Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Juan 15:13 (NVI)

Mi suegro me dijo una vez que, al final, uno es afortunado si tiene una o dos amistades que realmente resisten la prueba del tiempo. Después de haber sufrido la pérdida de varias amistades, por muerte, distancia y consecuencias colaterales devastadoras, me he dado cuenta de que esta afirmación es bastante humilde. Tal vez te sientas identificada.

Afortunadamente, en la amistad de Jonatán y David (1 Samuel 18-23), encontramos convicción, consuelo y un modelo increíble de la gran historia de amor de las Escrituras.

La amistad entre Jonatán y David fue sorprendente, teniendo en cuenta que el padre de Jonatán era el celoso y asesino rey Saúl, que mantuvo a David a la fuga durante años. En medio de la decadencia espiritual y mental de su padre, Jonatán, que habría sido el heredero al trono, sorprendentemente aceptó a David como el verdadero rey, ungido y elegido por Dios.

Jonatán incluso hizo un pacto con David, prometiendo protegerlo de Saúl, y David prometió proteger a los descendientes de Jonatán (1 Samuel 20). Parece que Jonatán vió en David el mismo amor por Dios que él tenía, y “lo amaba como a sí mismo” (1 Samuel 18:3, NBLA). La fe en el amor inquebrantable de Dios (hesed en hebreo) era la base de su amistad.

Después de la trágica muerte de Jonatán en la batalla, David exclamó: “Tu amor fue para mí más maravilloso que el amor de las mujeres” (2 Samuel 1:26, NBLA). Muchos de nosotros no podemos imaginar un amor de amistad más profundo que un amor romántico. Pero David sí podía; él amaba a Jonatán lo suficiente como para cumplir su parte del pacto incluso cuando su amigo había fallecido.

En la época de David, habría sido normal matar a todos los miembros de la familia del régimen anterior una vez que se convirtiera en rey, eliminando así cualquier amenaza de insurrección. Pero David hizo un gran esfuerzo para encontrar a Mefiboset, el hijo de Jonatán, “para que yo le muestre bondad [hesed] por amor a Jonatán” (2 Samuel 9:1, NBLA).

Para sorpresa de Mefiboset, la muerte no estaba en el menú. David vino a devolverle a Mefiboset la tierra de Saúl y lo invitó a comer en la mesa del rey para siempre “como uno de los hijos del rey” (2 Samuel 9:11, NBLA). Mefiboset recibió las bendiciones de una amistad que iba más allá de los lazos familiares; una amistad que resistió la prueba del tiempo.

Y esto nos remite al Dios que nos ha invitado a Su amistad. Aunque lo rechazamos, Él nos buscó, haciendo promesas de pacto con hombres como Noé, Abraham y David de un amor eterno que se desarrolló durante generaciones.

Luego el Hijo de Dios vino a la tierra. Jesús, nuestro Rey Mesías, dijo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15:13). Y con un amor que supera cualquier romanticismo, Él dió Su vida por nosotros.

Todo ello para que nosotras también pudiéramos sentarnos a Su mesa y disfrutar del banquete de Su amor (Mateo 8:11), no sólo como Sus siervos, sino como lo que ahora nos llama: Sus amigos (Juan 15:15).

Padre Celestial, no merezco Tu amistad. Pero gracias porque Tu amor resiste la prueba del tiempo, sale a mi encuentro en mis peores pruebas y perdona mis peores pecados. Ayúdame a conocer y creer el amor que tienes por mí. Ayúdame a escuchar hoy Tu voz misericordiosa llamándome “amiga”. En el Nombre de Jesús, Amén.

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Juan 15:15, Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre. (NBLA)

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