Por tanto, también nosotros que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Hebreos 12:1 (NVI)
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Hace unos años, mi amiga y yo formamos lo que llamamos el “Club de corredoras lentas: donde el ritmo no importa”.
Queríamos una excusa para reunir a algunas chicas, y que fuéramos responsables unas antes otras. Y que todo esto se llevara a cabo sólo por la diversión de estar afuera y mover nuestros cuerpos.
Las chicas que se presentaron variaban en todos los aspectos de la vida, incluida la habilidad y la velocidad para correr. Muchas de ellas no se conocían entre sí, y algunas vinieron solas. Pero aun así se presentaron. Y corrimos juntas.
Comenzábamos y terminábamos en el mismo lugar, pero todas tomábamos rutas ligeramente diferentes, corríamos diferentes distancias e íbamos a diferentes ritmos de velocidad.
El objetivo no era competir. Era sólo correr.
Lo cual me recuerda el versículo de hoy. Hebreos 12:1 dice: “Por tanto, también nosotros que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante”.
Dios ha marcado una carrera espiritual para que la corramos. En esta carrera, todos podemos correr en ritmos diferentes, enfrentando obstáculos distintos en el camino, pero la meta final es la misma: la eternidad con Jesús.
Cuando quitamos nuestros ojos de Jesús para enfocarnos en los corredores que nos rodean, es cuando podemos tropezar, lastimarnos o desviarnos del camino. A veces tropezamos y caemos porque estamos tratando de correr en el carril de otra persona. Otras veces nos cansamos de tratar de seguir el ritmo de otra persona.
La realidad es que no tenemos que comparar nuestros ritmos y carreras con las de los demás, porque la carrera de la vida no es una competencia.
Cuando nos enfocamos en lo que Dios nos ha dado, encontramos una mejor manera de vivir, una manera de dejar de esforzarnos sin cesar por ponernos al día. En cambio, podemos correr unas junto a otras, animando a nuestras compañeras corredoras y diciéndonos que sigamos adelante cuando nos cansemos.
Tal vez hoy te tomes unos momentos para reconocer ante Dios dónde te estás esforzando cuando te estás quedando atrás. Quizás admitas que estás luchando con la comparación. A lo mejor le confiesas un pecado que has estado ocultando.
Luego observa cómo esos pesos que te agobian comienzan a caer, y te vuelves más capaz de avanzar hacia todo lo que Dios ha puesto delante de ti.
No te estás quedando atrás. No es necesario que alcances a nadie ni que te adelantes. Estás aquí para correr una carrera que Dios ha diseñado de manera única para ti. Sigue avanzando.
Dios, ayúdame a correr la carrera que me has marcado. No más competencia. No más quedarme sin aliento por correr tratando de alcanzar a otros. En cambio, ayúdame a correr con libertad y concentración, con mirada en el premio: Jesús mismo, esperando al final de la carrera única que ha preparado para mí. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Hebreos 12:2, Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. (NVI)
¿Cuál es la carrera que sientes que Dios te está llamando a correr?
¿Qué es lo que te enreda mientras intentas correr? ¿Es un pecado en particular? ¿La comparación? ¿El dolor? ¿Cómo puedes rendir esas cosas a Dios hoy?
¡Nos encantaría escuchar de ti! Comparte tus pensamientos en los comentarios.
© 2024 por Meghan Ryan Asbury. Todos los derechos reservados.
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