Qué alegría para los que no siguen el consejo de malos, ni andan con pecadores, ni se juntan con burlones, sino que se deleitan en la ley del SEÑOR meditando en ella día y noche. Salmo 1:1-2 (NTV)
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Recientemente descubrí que era alérgica al término “feliz”.
En círculos crisitianos rara vez escucho hablar de la felicidad en un sentido positivo. Se tiende a contrastarla con virtudes como el gozo y la santidad. El desear vivir una vida feliz con frecuencia es visto como algo autocomplaciente, mientras que el gozo se considera como algo más espiritual.
En los sermones escucho que preguntan cosas como «¿Quieres ser santa o feliz?» Algunos establecen: «el matrimonio es para tu santidad, no tu felicidad». No sé tú, pero yo me he quedado con la sensación de que nunca debería tener tanto la felicidad como la santidad, como si fuera mejor no tocar la felicidad ni con un palo de tres metros de largo.
Si somos honestas, el anhelo de felicidad es esencial para nuestra humanidad y nos motiva sin importar nuestra edad o nuestras experiencias. Todas queremos ser felices, pero no todas sabemos cómo obtener la felicidad. El problema es que incluso como cristianas, con frecuencia definimos la felicidad de forma diferente a como Dios la define y la buscamos donde Él dice que no la podemos encontrar.
La Biblia menciona la felicidad y no sugiere que la tratemos como los líderes religiosos trataban a los leprosos, tampoco nos dicen las Escrituras que veamos la felicidad en contraste con las cosas buenas que Dios tiene para nosotras. Más bien, la felicidad, o una vida feliz, está relacionada con nuestro Dios feliz. Dios no nos dice que abandonemos nuestro deseo por placer y bendiciones; Él quiere ser la fuente de nuestro placer y bendición. Eso quiere decir que nuestras “papilas gustativas” de la felicidad deben madurar para que lo que nos haga felices sea lo que a Él lo hace feliz.
Nuestros versículos claves, Salmo 1:1-2, nos da un vistazo en la vida de una persona feliz:
Qué alegría para los que no siguen el consejo de malos, ni andan con pecadores, ni se juntan con burlones, sino que se deleitan en la ley del SEÑOR meditando en ella día y noche.
El salmista dice que la vida nos presenta dos caminos: la felicidad eterna y la felicidad de imitación.
La felicidad de imitación es un camino que te promete una vida feliz pero al final te presenta con una vida espiritualmente inestable y te lleva más profundamente en el pecado. Los que toman este camino piensan que la felicidad se obtiene escuchando los consejos de los malvados. Antes de que se den cuenta, se encuentran parados en la senda con los pecadores, y poco después están sentados con los blasfemos, una personificación total de la compañía que mantienen (Salmo 1:4-6).
El camino de la felicidad eterna es todo lo contrario. Esta es la vida para las personas justas cuya participación en el pecado no crece sino que, por la gracia de Dios, está menguando. No escuchan el consejo de los malvados; en su lugar, se sienten atraídos por la sabiduría. No se paran con pecadores o se sientan con blasfemos dado que aquellos que se burlan de la Verdad de Dios no son sus consejeros preferidos. Esto no significa que no se asocian con incrédulos, sino que no hacen de los incrédulos sus consejeros de confianza ni fuentes de verdad. En cambio, encuentran la felicidad deleitándose en la Verdad de Dios y reflexionando sobre ella día y noche.
La Verdad de Dios nos estabiliza, nos sostiene y nos muestra que el Espíritu está dentro de nosotras mientras damos fruto (Salmo 1:3). Esta fructificación es de Dios y marca el curso eterno de la vida de un creyente (Salmo 1:6).
¿Cómo podemos vivir una vida feliz? No la obtenemos al cambiar nuestras circunstancias sino dejando que Dios cambie nuestro deleite. Las Escrituras dicen “[nos deleitemos] en la ley del SEÑOR”. Necesitamos que Dios cambie nuestro deleite para que valoremos la Palabra de Dios más que las palabras de quienes nos rodean. Cuando nuestro deseo por Dios y Su Palabra crece, crea un impacto eterno que trae felicidad a nuestras vidas.
Y nada podrá quitarnos esa felicidad.
Amado Padre, la verdadera felicidad se origina en Ti. Perdóname por las formas en la que he buscado la felicidad fuera de Ti mediante consejos impíos que no hace crecer mi afecto por Ti. A la luz del Verbo que se hizo carne, fue crucificado y resucitó, Jesuscrito, aléjame de la felicidad de imitación, y en cambio, haz crecer mi deleite por Ti, el Autor de la felicidad eterna. Conviérteme en un árbol fructífero para que pueda ser como mi Salvador y Señor. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 1:6, Porque el SEÑOR cuida el camino de los justos, mas la senda de los malvados lleva a la perdición. (NVI)
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