Devocionales

Simplifica tu vida de oración

Laura Bailey 19 de abril de 2021
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: — Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos. Lucas 11:1 (NVI)

Recientemente estaba ansiosa por retomar la misma rutina de los miércoles por la noche en la iglesia. Pero mi ánimo pronto cambió al fijarme en las actividades semanales agendadas de mi iglesia.

Se había agregado una nueva reunión de oración de treinta minutos, seguida de un estudio bíblico. ¿Treinta minutos? Apenas puedo orar durante cinco. De hecho, sin distracciones sería como un minuto.

Durante media hora, se esperaría que cerrara mis ojos sin quedarme dormida, enfocando mi atención en Dios en lugar de la lista de compras del supermercado, y tener un monólogo silencioso con el Señor.

Imposible.

Desde niños se nos enseña que “la oración es simplemente hablar con Dios”. Bueno, si eso es todo, entonces ¿por qué a mí, habladora natural, me resulta tan difícil? Durante años, creí que mis oraciones no eran “lo suficientemente buenas” para los oídos de Dios, o para tomar de Su tiempo. Carecen de estructura y están lejos de fluir espontáneamente con frases elocuentes mezcladas con versículos bíblicos. Entonces, consolada por la soberanía de Dios en mis circunstancias ‒ Él tiene el control, Él puede hacer esto ‒ eventualmente me convencí que realmente no importaba si oraba en absoluto.

Es decir, hasta que encontré nuestro versículo clave, Lucas 11:1, “Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Jesús recién terminaba de orar, aparentemente en presencia de Sus discípulos. Deseosos de ser como Jesús, le pidieron que les enseñara a orar.

Fíjate en dos cosas acerca de esa petición: primero, ellos también deseaban comunicarse con Dios a través de la oración; y, en segundo lugar, sabían que necesitaban orientación.

Aunque la oración puede ser tan simple como hablar con Dios, también es una habilidad que se aprende; eso lleva tiempo, trabajo y práctica. Los discípulos estaban con Jesús día tras día. De todas las cosas que podrían haberle pedido que les enseñara; cómo sanar, cómo enseñar, cómo realizar milagros extraordinarios, le pidieron a Jesús que les enseñara cómo orar. Obviamente, los discípulos se dieron cuenta de que había un vínculo vital entre la oración y el ministerio.

Para enseñarles a orar Jesús dio a los discípulos (¡y a nosotras!) el Padre Nuestro. Encontramos la Oración del Señor dos veces en el Nuevo Testamento, no sólo en Lucas 11, sino también en Mateo 6, ubicado entre los ricos pasajes del Sermón del Monte. Allí, Jesús rompe la esencia de la vida cristiana, incluyendo un ejemplo muy claro de cómo orar. Por lo tanto, asumí que al repetir las palabras del Padre Nuestro una y otra vez, mi vida de oración se transformaría y todos los “asuntos” serían resueltos.

Estaba equivocada.

Al comparar la oración del Señor en Mateo 6 con Lucas 11, vemos que las palabras son similares, pero no exactamente iguales. Esta ligera diferencia indica que la actitud de nuestro corazón hacia el Señor es más importante que nuestras palabras.

Las Escrituras no solo nos ordenan a orar, sino que también nos instruyen para acercarnos más al Señor mediante la oración. Como hijas de Dios, tenemos la libertad y la capacidad de hacer lo siguiente todos los días:

1. Reconocer el esplendor y la gloria de Dios inclinándonos ante Él en humilde actitud de devoción, porque solo Él es digno de adoración y alabanza.

2. Agradecer a Dios por Su generosa provisión, incluida la gracia por la que nos ha salvado y nos sostiene todos los días. Todo lo que tenemos proviene de Él.

3. Confesar y arrepentirnos de los pecados que hemos cometido contra un Dios santo y justo. Creer que Él perdona completamente y olvida nuestros pecados, lo que nos permite perdonar a otros.

4. Invocar el poder de Dios para luchar contra Satanás y resistir la tentación, manteniéndonos firmes frente al ataque espiritual.

5. Pedirle a Dios que nos ayude a ser como Cristo en todo lo que decimos y hacemos, extendiendo gracia, misericordia y amor a los demás a lo largo de nuestro día.

La oración es personal, al igual que nuestra relación con el Todopoderoso a través de la fe en Su Hijo, Jesucristo. La oración también es un privilegio, ya que nos permite acceder a nuestro Padre celestial las 24 horas, los 7 días de la semana, hecho posible solo por el sacrificio de Su Hijo en la cruz por nuestros pecados. Recuerda que el Señor está mucho más preocupado por la actitud de nuestro corazón que por las palabras que salen de nuestra boca. La vida es complicada, pero nuestra vida de oración no tiene por qué serlo.

Padre celestial, gracias por darnos el regalo de la oración. Cuando no tenemos las palabras, llénanos del Espíritu Santo quien ora por nosotras. Que siempre estemos en comunicación Contigo trayendo nuestras peticiones a Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.

Verdad para hoy

Romanos 8:26, Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. (NVI)

Recursos Adicionales

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Reflexiona y responde

Las distracciones diarias son uno de los mayores obstáculos para nuestra vida de oración. ¿Cuáles son algunas cosas que te impiden comunicarte con Dios?

Programa un recordatorio en tu teléfono para orar a una hora determinada cada día, o pega una nota adhesiva en un lugar visible para recordarte de orar. ¡Y en los comentarios, comparte con nosotras tus pensamientos acerca del devocional de hoy!

© 2020 by por Laura Bailey. Todos los derechos reservados.

Estamos agradecidas a nuestras voluntarias por su trabajo realizado en la traducción de este devocional al español. Conócelas aquí.

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