…porque Dios ha dicho: «Nunca los dejaré; jamás los abandonaré».
Así que podemos decir con toda confianza: «El Señor es quien me ayuda, no tengo miedo;¿qué me puede hacer un simple mortal?». Hebreos 13:5-6 (NVI)
Quisiera que la vida fuera tan predecible como un ejercicio de matemáticas. Dos más dos siempre suman cuatro. Esa es la respuesta ahora, mañana, y todos las mañanas por venir, años después de hoy.
Las ecuaciones matemáticas no experimentan rupturas o desilusiones amorosas. No se enferman de cáncer, tampoco experimentan que sus mejores amigas se muden al otro lado del país. No sufren engaños ni sentimientos no correspondidos. Son altamente predecibles. Por esto, las ecuaciones matemáticas son confiables.
Pero a veces, la vida no es tan clara. A veces no podemos creer por qué Dios está permitiendo que suceda y aferramos nuestra confianza a nuestro pecho, hasta que nos aferramos más a nuestros miedos que a nuestra fe.
Y fue en ese entonces, cuando mis amigos Bob y María me invitaron a un retiro en su casa de la montaña. Necesitaba que Dios me ayudara a desenredar algunos de mis problemas de confianza. Y el retiro iba bien… hasta que alguien me entregó un casco. Estábamos a punto de realizar un curso de cuerda.
La gran pirueta final de este curso era un salto desde una plataforma para caer en una barra suspendida varios metros más adelante. Empecé a buscar a mi alrededor la salida de emergencia.
Y luego, Bob apareció con una enorme sonrisa me dijo: «Lysa, esto no se trata de terminar el curso de cuerdas; se trata de conquistar tus dudas, resistencias y miedos. Las cuerdas que te sostienen solo permitirán que bajes ligeramente si no logras agarrarte de la barra».Y como si tuviera una ventana a mi alma, me susurró «y esas cuerdas te sostendrán y definitivamente no te vas a caer».
Observe el espacio entre la orilla de la plataforma y la barra. Vi la muerte. Bob vio vida. Qué visualización para la palabra “confianza”. Lo que vemos destroza lo que sabemos, a menos que lo que sabemos dicte lo que vemos.
Bob sabía que las cuerdas me sostendrían, y sabía que mi capacidad para sobrevivir el salto no tenía nada que ver con mi esfuerzo. Yo estaba segura mientras estaba parada en la plataforma. Estaría segura mientras volaba en el aire. Y definitivamente estaría segura aún si no lograba agarrarme de la barra.
No podría decirte cuánto tiempo estuve ahí parada. Ese momento fue como días y microsegundos a la vez. El mundo daba vueltas, se desbalanceaba y cambiaba a mi alrededor, sin que yo moviera tan siquiera un músculo. Olvidé respirar. No podía ni pestañear.
Imagino que tú también te habás encontrado en situaciones igualmente paralizantes. Y es en estas situaciones que debo atar mi corazón a esos versículos que sostienen el alma como Hebreos 13:5-6: “porque Dios ha dicho: «Nunca los dejaré; jamás los abandonaré». Así que podemos decir con toda confianza: «El Señor es quien me ayuda, no tengo miedo; ¿qué me puede hacer un simple mortal?»”.
La paz de nuestras almas no debe de sufrir altibajos por las personas o situaciones impredecibles. Ciertamente nuestros sentimientos cambiarán. Las personas sí nos afectan. Pero la paz de nuestras almas está ligada a lo que Dios es. Aunque no podemos predecir Sus planes específicos, el hecho que Dios hará que todo funcione para nuestro bien es una promesa completamente predecible (Romanos 8:28).
Finalmente, cerré mis ojos y sin ningún otro pensamiento consciente, mi alma se activó cuando mi cerebro no pudo. Mis pies me impulsaron fuera de la plataforma y empecé a volar. Toque la barra, pero no logre atraparla. No necesitaba hacerlo porque la confianza me atrapó a mi.
Señor, no puedo agradecerte lo suficiente por la promesa que puedo confiar en Ti en todo momento. Aún si las personas me fallan, aún si otros me abandonan, Tú nunca lo harás. Elijo que esa verdad dé firmeza a mi corazón hoy. En el Nombre de Jesús. Amén.
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PROFUNDICEMOS
Proverbios 3:5-6, Confía en el SEÑOR de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos y él enderezará tus sendas. (NVI)
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© 2024 por Lysa TerKeurst. Todos los derechos reservados.
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