Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. Hebreos 4:12 (NVI)
Cuando mis hijos entraron por la puerta trasera para almorzar, los macarrones con queso ya se habían enfriado, en ese día sin preocupaciones hace mucho tiempo.
«¿Por qué no nos dijiste que era hora de comer?» preguntó mi hijo mayor. Se apretó el estómago en una farsa exagerada. «Tengo muchísima hambre», se quejó.
Nuestro patio trasero había estado repleto toda la mañana con el alegre ruido de los niños del vecindario reunidos para jugar.
«Te llamé tres veces, pero estabas tan ocupado jugando con tus amigos que no me escuchaste», le expliqué amablemente.
Mi hijo hambriento refunfuñó y tomó su lugar en la mesa.
Su hermana menor se subió a su lado y dijo: «Mami, siento que no vine cuando llamaste. Ni siquiera te escuché». Ella me lanzó una sonrisa contrita. «Supongo que escucho mejor cuando estoy solitaria».
Traté de no reírme de la elección de palabras de mi niña, pero el hermano mayor no podía contener sus risas. «Quieres decir sola», corrigió con experiencia de segundo grado. «Escuchas mejor cuando estás sola».
Sin preocuparse por cuestiones de lingüística, mi niña en edad preescolar encogió sus hombros delgados. «Mami sabe lo que quiero decir».
Mi niña de ojos brillantes tenía razón. Yo sabía exactamente lo que estaba tratando de decir.
Pero lo que no me di cuenta ese día es que la elección de palabras confusas de mi hija tiene una tierna verdad para todas nosotras.
A veces escuchamos mejor cuando estamos solitarias.
Moisés estaba cuidando sus propias ovejas en el desierto cuando escuchó la voz de Dios hablando desde un arbusto ardiente.
Elías estaba parado solo en una montaña cuando escuchó el susurro del Señor en el viento.
Juan estaba encarcelado en una isla remota cuando escuchó la voz de Jesús invitándolo a escribir la revelación final de las Escrituras.
Y aunque nunca me he encontrado sola en la naturaleza o abandonada en una isla remota, ciertamente he estado en espacios solitarios y lugares difíciles.
Supongo que tú también.
Tal vez te han llamado a un trabajo más allá de tu zona de confort o te has distanciado de la comunidad que amas. O tal vez estás atravesando una situación que tus amigos no pueden entender o tienes un dolor que tu familia no puede solucionar.
Aunque la soledad es algo que pocos elegirían, hay un regalo oculto en sus pliegues no deseados si estamos dispuestos a desenvolverlo. La soledad revela nuestro anhelo de escuchar a Aquel que ve nuestra necesidad y conoce nuestro dolor.
Fue en una época solitaria cuando abrí mi Biblia como oyente en lugar de sólo como aprendiz. Ya no quería solo leer sobre Jesús; quería escuchar de Él.
Hebreos 4:12 nos recuerda que la Biblia no es solo informativa; también es relacional. La Palabra de Dios no es un zumbido estático de sabiduría del pasado; es el estruendo vibrante de Su voz en el presente.
Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.
Es asombroso pero cierto: a través del Espíritu Santo, Jesús puede pronunciar una palabra en este momento a través de la antigua verdad de las Escrituras. Nos habla a cada una de nosotras personalmente y con un propósito. Él sabe exactamente lo que necesitamos escuchar y cuándo debemos escucharlo.
Así como escuchar a las personas que nos rodean requiere tiempo e intención, también lo requiere escuchar la voz de nuestro Salvador. Cuanto más tiempo pasamos con Jesús, más conocemos Su voz. Nos familiarizamos con el tono de Sus promesas y el tono de Su verdad, el timbre de Su fidelidad y el tono de Su certeza.
Tal vez sea hora de convertir nuestras temporadas solitarias en temporadas de escucha, para que podamos descubrir por nosotras mismas que las palabras de una niña de ojos brillantes son ciertas.
La soledad realmente afina nuestra escucha.
Pero lo mejor de todo es que podemos encontrar que oír también alivia nuestra soledad.
Porque cuando escuchamos la voz de Jesús, recordamos que no estamos realmente solas.
Querido Jesús, quiero saber de Ti. Ayúdame a reconocer Tu voz mientras te busco en Tu palabra. En el Nombre de Jesús, Amén.
Verdad para hoy
Mateo 4:4, Jesús le respondió: —Escrito está: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (NVI)
Recursos Adicionales
Si está luchando contra la soledad, consulta los siguientes devocionales. O si conoces a alguien que se siente sola, envíale uno de estos devocionales y hazle saber que estás ahí para ella.
Si no recibes flores hoy, por Sarah Geringer
Cuando nuestros lugares solitarios se convierten en espacios sagrados por Alicia Bruxvoort
A la mujer que siente estar luchando sola, por Nicki Koziarz
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© 2020 por Alicia Bruxvoort. Todos los derechos reservados.
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