El SEÑOR está cerca de todos los que lo invocan, sí, de todos los que lo invocan de verdad. Salmo 145:18 (NTV)
Escucho a alguien tocar la puerta de mi habitación, seguido por pasos arrastrándose por el suelo.
Antes de ver su silueta en la oscuridad, escucho su voz.
«¿Mamá?» La palabra es un nombre y una petición a la vez.
Mi corazón responde más rápido que mi mente aturdida. Apoyando los codos sobre la almohada, me despierto y miro a través de una neblina soñolienta a la adolescente que está al lado de la cama.
«Estoy aquí», murmuro mientras retiro el nido de mantas y la sigo fuera de la habitación.
Nos sentamos en el sofá bajo la tenue luz de la lámpara, con su cabeza sobre mi hombro y mis manos sosteniendo las suyas.
Esta noche mi hija no le da voz a la ansiedad que se apropia de su sueño o a los pensamientos recurrentes que le roban la paz. Y mientras nos acompañamos en la oscuridad, me doy cuenta de que nuestra permanencia silenciosa es una imagen de como se ve la oración de vez en cuando.
Solía pensar en la oración solamente como una conversación envuelta en palabras, y ciertamente la vemos así a lo largo de las Escrituras. Pero luego una época dolorosa ahogó mi voz y acalló mi esperanza. La oración ya no parecía funcionar tal y como la conocía.
Así que, al igual que la adolescente afligida en la puerta de mi habitación, busqué la presencia de Jesús con una sola palabra.
Cuando tenía demasiadas dudas para poder confiar, pronuncié Su nombre.
Cuando estaba tan desanimada que ni soñar podía, pronuncié Su nombre.
Cuando estaba demasiado cansada para hablar, pronuncié Su nombre.
Cuando no podía nombrar mis necesidades, pronuncié Su nombre.
Lo grité con los puños cerrados y los ojos empañados de lágrimas. Jesús.
Lo susurré entre medio de sollozos y gemidos. Jesús.
En aquella temporada de palabras menguantes y una fe tambaleante, aprendí que la oración no siempre suena como una corriente de frases o una oleada de confesiones. No siempre suena como un estruendo de peticiones o un rumor de intercesión.
A veces la oración es simplemente una invocación solemne.
Afortunadamente, las Escrituras nos dicen que, “El SEÑOR está cerca de todos los que lo invocan, sí, de todos los que lo invocan de verdad” (Salmo 145:18)
Es importante señalar que en el idioma original de este Salmo, hebreo, el término traducido como “invocar” (qārā') no implica un grito sin propósito o un reclamo al azar. Más bien, representa una petición de ayuda deliberada. La palabra concreta que el salmista utilizó en este versículo lleva consigo la idea de llamar a alguien por su nombre. Significa “convocar” o “invitar”.
Este salmo sirve como un recordatorio conmovedor para todas nosotras en aquellos momentos cuando no tenemos palabras mientras nuestra lista de necesidades crece. Aún cuando nos cuesta decirle a Dios lo que tenemos en nuestros corazones, podemos llamarlo con humildad.
Y cuando convertimos Su nombre en un ruego sincero, Su respuesta tierna siempre será: «Estoy aquí».
Amado Jesús, cuando no sepa qué decir, enséñame a orar, con o sin palabras. Gracias por escucharme y por acercarme a Ti. Ayúdame a reconocer Tu presencia mientras respondes a mis peticiones de ayuda. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Proverbios 18:10, El nombre del SEÑOR es una fortaleza firme; los justos corren a él y quedan a salvo. (NTV)
Santiago 4:8a, Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. (NVI)
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© 2025 por Alicia Bruxvoort. Todos los derechos reservados.
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