Tú has tomado en cuenta mi vida errante; Pon mis lágrimas en Tu frasco; ¿Acaso no están en Tu libro? Salmo 56:8 (NBLA)
Cuando era una niña pequeña, mucho antes de entender la poesía y el simbolismo literario, tomé en cuenta al Salmo 56:8 de manera literal. Imaginé a Dios en un boticario con las botellas ámbares alineadas en fila, y con una que llevaba mi nombre. Me dio consuelo.
Pero durante los momentos cuando lloraba muchísimo, como cuando murió mi gato o me desollé la rodilla jugando al fútbol en la calle con mi hermano, me preguntaba si mi botella era lo suficientemente grande para contener todas las lágrimas saladas que fluían por mi cara.
Ahora sonrío pensando en ese boticario en el cielo, sin embargo, también pienso en las cosas preciadas que he guardado en frascos pequeños cuando era una niña: mis dientes de leche, mi pulsera de nacimiento con cuentas rosadas, unos bucles de cabello de mi hermana bebé que mis padres habían cortado antes de su fallecimiento. Los guardé cuidadosamente, ocultándolos de la vista de otros ojos y escondiéndolos de algunos que quizás no entienden su valor para mí.
Oh, eso es lo que Él está haciendo con mis lágrimas, concluí, guardándolas como preciosas, valiosas, únicas en su valor, escondidas de otros que quizás podrían lastimarme por atesorarlas como algo especial. Eso es lo que Él quiere decir acerca de almacenarlos y registrar su presencia. Él los recuerda cuando nadie más lo hace.
En los días muy profundos de mi luto, llorando las pérdidas en mi matrimonio, la estabilidad financiera y salud, no podía evitar preguntar en voz alta cómo el cuerpo podía seguir produciendo tantas lágrimas sin fin. ¿Dejarán de fluir algún día?
Y cuando has llorado a solas en tu cama por la noche, querida, apuesto que te has preguntado si llegarán a cesar tus lágrimas también. O si existieran suficientes botes para guardarlas.
Puedes saber que no estás sola. Acuérdate de lo que David, el gran rey de Israel, un hombre conforme al corazón de Dios, escribió en el versículo clave para consolarse a sí mismo y dar sentido a su desesperanza:
Tú has tomado en cuenta mi vida errante; Pon mis lágrimas en Tu frasco; ¿Acaso no están en Tu libro? (Salmo 56:8).
Supongo que la parte “¿Acaso no están en tu libro?” era una pregunta retórica. Una pregunta planteada para crear un efecto dramático, un énfasis, o para subrayar un punto más que recibir una respuesta real. David sabía que sus lágrimas podían ser confiadas a su Señor. Él sabía que sus lágrimas no eran menospreciadas u olvidadas ni tampoco inmerecidas.
Cada vez que se rompe tu corazón, Dios crea un espacio para ti. Él cuenta, almacena y registra todo en cuanto a tu tristeza. Cuando el mundo no sabe cómo responder a tu aflicción, Dios la honra.
Y el saber que el Dios del universo se preocupa por tu dolor lo hace un poquito más llevadero.
Señor, mi corazón se siente muy pesado con tanta tristeza. Creo que nunca se detendrán mis lágrimas. Ayúdame a creer que te importa cada una. Ayúdame a no aislarme por creer que nadie me entendería. Confío en que Tú irás delante de mí y allanarás el camino para que pueda transitar por medio de todo esto. Eres mi fuerza, mi escudo y mi libertador especialmente en este valle. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Hebreos 5:7-9, Cristo, en los días de Su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, fue oído a causa de Su temor reverente. Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen… (NBLA)
Lee estos dos versículos adicionales en el Nuevo Testamento donde Jesús expresa tristeza abiertamente: Juan 11:35 y Lucas 19:41. Reflexiona sobre cómo te hace sentir saber que el Dios encarnado, Jesús, derramó lágrimas como tú y yo. ¿Te sentirías más segura si Él estuviera “por encima de todo” o te consuela esta expresión humana de Jesús? ¡Comparte con nosotras en los comentarios!
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