Descendió con sus padres y vino a Nazaret, y continuó sujeto a ellos. Y Su madre atesoraba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres. Lucas 2:51-52 (NBLA)
Llevo casi dos décadas criando niños. Con el paso de los años, he atesorado muchos recuerdos y momentos de la vida de mis hijos. Puedo recordar momentos en los que me costaba creer que yo fui elegida para ser su madre. Momentos de pura alegría y orgullo porque Dios me había permitido verlos de una forma en que nadie más podía hacerlo.
El deseo de mi corazón ha sido siempre el mismo para mis hijos: que amen a Dios y que amen a los demás. Estoy convencida de que todo lo demás caerá en su lugar.
La maternidad es casi universal en este aspecto. Muchas mamás quieren ver a sus hijos crecer y madurar como adultos que aman a Dios y aman a los demás. He tenido el honor extraordinario de conocer a mujeres alrededor del mundo que hablan diferentes idiomas, tienen trabajos distintos y enfrentan circunstancias financieras diversas, y aún así quieren lo mismo para sus hijos. Y por supuesto que María, la madre de Jesús, quería lo mejor para su Hijo. La imagino orando y anhelando el bienestar de Jesús.
Hace algunos años viajé a una aldea pequeña en las afueras de la Ciudad de México con Compassion International y conocí a Mía, de tres años de edad, y su dulce mamá en su iglesia local. Mía estaba recibiendo cuidados médicos, y su mamá recibía atención espiritual, emocional y física.
Mientras estaba sentada a la mesa frente a esta mamá cuya vida se veía completamente distinta a la mía, recordé lo que María, la madre de Jesús, observó en el desarrollo de su Hijo: “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52), y no dudé que la mamá de Mía también deseaba eso. Ella quería para su hija las mismas cosas que yo deseaba para los míos y que tú deseas para los tuyos.
La mamá de Mía y yo batallamos un poco al tratar de comunicarnos mediante un traductor. El español que había aprendido en la escuela preparatoria no dio pie con bola, pero al hablar, nos sonreíamos una a la otra con un brillo en nuestros ojos mientras hablábamos de nuestros hijos. Verás, amar a nuestros hijos y querer lo mejor para ellos es universal. Se traduce a cada lenguaje y a toda cultura.
Como mamás de partes del mundo completamente diferentes, nos conectamos en la Ciudad de México ante el hecho de que las dos queríamos las mismas cosas para nuestros hijos. Queremos que florezcan, que encuentren una relación amorosa con Jesús, y que marquen la diferencia en el mundo. Si eres mamá o alguien que tiene niños en su vida, tú probablemente también quieres estas cosas. Llevar estos deseos al Señor en oración es una forma poderosa en la que podemos interceder por nuestros hijos. Y podemos mostrar a nuestros hijos cómo orar por otros niños y sus familias alrededor del mundo.
Ha sido mi gran honor formar equipo con Compassion International con el paso de los años. Esta colaboración permite que los padres confíen en que sus hijos están recibiendo los mejores cuidados posibles, y así es como luce el amor.
Tengo esperanza en que, al acercarme hacia mi comunidad de la iglesia y la familia de Mia se acerca a la suya, nosotras veremos la hermosa transformación de nuestros hijos creciendo para amar más a Dios y a los demás.
Dios, gracias por el ejemplo de Jesús quien creció hasta convertirse en un hombre que tuvo favor delante de Ti y por las personas que lo rodeaban. Tu amor por nosotras nos mueve a amar aún más a quienes nos rodean: la gente en nuestros hogares y la gente alrededor del mundo. ¿Nos ayudarías a recordar a las mamás alrededor del mundo y a encontrar formas para tomarnos de las manos mientras criamos a nuestros hijos? En el Nombre de Jesús, Amén.
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Luke 2:40, Y el Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él. (NBLA)
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