Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón. Jeremías 29:13 (NVI)
Aquel día, hace mucho tiempo atrás, mi hija se apareció en la cocina con una cesta de mimbre colgada del brazo. «Voy a recoger flores en el bosque», anunció. «¿Quieres venir conmigo?»
Era una época del año en la que era poco probable que florecieran las flores silvestres, pero cubrí mis dudas con una sonrisa y seguí a mi hija de 7 años hasta la puerta.
Mientras caminábamos por el bosque, vimos musgo y setas, zarzas y enredaderas. Pero no vi una sola flor.
Di por sentado que no encontraríamos flores, así que, en su lugar, comencé a recoger bellotas. Mi hija, sin embargo, no se desalentó. Exploró la maleza y miró alrededor de los árboles, echó un vistazo debajo de los troncos y rebuscó entre las hojas. Pero su cesta seguía vacía.
Luego, cuando me acercaba al final del sendero, escuché un grito de felicidad. Di la vuelta y vi a mi hija saltando por la hierba desgarbada, cayendóse de rodillas en un ramillete de flores silvestres moradas.
«¿Cómo pasé de largo por éstas?» me pregunté en voz alta mientras recojíamos esas flores violetas.
Se quedó mirando al bulto de bellotas que tenía en los bolsillos. «Mamá, no viste las flores porque no esperabas encontrar ninguna».
Mientras las palabras de mi hija colgaban entre nosotras, me llamó la atención la verdad sutil en ellas. Las expectativas impactan nuestra visión.
Quizás por eso, en Jeremías 29:13, Dios nos dice lo que podemos esperar cuando lo buscamos: “Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón”.
La palabra hebrea que se usa en este versículo para “buscar” no implica una mirada casual o una cacería apresurada. Más bien, pinta una imagen de alguien que pisa un lugar una y otra vez, como mi cazadora de flores que busca persistentemente esas flores sedosas.
Curiosamente, cuando Dios habló por primera vez estas palabras a Su pueblo, no estaba reunido en la iglesia, ni quedándose horas después de una reunión de oración. Ellos vivían en el exilio bajo el gobierno de un rey pagano.
Y cuando estaban lejos de casa y dolorosamente solos, Dios los invitó a buscar Su presencia en ese lugar donde menos esperaban que estuviera.
Dos mil años después, Dios nos presenta la misma invitación a ti y a mí.
¡Así que seamos cazadoras de Dios hoy, queridas amigas!
Busquemos Su belleza en nuestro caos y Su esperanza en nuestro dolor.
Busquemos Su amabilidad en nuestros errores y Su bondad en nuestro ajetreo.
Busquemos Su amor donde menos lo esperamos y Su gracia donde menos la merecemos.
Y cuando estemos luchando por encontrarlo, permanezcamos en oración y persistencia, atentas con esperanza. Porque según Jeremías 29:13, cuando buscamos al Señor con todo nuestro corazón, estamos seguras de que encontraremos lo que buscamos.
Querido Jesús, sé que estás conmigo. Dame ojos para verte y un corazón para buscarte. Hazme más consciente de Tu presencia hoy. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Proverbios 8:17, »Amo a todos los que me aman. Los que me buscan, me encontrarán. (NTV)
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