Todo tiene su momento oportuno; hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo; Eclesiastés 3:1 (NVI)
Una de las casas de playa favoritas que a mi familia le gustaba alquilar tenía una terraza encerrada con un mosquitero en el segundo piso, con una vista a un muelle desgastado por el clima. Arbustos de mirto color fucsia salpicaban el paisaje como brochazos de pintura, y la escalera trasera exterior envolvía una palmera que subía al cielo, con sus ramas al mismo nivel que la terraza.
Temprano cada mañana, me acurrucaba en una mecedora en la terraza con mi café y mi Biblia. Un día, noté a una tórtola sentada sobre un nido en la palmera. La observé. Ella me observó. Vi dos huevos diminutos debajo de la pajita.
Durante una semana entera, esta ave solo hizo una cosa: descansar en la palmera, protegiendo los dos pequeños huevos a su cargo. Cuando vino una tormenta violenta, ella no se movió. Cuando los niños corrían de arriba a abajo por las escaleras, a unas cuantas pulgadas de su nido, ella no se movió. Cuando las garzas, pelícanos y gaviotas bajaban en picada y se pavoneaban, ella se quedó. Durante esta temporada de su vida, ella permaneció fiel a su tarea.
Todas pasamos por diferentes temporadas en la vida. Criar a un hijo. Cuidar a nuestros padres. Construir una carrera. Fortalecer un matrimonio.
Eclesiastés 3:1 dice: “Todo tiene su momento oportuno; hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo”.
Las estaciones son parte del gran diseño de Dios para esta tierra: invierno, primavera, verano, otoño. También son parte del gran diseño de Dios para ti y para mí: alegría y tristeza, conflictos y paz, altas y bajas, nacimiento y pérdida. Pero no importa en qué temporada nos encontremos, podemos estar seguras de que Dios no está ausente; Él siempre está ahí.
La palabra “temporada” implica que es un tiempo que pasará. Si estás en una temporada difícil, has de saber que no durará para siempre. Pero incluso las temporadas difíciles tienen un propósito: en ellas echamos nuestras raíces profundas en el terreno de la fe, extendiendo las ramas de la confianza, brotando nuevo crecimiento. En la inactividad del invierno descansamos para tomar aire antes de que la nueva temporada comience.
No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos (Gálatas 6:9, NVI).
En la última mañana de nuestras vacaciones, disfrutaba de una taza final de café en la terraza con la Sra. Tórtola cuando la vi volar para unirse a Papá Tórtolo en el barandal de la terraza. En ese entonces vi dos polluelos con ojos aún por abrir, que alzaron sus picos amarillos hacia el cielo.
Dios me había dado un regalo precioso: un asiento de primera fila para observar la alegría de una madre que se deleitaba en su llamado durante esta corta temporada de su vida. Sin importarle las tormentas, los extraños o el pavoneo de los otros, ella se mantuvo fiel a su propósito.
Mientras reflexionaba sobre la maternidad en mi propia vida, mi hijo adolescente se tropezó somnoliento al entrar a la terraza. No estoy segura si él vio las lágrimas en mis ojos mientras yo miraba su cabello despeinado, ojos somnolientos y una cara que necesita una afeitada. Las temporadas de su infancia estaban llegando rápidamente a su fin.
«Mira, hijo», le dije: «los pajaritos salieron de sus cascarones hoy».
Padre celestial, admito que anhelo que las temporadas alegres se alarguen y que las temporadas difíciles pasen rápidamente. Ayúdame a recordar que las diferentes etapas de la vida se llaman “temporadas” por una razón. Van y vienen. Ayúdame a estar en paz en cada temporada, haciendo lo que Tú quieres que haga en ese período de tiempo. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Eclesiastés 3:4-7, Tiempo de llorar, y tiempo de reír; Tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar; Tiempo de lanzar piedras, y tiempo de recoger piedras; Tiempo de abrazar, y tiempo de rechazar el abrazo; Tiempo de buscar, y tiempo de dar por perdido; Tiempo de guardar, y tiempo de desechar; Tiempo de rasgar, y tiempo de coser; Tiempo de callar, y tiempo de hablar; (NBLA)
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