Grande es el SEÑOR, y digno de ser alabado en gran manera, Y Su grandeza es inescrutable. Salmo 145:3 (NBLA)

Al atravesar velozmente la puerta de vidrio, crucé el piso de mármol y me dirigí inmediatamente a la recepción del banco. «¿Podría hablar con el gerente?», pregunté.

No es que estuviera molesta, pero sabía que la cuestión con la cual necesitaba ayuda solo podría ser resuelta con la persona encargada. Imagínate mi vergüenza cuando la mujer que pensé era la recepcionista me miró con serenidad y respondió, «yo soy la gerente».

Yo me imaginaba al gerente sentado en una oficina de la esquina más allá de la recepción, no allí en la recepción. Mientras me disculpaba por el malentendido, la gerente me explicó que en este banco, los gerentes de las sucursales permanecían a la vista para estar más disponibles para clientes como yo.

En retrospectiva, debí haberla honrado más en lugar de pedirle rápidamente lo que yo necesitaba.

Cuando pienso acerca de mis oraciones, me doy cuenta de que a menudo trato a Dios del mismo modo, enfocándome en pedir lo que deseo sin primeramente honrarlo por lo que Él es y por lo que Él es capaz de hacer.

A pesar de que pedir sea una parte necesaria de la oración, hay otro aspecto de la oración que normalmente pasamos por alto que no debemos ignorar: la adoración. La adoración es la reverencia y el honor que ofrecemos a Dios por lo que Él es, la cual nos ayuda a recordar a quién le estamos orando en primer lugar.

En Mateo 6:9-13, Jesús enseñó a Sus discípulos cómo orar lo que ahora conocemos como El Padre nuestro. Él no empezó Su oración haciendo pedidos sino con adoración, diciendo, …»“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9, NVI).

“Santificado” significa que Dios es santo, puesto aparte y merecedor de alabanza. Jesús comenzó Su oración de esta manera porque la adoración nos ayuda a reconocer al Dios poderoso a quien oramos, aun antes de hacerle nuestras peticiones. La adoración prepara a nuestros corazones a recordar que Dios es más grande que cualquier cosa que podamos pedir y combate la tentación que nos lleva a pensar que Dios es incapaz de responder.

Al observar el libro de los Salmos, vemos muchas oraciones de adoración. Específicamente, el Salmo 145, escrito por David, revela tres maneras en las cuales la adoración pone a Dios en el centro mientras nos presentamos ante Él en oración:

1. La adoración enfoca nuestro corazón y voluntad en la bondad de Dios.

“Todos los días te bendeciré, Y alabaré Tu nombre eternamente y para siempre” (Salmo 145:2, NBLA).

Las palabras “te bendeciré” demuestran determinación en señalar la bondad de Dios a pesar de nuestras circunstancias. La adoración a Dios es una decisión, no un prerequisito para una vida perfecta. Sin importar lo que estemos enfrentando, podemos elegir decir con el salmista, “Grande es el SEÑOR, y digno de ser alabado en gran manera, Y Su grandeza es inescrutable” (Salmo 145:3).

2. La adoración enfoca nuestra mente en la bondad de Dios.

“En el glorioso esplendor de Tu majestad, Y en Tus obras maravillosas meditaré” (Salmo 145:5, NBLA).

David adoraba al Señor mientras meditaba sobre quién es Dios y de lo que Él es capaz de hacer. La meditación es una práctica popular hoy en día, pero no es nueva para la Biblia. Mientras algunos métodos de meditación implican vaciar la mente de pensamientos, la meditación bíblica se trata de llenar la mente con pensamientos de Dios. La adoración de David al Señor nos enseña a pensar en la majestuosidad de Dios y Sus obras maravillosas.

3. La adoración enfoca nuestras palabras en la bondad de Dios.

“hablarán del poder de Tus hechos portentosos, Y yo contaré Tu grandeza” (Salmo 145:6, NBLA).

David adoraba al Señor con su boca: él hablaba de las hazañas increíbles de Dios, declaraba Su grandeza, y cantaba acerca de Su justicia.

La oración efectiva y poderosa no comienza con las palabras perfectas, y a pesar de que entregar a Dios nuestras preocupaciones sea una práctica fiel (1 Pedro 5:7), no todas nuestras oraciones deberían empezar con una lista de pedidos. Mientras oramos, primero centrémonos en quién es Dios y en lo que Él es capaz de hacer en nuestras vidas.

Querido Padre celestial, gracias porque Tú eres más grande que cualquier cosa que jamás pudiera pedirte a Ti. Oro por un corazón, mente y palabras que reverencien y honren quién eres Tú y el poder que posees. En el Nombre de Jesús, Amén. 

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© 2023 por Christina Patterson. Todos los derechos reservados.

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