa. La iglesia en la granja terminó, y esa temporada llegó a su fin.

Pero debido a que la carpa estuvo montada alrededor de cinco semanas, la grama debajo de ella murió. Al principio, pensé que era desagradable a la vista, pero después me di cuenta de que esa área de grama muerta era un recordatorio: algo sagrado ocurrió aquí. No lo olvides.

La iglesia en la granja fue temporal, justo como el tabernáculo que construyó Moisés. Pero al estudiar la tienda del tabernáculo recordamos que de manera similar, algo sagrado ocurrió ahí.

La presencia de Dios es permanente, y dondequiera que vayamos, Él va. Pero recordemos que depende de nosotras cómo navegamos por los lugares ordinarios de nuestras vidas conscientes de que Dios está con nosotras. Esta es tierra sagrada. Dios está aquí.

Gracias, Dios, porque debido a la cruz, podemos disfrutar de Tu presencia con nosotras donde sea que vayamos. En el Nombre de Jesús, Amén.

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