…Yo soy el que contesta tus oraciones y te cuida. Soy como un árbol que siempre está verde; todo tu fruto proviene de mí». Oseas 14:8 (NTV)
Mientras escribo, miro por encima de mi computadora, y mis ojos se fijan en el árbol de Navidad artificial de más de 2 metros que está en la esquina de la sala. Ha estado ahí desde la Navidad de 2020.
Al principio me avergonzaba un poco cuando amistades venían a visitarnos a mediados de junio y veían nuestro árbol, pero lo superé porque me encanta. Cada mañana me levanto y enciendo las luces navideñas. ¡La vista me hace sonreír!
Creo que parte de la razón inicial por la que dejamos el árbol puesto después de la Navidad de 2020 fue porque la vida era dura y sin color. Al igual que innumerables personas, me encontré luchando nuevamente contra la depresión, al sentir el impacto de una pandemia global.
Me di cuenta de que de alguna manera las luces brillantes del árbol hablan de la esperanza, trayendo a mi memoria días mejores. Pero también, es mucho más que eso. El árbol me recuerda diariamente de ese momento que cambió el mundo para siempre: la venida de nuestro Salvador, el momento cuando la esperanza comenzó en medio de un mundo sin vida.
Hay mucho debate sobre el origen del árbol de Navidad, pero me encanta el relato de Martín Lutero. En su libro para niños Luther’s Children Celebrate Christmas, Dorothy Haskins dice que una noche Martín Lutero caminaba por los bosques cerca de su casa. La nieve había caído sobre las ramas de los árboles y brillaban a la luz de la luna. La belleza y tranquilidad de la nieve lo cautivó.
“Los arbolitos permanecían allí valientemente, manteniéndose verdes mientras todo lo que los rodeaba se volvía seco, apagado y sin vida”.
Entonces Lutero cortó un árbol, lo llevó a casa y lo decoró con unas velas. Según Haskins, “él explicó a sus hijos que el árbol es verde en invierno como nuestra fe en Cristo. Se mantiene fresco incluso en una temporada de dificultad. Nuestra fe en Cristo permanece verde aún en la tristeza. Su consuelo permanece incluso en medio de la desesperanza”.
Si tú lo piensas, el comienzo de nuestra historia inició con un árbol. Cuando Dios colocó a Adán y Eva en el jardín de Edén, les dijo que podían comer libremente de todos los árboles excepto uno. Se les prohibió comer del árbol del conocimiento del bien y del mal o morirían.
Cuando la serpiente entró en el jardín, su primer acto fue hacer que Adán y Eva cuestionaran a Dios. “—¿De veras Dios les dijo que no deben comer del fruto … ?” (Génesis 3:1b, NTV). Su segundo acto fue llamar mentiroso a Dios: “— ¡No morirán!” (Génesis 3:4, NTV). El tercero fue de insinuar que Dios les estaba mezquinando algo: “Dios sabe que, en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos…” (Génesis 3:5, NTV).
Cuando Adán y Eva prestaron atención a las mentiras de la serpiente y no solo tomaron el fruto del árbol prohibido sino comieron del fruto, el mundo entero se estremeció. Todo cambió. De repente, Adán y Eva sintieron vergüenza y se escondieron de Dios. En Su misericordia, Dios los vistió con pieles de animales y los envió fuera del jardín (Génesis 3:6-21). Si se hubieran quedado, podrían haber comido del fruto del árbol de la vida y haber vivido para siempre… pero eternamente quebrantados. Dios los amó demasiado para dejar que eso pasara, y te ama de la misma manera.
Así como nuestra desolación vino de un árbol, así también nuestra redención vino sobre un árbol. Cristo, el Cordero de Dios sin mancha, estuvo dispuesto a convertirse en una maldición ante los ojos de Dios y de la humanidad para salvar la gran división entre un Dios santo y pecadores como tú y yo. Es difícil comprender el peso de ese tipo de amor.
Dios se describe así: “…Yo soy el que contesta tus oraciones y te cuida. Soy como un árbol que siempre está verde; todo tu fruto proviene de mí»” (Oseas 14:8). Cuando pienso en esa imagen durante la temporada navideña, recuerdo que Él escucha nuestras oraciones y Él es nuestro proveedor constante.
Si te sientes ansiosa o temerosa en esta temporada, acuérdate que la misericordia perenne de Dios está contigo. Así como los árboles cautivaron al corazón de Martín Lutero y trajo gozo a sus hijos por la luz de vela, tú y yo podemos acordarnos, mientras miramos los árboles de esta temporada, que Dios está siempre con nosotras. Compartamos la luz de Su amor con aquellos que nos rodean.
Padre celestial, gracias porque nunca cambias. Eres el mismo ayer, hoy y siempre. Gracias por escuchar mis oraciones y por cuidarme. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Salmo 119:50, Tu promesa renueva mis fuerzas; me consuela en todas mis dificultades. (NTV)
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