«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Mateo 11:28 (NTV)
Sonrió como una adolescente enamorada cuando vio por primera vez aquella brillante mochila rosada. «¡Es la que he estado deseando tener!», dijo mi hija de kinder mientras la sacaba de la pila de útiles escolares.
El primer día de colegio, se echó la mochila al hombro y se dirigió a la parada del autobús como una princesa. Pero a medida que pasaba el tiempo, comenzó a desvanecer su alegría.
Hasta que llegó el día en que mi hija dejó caer su amada mochila rosada al suelo y se dejó caer junto a ella. «Ya no puedo cargar esto», gimió. «Pesa demasiado».
Abrí la mochila y empecé a vaciar todos los bolsillos. Curiosamente, cuando se la devolví a mi hija, la mochila todavía estaba pesada.
Tras una inspección más detallada, descubrí un bolsillo oculto en el fondo. Destinado a albergar botas mojadas o ropa sudada de gimnasia, el bolsillo rebosaba, en cambio, de piedras polvorientas.
«¡No sabía que cargaba todo eso!», exclamó mi hija cuando tiré las piedras al suelo con un ruido metálico.
Pronto llegué a enterarme que su pasatiempo favorito en el recreo era buscar “tesoros” en los lechos rocosos que bordeaban el patio de recreo. Aunque esta búsqueda diaria del tesoro era una diversión benigna, las costuras reventadas de la mochila eran una admonición silenciosa. Ni mi niña ni su mochila preciosa estaban hechas para una carga tan pesada.
A partir de ese momento, desarrollamos una nueva rutina. A la hora de acostarse, mi hija me traía su mochila y se subía a mi regazo; luego yo sacaba cada piedra escondida.
La carga que antes había empujado a mi niña hasta las lágrimas ahora la impulsaba hacia mis brazos. Lo mejor de todo es que, cuando recibía un día nuevo, su carga ya no superaba su capacidad.
Por supuesto, los niños no son los únicos que pueden tropezar bajo el peso de una carga invisible. También nosotras nos cansamos de las cargas que llevamos. Si no se revisan, nuestras preocupaciones ocultas y nuestras heridas escondidas pueden agotar nuestras fuerzas y despojar nuestra alegría. Y como a una niña de kinder que una vez conocí, puede que nos cueste seguir adelante. Al fin y al cabo, es difícil acoger el regalo de un día nuevo cuando seguimos cargadas con el peso del día anterior.
Por eso me encanta la invitación de Mateo 11:28, “«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso”.
Con una palabra sencilla, “vengan”, Jesús nos recuerda que no necesitamos soportar el peso de la vida solas. Al igual que mi hija, que se subía a mi regazo para descargar la carga que llevaba, nosotras podemos crear ritmos diarios que nos ayuden a trasladar nuestras cargas a Jesús.
La Biblia no ofrece una fórmula para este intercambio sobrenatural, pero para mí implica reconocer la presencia de Cristo y expresar mi necesidad. A veces se trata de contarle a Jesús mis preocupaciones mientras conduzco por la ciudad. Otras veces, es recitar las Escrituras en voz alta para cambiar mi enfoque del lamento de mi preocupación a la esperanza de la Palabra de Dios. De vez en cuando, incluso es levantar las manos enjabonadas en señal de rendición mientras lavo los platos con música de alabanza a todo volumen y lágrimas que caen silenciosamente por mis mejillas.
Esta descarga de mi corazón puede verse diferente cada día, pero siempre implica acercarme a Jesús. Porque tenemos un Salvador que ve las cosas invisibles que cargamos. Y en Su presencia, podemos cambiar la carga que nos agobia por el amor que nos sostiene.
Querido Jesús, estoy cansada de intentar llevar mis cargas sola. Por favor, despiértame a Tu presencia, y aligera mi carga como solo Tú puedes hacerlo. En el Nombre de Jesús, Amén.
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1 Pedro 5:7, Pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque él cuida de ustedes. (NTV)
¿Qué ritmo diario puedes crear para llevar tus preocupaciones a Jesús? ¿Qué carga necesitas entregar a Jesús en oración hoy? Comparte tus pensamientos en los comentarios para que también podamos orar por ti.
© 2023 por Alicia Bruxvoort. Todos los derechos reservados.
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